• Un vistazo a la historia y características del caballo nacional de México

 

 

Redacción/CAMBIO 22

El caballo “Criollo” Mexicano ha sido fundamental en la historia equina del país, evolucionando desde la llegada de los primeros ejemplares desde la isla de Cuba en la década de 1520. A diferencia de la creencia popular, estos caballos no descienden de los traídos por Hernán Cortés en 1519, sino de los introducidos posteriormente, especialmente después de la caída del Imperio Mexica en 1521.

Por lo general, el caballo criollo mexicano es ligero y de baja alzada, con una altura promedio que varía entre 1.22 y 1.45 metros. Se caracteriza por una cabeza fina y delicada, fosas nasales anchas, cuello corto y orejas pequeñas. Sus extremidades son delgadas pero fuertes, con cascos pequeños, duros y resistentes. En cuanto al pelaje, históricamente se ha encontrado una variedad que incluye zainos, alazanes, grullos, moros, ruanos, bayos y sus diversas variantes.

A menudo subestimados por extranjeros, especialmente estadounidenses, por su apariencia tosca, los caballos mexicanos compensaban esta percepción con una resistencia, agilidad e inteligencia sobresalientes. Eran reconocidos por su fuerza y capacidad para resistir largas jornadas de trabajo con poco alimento y agua, sin mostrar signos de fatiga. Este atributo se debe en parte a su crianza en condiciones salvajes y a su marcha característica, conocida como “paso”, similar a una ambladura.

Los relatos históricos de extranjeros, como el de Alexander Forbes Barrister en su libro “A Trip to Mexico 1849-50”, destacan la asombrosa resistencia de los caballos mexicanos, capaces de recorrer grandes distancias sin descanso. Forbes describe cómo uno de estos caballos cubrió más de 600 millas en apenas dos semanas, con solo un día de reposo en el camino.

El legado del caballo criollo mexicano perdura como testimonio de su adaptabilidad y robustez en diferentes condiciones, marcando un capítulo significativo en la historia ecuestre de México y más allá.

 

 

 

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