El Coche Bomba de Coahuayana
8 Dic. 2025
Jorge Fernández Menéndez / CAMBIO 22
Siempre hemos dicho que Michoacán es una suerte de laboratorio del crimen y la violencia en México. Las primeras fosas comunes las vimos en Uruapan, los asesinatos masivos; la extorsión y expoliación de la sociedad también se presentaron primero en Michoacán; allí fue donde se implementó el primer gran operativo, cuando todavía era gobernador Lázaro Cárdenas Batel; la cooptación de las autoridades municipales y estatales por el crimen organizado, que desde allí asumieron también el control no sólo territorial, sino también social y económico de muchas zonas del estado nació allí.
Pero también surgió otro tipo de violencia y en los últimos tiempos aparecieron los drones artillados, las minas antipersonales, los ataques directos a las fuerzas militares. Con la explosión del coche bomba en Coahuayana se ha dado otro paso en la violencia que más temprano que tarde será replicada en otros estados.
El coche bomba estalló al mediodía en una zona muy transitada y dejó un muerto y una docena de heridos. Ha habido otras pocas acciones similares en el pasado, pero siempre fueron aisladas y dirigidas a establecimientos policiales en su mayoría. Ahora la intención fue el terrorismo, atacar a la población civil, es una escalada en la guerra. Sé que es políticamente incorrecto llamarla así, pero eso es lo que es, una guerra, por lo menos en ciertas zonas del país, de la misma forma que los grupos criminales, algunos de ellos son terroristas, aunque tampoco se quiera reconocer, hacerlo ayudaría mucho.

Lo cierto es que es demasiado lo que está en juego en Michoacán. Como hemos dicho muchas veces, se combinan muchos factores en ese estado para que conserve esa situación de territorio privilegiado para el crimen organizado. La primera, sin duda, unas autoridades que, como se comprobó desde el Michoacanazo aún en tiempos de Felipe Calderón, están profundamente penetradas a todos los niveles por los grupos criminales. Eso se ha agudizado en los últimos años y el asesinato de Carlos Manzo lo confirma.
El puerto de Lázaro Cárdenas es una tierra perdida desde hace ya mucho tiempo para el Estado mexicano. Controlada por distintos grupos delincuenciales, pero sobre todo por el Cártel Jalisco Nueva Generación, Lázaro Cárdenas se ha convertido en la puerta de entrada de los precursores químicos que llegan de Asia y que son claves para la producción de fentanilo y drogas sintéticas, que constituyen el más redituable negocio de la droga en la actualidad.
Si alguien quiere explicarse la permanencia y el largo control que mantienen los principales grupos criminales en el negocio del narcotráfico, deberá buscarlo en su amplia hegemonía en el rubro de las drogas sintéticas, vía la operación de innumerables laboratorios en la sierra (no sólo en Michoacán, sino en toda la cuenca del Pacífico) y ahora del fentanilo para exportar esas drogas a Estados Unidos, cuyo consumo ha estado en continuo crecimiento desde hace ya varios años, mientras se mantiene el de la cocaína y la mariguana en la Unión Americana.
El fentanilo es un capítulo aparte. Las relaciones de los grupos criminales con China fueron y son excelentes. Y en Michoacán ese negocio lo maneja el CJNG. El negocio siempre va mucho más allá. Los precursores químicos son pagados con dinero, pero cada vez más también con cocaína, una droga que está en expansión en Asia, y que se envía desde México, El Salvador, Panamá y Colombia (y para allá van también carros de lujo robados y que salen de Lázaro Cárdenas).

Del puerto, los precursores, el contrabando y, los productos piratas son llevados a Apatzingán, desde donde se distribuyen; los que van hacia el centro del país, hacia Uruapan y luego a Morelia, con vía libre hacia la CDMX, Guadalajara y otras ciudades. Otros cargamentos, sobre todo de precursores químicos, son llevados a la zona que es el epicentro de la violencia en Michoacán: desde Apatzingán hacia Coalcomán, una región donde las autodefensas se convirtieron en cárteles.
Allí en la frontera con Colima y Jalisco, y en esa ruta que pasa por Apatzingán y que va también hacia Uruapan, se desarrolla la guerra entre Cárteles Unidos (apoyados por La Nueva Familia Michoacana) y el cada vez más hegemónico Cártel Jalisco Nueva Generación, que controla la frontera estatal y también el puerto de Manzanillo. El narcotráfico descubrió hace tiempo, mucho antes que nuestras autoridades, que sus bases de control tenían que ser locales y que la base del mismo pasaba por las autoridades municipales: desde tiempo atrás comenzó a financiar campañas, a cooptar fuerzas policiales locales y, con el paso del tiempo, muchas de las policías se convirtieron en las propias redes del narcotráfico local.
A partir de allí construyeron otras redes, cada vez más importantes para su operación, que incluyen desde el control de aeropuertos, carreteras, terminales de camiones y medios de comunicación, hasta mecanismos de control sobre el transporte público, sobre todo los taxistas, la construcción y la producción. En varias ciudades como Apatzingán o Uruapan ésa ha sido la norma.
El control es la palabra clave, y los operativos, ahora en forma destacada el que se ha implementado después del asesinato de Carlos Manzo, lo que han hecho es tratar de romper esos esquemas de control. Pero no será fácil. Los grupos criminales, en este caso el CJNG en particular, están dispuestos a escalar la violencia para impedirlo. El coche bomba de Coahuayana es simplemente un recuerdo del futuro. Habrá que afrontar ese desafío: no hay otra opción.
GPC/RCM





















