La Historia en Breve

 

Jorge González Durán/CAMBIO 22

El 31 de marzo del 2004, se presentó en Cancún el libro de Antonio Higuera Bonfil sobre el general Francisco May. En esa ocasión, tuve el honor de ser uno de los presentadores de ese valioso volumen. Este es el texto que leí en aquella ocasión:

Antonio Higuera Bonfil nos presenta un libro de su ya intensa producción. Un libro que es piedra de toque para comprender una etapa fundamental de nuestra historia contemporánea, un texto apasionante sobre el general Francisco May, uno de los últimos caudillos mayas que se enfrentó contra el general Ignacio Bravo, el enviado de Porfirio Díaz para conquistar el último reducto de la rebelión indígena de Chan Santa Cruz, y el primero en pactar con el gobierno federal de la revolución triunfante.

El general Francisco May

El general Francisco May

Como todos los personajes de la historia, el de Francisco May es poliédrica, compleja, casi inaprehensible. Es una mezcla de redentor y de patriarca, porque me resisto a utilizar la palabra cacique. Temido y respetado, querido y defenestrado, el general May es una figura que sintetiza las contradicciones de nuestra historia. Llegó a poseer millones de pesos de la época en monedas de oro, producto de la venta de toneladas de chicle y de maderas preciosas en miles de hectáreas que tenía concesionadas, pero murió en la miseria, en una modesta choza de Felipe Carrillo Puerto.

El general Ignacio Bravo,

Allí está como material para la leyenda las versiones de su tesoro. El mítico tesoro del general May nunca ha sido encontrado, porque quizá nunca existió. Pero uno de sus nietos, Jacinto May Tirán, me contaba cómo el general May, ya en su vejez, caminaba rumbo al monte buscando alguna ignota señal grabada en algún árbol de su memoria ya borrosa. Junto a ese legendario árbol, decía que había enterrado muchas ollas de oro. Nunca encontró el árbol. A lo mejor la señal se borró con el tiempo. A lo mejor se equivocaba siempre de camino. A lo mejor iba buscando otros vestigios, a lo mejor iba buscando los rastros perdidos de la historia de su pueblo, a lo mejor iba buscando ecos ya definitivamente perdidos de la resistencia maya.

Acta del defunción del general Francisco May Pech, el 31 de marzo de 1969. A pesar de que no existe su acta de nacimiento, el documento señala que falleció a los 106 años.

Los pasos extraviados del general Francisco May nunca lo llevaron a encontrar su tesoro. Nunca nadie, que se sepa, ha encontrado esas ollas con monedas de oro, pero en el monte, en las veredas cubiertas de maleza, en los surcos de la milpa, junto a los viejos fogones, en las antiguas barricadas donde se acuñó el valor de los mayas perseguidos, están los latidos del corazón de un pueblo, del pueblo maya, guardando su insomne esperanza en el nunca ultrajado universo de su alma.

Francisco May tuvo tratos con el poder. Lo adularon, lo engañaron, lo utilizaron.  Venustiano Carranza, le reconoció su grado de General, le concesionaron miles de hectáreas para la extracción de la resina de chico zapote a cambio de su colaboración, pero May no lo hacía por dinero. Lo que se le concesionaba a él era para su pueblo, era para su gente. May nunca quiso vivir en otro lugar que no fuera su amada Chan Santa Cruz. May nunca quiso ser otra cosa que un indio maya. Para él, el mundo era Chan Santa Cruz. Después de los límites del pueblo sagrado, comenzaba el infierno de todos tan temido.

Esa era su visión, ésa era su concepción del tiempo y del Universo. Están en esos documentos que ha ordenado, rescatado y editado Antonio Higuera, cuya contribución a la historiografía de Quintana Roo es invaluable por su rigor y por su honestidad intelectual.

El general Francisco May es una figura de la segunda y tercera décadas del siglo pasado. En su historia y en su leyenda, en sus luces y sombras, está un fragmento de la genealogía espiritual de Quintana Roo.

 

redaccionqroo@cambio22.mx

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