Redacción/ CAMBIO 22

El próximo 27 de octubre, de cara al Jubileo del año 2025 (que arrancará el 24 de diciembre con la apertura de la Puerta Santa), el famoso baldaquino que se alza en el crucero de la basílica de San Pedro en el Vaticano, sobre la sepultura del apóstol, un imponente templete de 30 metros de altura apoyado en cuatro columnas salomónicas de bronce que fue erigido por Gian Lorenzo Bernini entre 1624 y 1635, volverá a lucir en todo su esplendor.

El monumento, obra del gran maestro del barroco, pensado como un gigantesco catafalco con cuatro columnas salomónicas de bronce decoradas con ramos de laurel y abejas (símbolos de la dinastía Barberini, la del papa Urbano VIII) coronadas por cuatro ángeles, ha recobrado ahora su brillo tras los nueve meses de ardua tarea que ha implicado su primera restauración en 250 años.

Y es que el paso del tiempo, inexorable, acabó por oscurecerlo bajo una gruesa capa de suciedad. “Ha vuelto a ser el centro, el fulcro y la referencia de la basílica”, ha declarado con entusiasmo el ingeniero Alberto Capitanucci, responsable técnico de la Fábrica de San Pedro, el organismo que custodia la Basílica vaticana, tras su restauración.

Una labor meticulosa

Los trabajos de restauración solo se han centrado en el aspecto “externo” del monumento para que toda su ornamentación sacra, tanto vegetal como animal, vuelva a recobrar su luz original. Pero antes de llevar a cabo tan titánica tarea, los expertos pasaron seis meses estudiando el estado del delicado monumento, que pesa más de 200 toneladas (60 de ellas son de bronce) y cuyas columnas, rellenas de hormigón, se asientan en un suelo excavado y hueco, sobre la cripta de los papas y una antigua necrópolis romana.

Carlos Usai, uno de los cuatro expertos restauradores que han llevado a cabo este complejo trabajo, ha explicado que en el transcurso del mismo, el equipo se ha encontrado con diversas sorpresas ocultas entre los recovecos del baldaquino, algunas tan singulares como una lista de la compra que alguien escondió en el siglo XIX y en la que había escrito, entre otras cosas, que necesitaba tomates y cebollas.

Finalmente, Susana Sermati, otra de las restauradoras involucradas en el proyecto, ha destacado respecto a la meticulosa tarea que su equipo ha llevado a cabo que “el mayor desafío fue la magnitud de la obra y el poco tiempo que teníamos, lo que requería trabajar con gran profesionalismo. A pesar de todas las dificultades, hemos conseguido una limpieza profunda que ha revelado la belleza del cobre dorado del monumento. Ello permite apreciar la sensación y la profundidad de este material, lo que lo convierte en una verdadera joya artística”.

 

Fuente: National Geographic

redaccionqroo@cambio22.mx

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