JuanJo Sanchez / CAMBIO22

El caso del “Comandante H” no solo exhibe el nivel de infiltración del crimen organizado en las instituciones de Tabasco y de rebote de toda la República Mexicana… Revela algo más grave: que buena parte del aparato político que sostiene a Morena, desde sus raíces lopezobradoristas, sigue siendo opaco, impune y dispuesto a encubrirse entre sí.

Este escándalo, que involucra directamente a Adán Augusto López Hernández exgobernador tabasqueño y actual coordinador de Morena en el Senado, marca un parteaguas para la presidencia de Claudia Sheinbaum Pardo. O rompe con ese pasado, o se hunde con él. Y como ya sabes que Mi Pecho No Es Bodega en estas líneas Te Lo Cuento.

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No hay espacio para medias tintas. El secretario de Seguridad de Tabasco durante el gobierno de Adán Augusto hoy es prófugo internacional. Está vinculado al Cártel Jalisco Nueva Generación, al grupo “La Barredora” y señalado por delitos que van del lavado de dinero al tráfico de armas. No es un error administrativo, ni un caso aislado: es la confirmación de que durante años se tejió una red de protección institucional que permitió el avance del crimen desde el Estado. Y esa red tuvo nombres, decisiones y complicidades. Nadie puede decir que no sabía.

La reacción del propio Adán Augusto —“nunca sospeché de él”— es insultante. Un gobernador no puede lavarse las manos ante el historial criminal de su secretario de Seguridad. Si no lo supo, fue negligente. Si lo supo, es cómplice. En cualquier caso, no está capacitado para coordinar una mayoría legislativa.

La presidenta Claudia Sheinbaum lo sabe, pero hasta ahora ha optado por la cautela. Ha dicho que “no se cubrirá a nadie”, pero se ha negado a nombrar al responsable político. Y eso es justamente lo que este país ya no puede permitirse.

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En los hechos, este caso pone en tensión uno de los pilares del nuevo gobierno: la promesa de gobernar con independencia. Porque Adán Augusto no es un operador cualquiera. Es parte del núcleo duro del lopezobradorismo, junto con nombres como José Ramiro López Obrador (Secretario de Gobierno), Nicolás Mollinedo (exchofer convertido en operador), y Rafael Marín Rafael Marin Mollinedo, quien acaba de ser reciclado como titular de la Agencia Nacional de Aduanas tras su fallido paso como embajador en Suiza.

La pregunta es inevitable: ¿Cuánto poder sigue teniendo ese bloque dentro del nuevo gobierno?

Rafael Marín, por ejemplo, no es solo un veterano de toda la confianza de AMLO. También ha sido vinculado —directa o indirectamente— con irregularidades en el manejo del Corredor Interoceánico y con redes de tráfico en las aduanas. Sus antecedentes no fueron motivo de sanción, sino de premio. Hoy, además, ya suena como posible candidato a la gubernatura de Quintana Roo. El mensaje es claro: el sistema de cuotas internas sigue funcionando, aunque ahora se vista de relevo generacional. Y eso debilita el discurso del cambio.

Para Sheinbaum, el dilema no es menor. Si rompe con estos cuadros, arriesga fricciones internas con un grupo que todavía controla espacios clave en el Senado, en las entidades y en la estructura partidista. Pero si los protege, pagará un costo mayor: su proyecto se convertirá en una administración continuista, secuestrada por operadores con lealtades a otro liderazgo, que ya no rinde cuentas ni al electorado ni al país, sino a una lógica de pacto interno.

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Y no se trata de un debate ético, sino político. México ya no está en condiciones de tolerar más redes de protección disfrazadas de gobernabilidad. El crimen organizado avanza cuando los políticos dudan, cuando los presidentes callan, cuando los liderazgos postergan decisiones por cálculo. El caso del “Comandante H” es una oportunidad para marcar un punto de quiebre. Si no se sanciona políticamente a Adán Augusto, si no se transparentan los vínculos de su administración con el crimen, si no se revisan los nombramientos que se reciclan dentro del mismo bloque de poder, entonces todo lo demás es simulación.

Claudia Sheinbaum tiene hoy más poder del que tuvo Andrés Manuel López Obrador en sus primeros meses. Tiene gobernadores aliados, un Congreso mayoritariamente morenista, una sociedad expectante, y una oposición aún desarticulada. Tiene la fuerza para reconfigurar al partido, para renovar los liderazgos y para imponer una nueva lógica de responsabilidad. Lo que no tiene —todavía— es una narrativa clara sobre qué hacer con el pasado inmediato.

El lopezobradorismo dejó avances y deudas. Pero sobre todo dejó estructuras. Algunas útiles, otras profundamente dañinas. Si no hay un deslinde real, si no se señala con claridad a quienes están vinculados a casos como el de Tabasco, la 4T terminará devorada por su propio ego. Y eso no será culpa de los adversarios, ni de los medios, ni del “golpeteo”. Será una decisión tomada desde el poder: callar, posponer y proteger.

 

 

 

Fuente: Facebook

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