El Circo de las Aduanas: Rafael Marín y el Espejismo del Combate al Contrabando
24 Oct. 2025
Redacción/CAMBIO 22
Por las carreteras del poder se levantan murallas invisibles: bodegas de corrupción, contenedores fantasmas, cifras que se inflan como espuma bajo el sol. En medio de ese teatro de cifras y discursos, un hombre aparece bajo los reflectores prometiendo limpieza. Se llama Rafael Marín Mollinedo. Y lo suyo, hasta ahora, parece más un espectáculo de humo que una revolución fiscal.
El regreso del reformador
Cuando Rafael Marín regresó a la cabeza de la Agencia Nacional de Aduanas, llegó con la narrativa del “renovador”, del hombre que venía a erradicar el huachicol fiscal, el contrabando y la podredumbre enquistada en los puertos del país.

Prometió control, transparencia, moralización.
Pero detrás de cada rueda de prensa y cada cifra espectacular —miles de carpetas, cientos de miles de millones “recuperados”—, el polvo de la duda empezó a acumularse en los rincones.
Los números eran grandes, brillaban.
Demasiado grandes.
Y, como todo lo que brilla, estaban hechos para la vista, no para el tacto.
Nadie sabía cuántas de esas carpetas se habían judicializado, cuántas terminaban en una sentencia real, en una recuperación tangible.
La mayoría eran promesas flotando en comunicados, estadísticas que no se podían verificar sin una lupa y un permiso que nadie otorgaba.
El enemigo imaginario
Marín supo explotar una palabra poderosa: huachicol.
La convirtió en metáfora, en eslogan, en espada. El “huachicol fiscal” era el monstruo perfecto para un país cansado de los fantasmas de siempre. Pero el combate se quedó en los márgenes de los noticieros: anuncios, decomisos selectivos, detenciones ruidosas… y poco más.

El monstruo sigue vivo, alimentado por los mismos dientes que dice querer arrancar: agentes, marinos, empresarios, intermediarios. Los operativos golpean las ramas, nunca las raíces. Mientras tanto, los mismos puertos siguen filtrando combustible, mercancía y dinero como heridas abiertas.
La cortina de las cancelaciones
Para sostener el discurso del cambio, Marín anunció la cancelación de contratos multimillonarios. Los presentó como trofeos de transparencia. Pero tras el teatro del anuncio, nadie mostró las actas completas, las sanciones, los expedientes.
No hubo funcionarios destituidos ni empresarios en la cárcel. Solo comunicados con aroma a redención y cámaras encendidas al momento justo. Las aduanas mexicanas, uno de los órganos más corroídos del Estado, siguen siendo un animal indómito. Cambian los titulares, no las prácticas. Cambian los discursos, no las rutas del contrabando. Cambian los nombres, pero el dinero se sigue fugando por los mismos huecos.
El político que fingía no serlo
En Quintana Roo, mientras tanto, el rostro de Marín empezó a aparecer en espectaculares. Su nombre, su sonrisa, su narrativa del servidor incorruptible. El funcionario que hablaba de limpiar las aduanas empezó a parecer más un candidato que un reformador.
El combate al huachicol se volvió telón de fondo para algo más íntimo y calculado: la construcción de una imagen. Y esa imagen, envuelta en cifras infladas y discursos de moral, fue su campaña más efectiva. Hablar de corrupción le dio credibilidad; combatirla, al menos en los papeles, le dio futuro.
Porque, en el México contemporáneo, no hay mejor plataforma política que la promesa de limpiar lo sucio, aunque sigas caminando con los zapatos llenos de lodo.
El silencio del resultado
A cinco años del nacimiento de la ANAM, las aduanas siguen siendo tierra de nadie:

Los puertos militares se rigen entre lealtades, los decomisos se celebran más que se auditan, y los contrabandistas reaparecen bajo nuevos nombres.
Las “carpetas integradas” son eso: papeles acumulados, sin sentencia ni devolución de dinero público.
No hay transparencia en los resultados, ni datos abiertos sobre las sanciones, ni pruebas de que las cifras multimillonarias hayan regresado realmente al erario.
Solo queda un espejismo de justicia, sostenido por ruedas de prensa, videos editados y la imagen de un hombre que sonríe frente a cámaras, convencido de su propio relato.
El fondo del espejo
La historia de Marín Mollinedo en las aduanas no es solo la de un funcionario: es la de un país que confunde discurso con acción, espectáculo con reforma. Cada sexenio fabrica su redentor, su enemigo y su cruzada moral. Y cada redentor acaba devorado por la misma bestia que prometió domar.
Hoy, el sistema aduanero mexicano sigue siendo un laberinto donde se pierden millones y se fabrican fortunas. Y Marín, lejos de limpiar la casa, parece haberla redecorado para el aplauso. El combate a la corrupción se convirtió en campaña. El combate al huachicol, en una puesta en escena. El país, en el fondo, sigue esperando resultados reales mientras aplaude cifras que solo existen en el aire.
Afuera, en los muelles y carreteras del país, los contenedores siguen cruzando con la impunidad de siempre. En los despachos, los mismos funcionarios calculan nuevas rutas, nuevos nombres, nuevos aliados. Y en los espectaculares del Caribe, la sonrisa de Rafael Marín sigue prometiendo limpieza.
La ironía es total: el hombre que debía cerrar las fugas fiscales abrió otra, más profunda, por donde se escapa la credibilidad del Estado. No la del dinero, sino la de la esperanza. Y esa, como todo lo que se roba en México, no se recupera jamás.
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