El Ejército Mexicano, Toma Distancia de la CIA Norteamericana
7 Nov. 2025
-
Despacho 14
-
El Violento Oficio de Escribir
-
El filo de la soberanía: crecen las tensiones entre la SEDENA y la CIA que fracturan la cooperación Silenciosa y en la sombra
-
La agencia de inteligencia norteamericana se encuentra bajo sospecha
Alfredo Griz / CAMBIO 22
México y Estados Unidos siempre han compartido una frontera más ancha que el mapa. Hay una frontera de información, de secretos y de intereses. Y en esa línea, invisible y densa, se libra hoy una guerra silenciosa entre la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) y la Agencia Central de Inteligencia (CIA), una disputa que ya no se oculta bajo los comunicados diplomáticos ni los saludos protocolares. Detrás del discurso oficial de cooperación hay algo más profundo: desconfianza, fracturas internas y la creciente decisión del Ejército mexicano de operar por su cuenta, sin la tutela ni los algoritmos de Langley.

El detonante
El conflicto no comenzó con una filtración, sino con una revelación incómoda: operaciones encubiertas atribuidas a la CIA en territorio mexicano. La versión oficial negó de inmediato cualquier intervención extranjera. La respuesta fue tan rápida como el daño: SEDENA cerró filas, blindó sus mandos, ordenó auditorías internas y restringió el flujo de información a toda agencia estadounidense.
En los pasillos del Estado Mayor se habló de una consigna clara: “La inteligencia vuelve a ser nuestra”.
Desde entonces, el vínculo con Washington cambió de tono. Ya no hay colaboración fluida, sino reportes filtrados y desconfianza recíproca. Los agregados militares estadounidenses en la Ciudad de México detectaron un cambio de ritmo: reuniones canceladas, solicitudes de información ignoradas, misiones conjuntas pausadas sin explicación.
México decidió recuperar control, incluso si eso implicaba aislarse en su propio laberinto de guerra interna.

Los operativos de la independencia
En los últimos meses, SEDENA ha ejecutado una serie de operativos de alto perfil, con una precisión quirúrgica y un hermetismo inédito. Arrestos selectivos, incursiones en zonas dominadas por grupos criminales y decomisos masivos, todos sin la sombra ni el crédito de la CIA ni de la DEA.
El mensaje es político y táctico: demostrar que México puede golpear al crimen organizado sin asistencia extranjera.
En Culiacán, en el istmo, en la frontera norte, los despliegues se multiplican. Los drones militares operan bajo control directo del Ejército, sin intermediarios. Las líneas seguras de comunicación —antes compartidas con agencias estadounidenses— fueron migradas a canales internos cifrados. En lenguaje castrense, eso significa que SEDENA está cerrando su espacio aéreo y digital.
Pero esta independencia también tiene un costo: la pérdida del soporte técnico y de los sistemas de inteligencia que Estados Unidos había integrado desde hace dos décadas en territorio mexicano. Sin esa capa tecnológica, los operativos se vuelven más lentos, más humanos, más riesgosos.
A cambio, la SEDENA gana algo más importante que la eficacia: control.

La CIA bajo sospecha
En la narrativa militar mexicana, la CIA cruzó la línea.
El malestar comenzó cuando altos mandos descubrieron —según versiones internas— que agentes estadounidenses habrían intervenido en operaciones de intercepción sin autorización formal. Aunque la versión nunca se admitió públicamente, el eco se expandió como pólvora en los cuarteles.
No era una disputa sobre cooperación, sino sobre soberanía.
En la visión del alto mando mexicano, la CIA no sólo busca inteligencia: busca influencia. Y la influencia, en el tablero militar, es una forma de poder.
La SEDENA percibe que Washington usa el combate al narcotráfico como excusa para intervenir en decisiones estratégicas: quién se captura, cuándo y cómo se negocia la información.
Desde la óptica mexicana, la guerra contra las drogas ha sido también una guerra por el control del relato.

La otra batalla: la desconfianza interna
Puertas adentro, las Fuerzas Armadas mexicanas viven un proceso de autodepuración silenciosa. Los mandos han comenzado a rastrear fugas de información, contactos irregulares con personal de agencias extranjeras y filtraciones en operativos conjuntos.
Los informes internos hablan de oficiales reubicados, áreas de inteligencia reestructuradas y unidades de enlace disueltas.
El Ejército mexicano está volviendo al modelo vertical y hermético que lo definió en los años ochenta: centralizar todo, compartir nada.
Esa decisión ha causado tensiones diplomáticas de alto nivel. Funcionarios estadounidenses han expresado su preocupación por la “opacidad” mexicana en temas de seguridad regional.
En respuesta, el discurso de SEDENA es simple: México no está obligado a rendir cuentas sobre sus operaciones internas a ningún país extranjero.

Los otros escenarios de la disputa
Mientras las tensiones crecen, los movimientos militares estadounidenses en el Caribe y el Pacífico encendieron alarmas adicionales. Ataques a embarcaciones sospechosas de tráfico, realizados sin coordinación visible con México, fueron interpretados como una advertencia: si ustedes no comparten inteligencia, nosotros actuamos solos.
La respuesta mexicana fue endurecer su posición. En los hechos, México comenzó a monitorear sus propias costas con mayor autonomía, y en silencio amplió su despliegue marítimo, incluso sin reconocerlo públicamente.
Al sur, en Chiapas y Oaxaca, SEDENA ha reforzado su presencia ante lo que denomina “presión migratoria estratégica”, una frase que en el argot interno significa contención militar en rutas donde antes colaboraban agentes estadounidenses.
El mensaje implícito es que la defensa del territorio ya no admite observadores extranjeros.

La política y el riesgo
Las tensiones con la CIA no son sólo un conflicto entre agencias: son un síntoma de un viraje político más profundo.
El gobierno mexicano ha decidido que la narrativa de soberanía pesa más que la de cooperación.
En Washington, ese cambio se interpreta como un retroceso; en Ciudad de México, como un acto de dignidad.
Pero las consecuencias son delicadas. Sin los canales fluidos de inteligencia binacional, las operaciones conjuntas contra redes de tráfico de fentanilo y armas se fragmentan.
La CIA, acostumbrada a operar desde las sombras, enfrenta ahora un nuevo límite: un socio que ya no abre las puertas de su propia guerra.

La frontera de los secretos
Entre ambos países, la guerra contra el crimen se ha vuelto una guerra de silencios.
SEDENA sabe que Estados Unidos necesita su cooperación; Washington sabe que México no puede sostener solo su lucha. Pero entre la necesidad y la desconfianza, la comunicación se ha vuelto mínima, y cada lado opera como si el otro fuera un riesgo.
En ese escenario, el enemigo común —el crimen transnacional— se beneficia del ruido político.
En los muros del Campo Militar Número 1 se repite una frase que define el nuevo espíritu castrense:
“México no comparte su inteligencia, la ejerce.”
Y al norte del río Bravo, los analistas de Langley anotan una conclusión igualmente fría:
“El aliado más difícil es el que decide pensar solo.”
redaccionqroo@diariocambio22.mx
GPC/RCM























