Pilar Torres Anguiano/CAMBIO 22

Cuando era niña, mi abuela me llevó al teatro, a ver Mame con Silvia Pinal. “La Pinal le prendió fuego al escenario”, decía la reseña teatral al día siguiente. No me acuerdo si era Excelsior o El Heraldo de México, pero sí me acuerdo de mi indignación porque yo había estado ahí y sabía que eso no era cierto; y que mi papá -chairo de toda la vida- tenía razón: “la prensa miente”.

“El fuego pensado no quema”, nos decían en las clases de teoría del conocimiento. A grandes rasgos, esta idea se asocia con el realismo, que sostiene que las cosas existen y tienen efectos por sí mismas, independientemente de cómo las pensemos o percibamos. Según esta perspectiva, la realidad material es lo que cuenta, pero en estos tiempos, ya no se sostiene tan fácilmente.

Como sabemos, Viridiana, de Luis Buñuel, protagonizada por Silvia Pinal, es una obra maestra del surrealismo cargada de simbolismos y críticas punzantes a las estructuras religiosas, sociales y culturales de su tiempo. Y, ya que hablamos de fuego, en su tiempo, Viridiana hizo arder Troya.

Viridiana, una novicia idealista, visita a su tío don Jaime antes de tomar sus votos definitivos. En un entorno marcado por la decadencia y el aislamiento, don Jaime intenta consumar su obsesión por la joven, pero al fracasar, decide manipularla emocionalmente: le hace creer que fue violada. Este engaño tiene un impacto devastador en Viridiana, quien, tras el suicidio de su tío, abandona su vocación religiosa para dedicarse a ayudar a los pobres, solo para enfrentarse nuevamente a la traición y el caos moral.

Entre sus múltiples capas de significado, la “doble violación” que sufre Viridiana, destaca un recurso narrativo que, más allá de lo literal, adquiere un carácter profundamente metafórico.

La clave aquí no es la violación en sí misma, sino el hecho de que -al parecer- esta no ocurre y, sin embargo, transforma por completo la percepción de Viridiana sobre sí misma y sobre el mundo. La película propone una paradoja: aunque el “fuego” del acto no sea real, su efecto psicológico y simbólico quema con igual intensidad.

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George Berkeley afirmó que “ser es ser percibido”. La experiencia de Viridiana, la protagonista, no se basa en lo que realmente sucede, sino en lo que ella percibe como verdadero. En este caso, la creencia en la violación, aunque ficticia, redefine su identidad, quebranta su inocencia y desata un ciclo de culpa y autodescubrimiento.

Más allá de su significado personal en la historia de Viridiana, la “violación simbólica” que orquesta Jaime funciona como una metáfora cultural. Las mujeres a menudo han sido encasilladas en roles de pureza virginal o pecado. Este imaginario colectivo se ve reflejado en la obsesión de Jaime con Viridiana como símbolo de pureza inmaculada, y su intento de apropiarse de ella simboliza el control que estas narrativas culturales buscan ejercer sobre las mujeres.

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El surrealismo de Buñuel, con su habilidad para desmantelar convenciones, utiliza este recurso para criticar no solo las dinámicas de poder entre hombres y mujeres, sino también la hipocresía de las instituciones religiosas y morales que perpetúan tales estructuras. Al destruir la percepción de pureza de Viridiana, Buñuel expone la fragilidad de las construcciones culturales y su capacidad para desmoronarse bajo el peso de la contradicción y el abuso simbólico.

Silvia Pinal ofrece una interpretación sublime de Viridiana, capturando tanto su inocencia inicial como su gradual transformación en una figura rota pero resiliente. La complejidad emocional que imprime al personaje convierte a Viridiana en algo más que una víctima: es un símbolo de cómo los ideales más elevados pueden sucumbir ante la realidad corrupta y ambigua del mundo. Encarna la paradoja central de la película: aunque el acto que destruye a su personaje es ficticio, sus efectos son devastadoramente reales. En este sentido, su actuación subraya la idea de que las percepciones moldean tanto a las personas como a sus destinos.

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Viridiana es mucho más que una película sobre el deseo, la moralidad y la violencia simbólica; es una meditación sobre la naturaleza misma de la realidad y nuestra relación con ella. En la tradición filosófica realista, se dice que “el fuego pensado no quema”; sin embargo, Buñuel nos desafía a reconsiderar esta premisa. En el universo de Viridiana, el fuego simbólico -la percepción de haber sido violada- tiene consecuencias tangibles, quemando las certezas de su protagonista y alterando el curso de su vida.

Esta idea trasciende el ámbito personal para convertirse en una crítica cultural más amplia. En un mundo donde las narrativas sociales y culturales tienen un peso tremendo, lo simbólico adquiere un poder que iguala, e incluso supera, al de lo material. Buñuel nos recuerda que el fuego del pensamiento y la percepción, al igual que el fuego real, tiene la capacidad de transformar, destruir y, en última instancia, revelar verdades ocultas sobre la condición humana.

De este modo, Viridiana no solo resiste el paso del tiempo, sino que continúa desafiándonos a reflexionar sobre el poder de las imágenes, las percepciones y los símbolos en la construcción de nuestras realidades. En este fuego simbólico, Buñuel nos invita a mirar, y tal vez a quemarnos también. Ahora ya entiendo un poquito más las metáforas que cuando era niña.

 

 

 

Fuente: Julio Astillero

redaccion@diariocambio22.mx

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