• Cómo el calentamiento global pone en peligro a diversas especies del Ártico

 

Redacción/ CAMBIO 22

El oso polar (Ursus maritimus) no puede sobrevivir sin hielo. Por ello, la pérdida de la banquisa provocada por el aumento de las temperaturas puede convertirse en una trampa mortal para este plantígrado, uno de los pocos que no hiberna. Sin embargo, no es la única especie que sufre. En ecosistemas tan frágiles como los polares, el aumento de la temperatura está haciendo estragos en la fauna, no solo la marina.

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Osos polares, los grandes perjudicados 

El carnívoro terrestre más grande del mundo tiene todas las de perder como consecuencia del aumento de la temperatura en el Ártico. Estos enormes plantígrados de hasta 800 kilos de peso dependen del hielo marino para viajar, cazar y aparearse. A medida que este disminuye, se ven obligados a recorrer más kilómetros para alimentarse, lo que les obliga a deambular por tierra firme, aumentando así las probabilidades de contacto con los humanos.

Y no solo eso, este sobreesfuerzo les ocasionas una pérdida de energía extra que en ocasiones resulta fatal. Incluso pueden acarrearles lesiones que pueden llegar a ser fatales, según constató recientemente un estudio de la Universidad de Washington que encontró una estrecha correlación entre el cambio en el punto de congelación del hielo marino y afecciones como la pérdida de pelo, aparición de úlceras o cortes en la piel.

El deshielo amenaza la supervivencia de los osos polares

Por si eso fuera poco, a menos hielo disponible, menos alimento, con lo que aumenta considerablemente las probabilidades de inanición, especialmente en los oseznos. La situación es tan grave que algunas asociaciones conservacionistas, como WWF, sostienen que para 2050 podríamos haber perdido hasta un 30% de los osos polares del planeta. Otros investigadores, como Ian Stirling, de la Universidad de Alberta, opinan que es poco probable que a la larga puedan sobrevivir en su hábitat natural, con lo que es probable que acaben  remplazados por otros depredadores, como las orcas.

 

Morsas, difícil adaptación

El deshielo está provocando que algunas morsas, como las que habitan el mar de Chukchi, entre América y Rusia, tengan que pasar largas temporadas en tierra. Del mismo modo que sucede con los osos polares, esta disrupción aumenta considerablemente la distancia que tienen que recorrer y las calorías que tienen que gastar en alimentarse, lo que les provoca un estrés acumulado del que, a veces, es difícil  salir. Además, aumentan la probabilidad de encuentros fatales con humanos.

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Estos animales no pueden vivir sin el hielo marino. Por ejemplo, dan a luz en la banquisa a principios de primavera, mientras que se aparean a lo largo de los bordes de las masas de hielo a la deriva. Además, también usan el hielo flotante como plataforma de descanso, ya sea temporalmente o durante todo el año, así como refugio en caso de tormenta, o para escapar de los depredadores. La pérdida de hielo marino es, pues, una amenaza muy seria para unos animales marinos que han cientos de miles de años para adaptarse a su hábitat actual.

 

Narvales, estrés bajo el hielo 

En el pasado, los narvales han hecho gala de una extraordinaria capacidad de adaptación. Prueba de ello es que estos mamíferos marinos, que se separaron de las belugas hace entre dos y tres millones de años, experimentaron un cambio evolutivo brusco en algún momento durante el Pleistoceno tardío, hace unos 500.000 años, un período en el que la temperatura y el clima cambiaron drásticamente y en la que se sucedieron varios períodos glaciales e interglaciales. Ellos sobrevivieron, pero otros grandes mamíferos, como los mamuts, o los tigres de sable, no tuvieron la misma suerte.

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Estos animales tienen una relación muy estrecha con el hielo marino desde hace miles de años. Tanto que dividen su ciclo anual función de la capa helada. Así, mientras pasan el verano en zonas desprovistas de hielo, prefieren zonas de invernada en alta mar cubiertas por una extensa capa de hielo marino, que no supone una barrera para estos característicos mamíferos provistos de un enorme colmillo. Tanto es así que eligen las mismas zonas de invernada año tras año.

Sin embargo, la pérdida drástica de hielo podría amenazar seriamente a su sustento, pues puede ir correlacionada con una importante disminución de sus capturas. Y es que los narvales se alimentan generalmente en invierno, tras la migración al norte, mientras que no suelen hacerlo en temporadas estivales, cuando escasea el hielo. En otras palabras, a más deshielo, menos alimento, y menor capacidad de volver a migrar a las áreas de invernada. Una trampa peligrosa para el narval.

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Por si fuera poco, el deshielo también está causando a estos mamíferos marinos un efecto indeseado: está aumentando considerablemente sus niveles de estrés como consecuencia del incremento del tráfico marítimo provocado por la apertura de nuevas vías navegables. Así lo constató un equipo de científicos capitaneado por la bióloga marina Mads Peter Heide-Jørgensen, del Instituto de Recursos Naturales de Nuuk, tras realizar una extensa investigación en la que dedujo que el miedo por el ruido de los barcos estaba ‘paralizando a estos animales’, haciendo que su ritmo cardíaco disminuya. Algo muy contraproducente para una especie que necesita bombear rápido su corazón para aumentar el aporte de oxígeno.

 

Zorro ártico: víctima de una tundra menos habitable 

El zorro ártico, presente en todas las regiones polares, es una especie dependiente de la tundra. Aunque su viabilidad no corre peligro, está estrechamente ligado a las poblaciones de roedores de los que se alimenta, como topillos y los lemmings, unos pequeños roedores endémicos de la tundra ártica, cuyas poblaciones fluctúan en función de las condiciones ambientales.

No, el deshielo no solo amenaza a los osos polares

Resulta que durante el invierno, la espesa capa que protege a estos roedores, que permanecen activos bajo su manto. Pero a medida que esta estación se vuelve cada vez más suave, aumentan el deshielo y las inundaciones, y con ello, disminuye la capacidad de supervivencia de estos animales. Además, unos inviernos cada vez más cálidos modifican sustancialmente las condiciones ambientales de la tundra.

Así, las especies meridionales que antes no podían afrontar los duros inviernos de estos ecosistemas se expanden hacia el norte, aumentando la competencia por los recursos y la probabilidad de expansión de ciertas enfermedades que podrían ser letales para especies arraigadas en la tundra, como es el caso del zorro ártico.

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Cambios en las algas unicelulares, y en toda la cadena alimentaria 

Por último, no debemos desestimar los cambios profundos que la pérdida de capa de hielo provoca en aquello que no se ve: los organismos unicelulares. Entre ellos, destacan aquellas algas fotosintéticas que habitan bajo el hielo y que profieran en primavera, cuando regresa la luz del sol. Los cambios en la magnitud y periodicidad de estas algas provocadas por una retirada del hielo invernal más rápida y temprana podrían tener consecuencias drásticas en el ciclo de vida de unas criaturas también diminutas, aunque no invisibles: los copépodos: unos crustáceos de pequeño tamaño, aunque no microscópicos, que constituyen una fuente de alimento crucial para gran parte de la fauna marina.

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Considerados los artrópodos más abundantes del planeta, los copépodos se alimentan de estas algas, y a su vez es el principal alimento de numerosas aves marinas, así como del bacalao ártico o las ballenas de Groenlandia, entre otras especies.

Para mamíferos marinos como el oso polar o la morsa del Pacífico, la pérdida de cientos de miles de kilómetros cuadrados de hielo marino como consecuencia del aumento de la temperatura podría tener unas consecuencias más que desastrosas.

 

 

 

Fuente: National Geographic

redaccionqroo@diariocambio22.mx

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