Despojo… el de Morena. Y de este Gobierno
10 Dic. 2025
Verónica Malo Guzmán / CAMBIO 22
Ricardo Monreal se despachó con la cuchara grande: en lugar de responder con argumentos, con sustancia a preguntas incómodas, aprovechó para promocionar su libro —irónico título– El despojo. Mientras él fantasea con el “despojo histórico” de hace 178 años, su clan más bien acumula los despojos contemporáneos: al erario, al pueblo, a la memoria.
Pero no solo es él. La 4T, su versión 2.0 bajo Sheinbaum, se glorifica de “acabar con la corrupción”. Una promesa: “la honestidad no es la excepción, es la regla”. Dicen. Lo repiten. Lo venden. Pero cualquier ciudadano que viva en México sabe que el cuento no les alcanza para tapar la realidad.
Empecemos por el despojo monumental: las obras insignia del obradorato, convertidas en ductos abiertos de recursos públicos.
El Tren Maya, esa vena abierta de la península, pasó de un presupuesto inicial de 140 mil millones a superar 500 mil millones de pesos en gasto acumulado, según estimaciones oficiales. Cada modificación de trazo, cada tramo militarizado, cada contrato por asignación directa operó como un método de drenaje del erario. Para colmo, hoy opera parcialmente, con fallas, socavones y un costo de mantenimiento anual que ronda los 20 mil millones.

El AIFA —el aeropuerto “más barato del mundo”— ya duplicó su costo original, superando los 230 mil millones, y aun así transporta menos pasajeros de los que tenía el aeropuerto de Toluca antes de su declive.
La Refinería Dos Bocas —ese regalo ardiente a Pemex— empezó costando 8 mil millones de dólares y ya rebasó los 16 mil millones. Abierta sin estar lista, operando sin refinar, todo mientras la 4T pagaba sobrecostos a proveedores cercanos, construía bodegas fantasma y contrataba empresas sancionadas.
Y ahí está el Cablebús, las líneas del Metro sin mantenimiento, el despojo a la infraestructura existente para financiar “la nueva postal propagandística”.
Todo eso es despojo público. A la vista de todos.
Vayamos ahora al despojo más reciente —y escandaloso— del sistema de salud. Birmex, la paraestatal encargada de la compra consolidada de medicamentos, adjudicó contratos a proveedores sin competencia real, favoreciendo ofertas más caras, con un sobrecosto detectado de 13,000 millones de pesos en al menos 175 claves de medicamentos. Separaron a cinco funcionarios. Cancelaron la compra. ¿Y luego? Nada. La FGR ni siquiera tiene una sola investigación formal contra los responsables. Los pacientes siguen sin medicinas; los corruptos siguen con su libertad intacta.
Ese despojo es doble: del erario y de la salud. Porque cada quimio no aplicada, cada tratamiento suspendido, cada madre que pidió un medicamento y recibió un “vuelva después”, es parte del costo humano de esta rapiña.
Pero quizá no haya un despojo más cínico —y burdo— que el del sistema de abasto de medicamentos. Primero fue la megamorgue llamada “Megafarmacia del Bienestar”, ese mausoleo refrigerado que presumieron como la solución definitiva al desabasto y que terminó siendo un bodegón vacío, incapaz de surtir ni el 1% de las solicitudes recibidas. Luego vinieron las farmacias del Bienestar, puestitos improvisados que no cumplían estándares mínimos, que abrían sin inventario, sin personal capacitado, sin cadena de frío, y que operaban como escenografía de campaña. Y ahora llegamos al clímax del despropósito: los quioscos con ruedas, vitrinas ambulantes donde se pretende despachar salud pública como si fueran cocos en la playa. Cada iteración es un despojo nuevo: despojo del derecho a la salud, despojo de recursos públicos tirados en ocurrencias, despojo de la dignidad de pacientes obligados a peregrinar de maqueta en maqueta gubernamental para recibir lo que legalmente les corresponde.

Y claro, esto se suma al despojo sistemático de la 4T a los poderes autónomos, a los contrapesos, a los fideicomisos. Eliminación del Fonden —para que los damnificados dependan de la dádiva presidencial—, desaparición de los fideicomisos del Poder Judicial —para asfixiarlo—, absorción de fondos ambientales, de ciencia y de cultura. Todo para redirigir recursos a las obras presidenciales o para tenerlos a mano cuando el partido lo necesite.
Pero si hablamos de despojo, inevitable mencionar al Monrealato, esa familia que convirtió Zacatecas, Fresnillo y prácticamente todo cargo disponible en patrimonio particular.
La lista es larga: concesiones de agua para uso agrícola que sus vecinos no pueden obtener, contratos del Senado por más de 90 millones de pesos para servicios opacos, empresas de parientes operando como proveedoras, nombramientos de familiares en gobiernos estatales y municipales, control del aparato local de seguridad pública mientras la violencia se disparaba.
Ricardo Monreal es maestro del despojo silencioso: el que no deja sangre —o no tanta— en la calle, pero sí cuentas infladas en los contratos, favores en la nómina, tierras acaparadas y presupuestos drenados.
Por eso resulta tan grotesco que él, precisamente él, quiera hablar del “despojo estadounidense” del siglo XIX mientras forma parte orgánica del despojo más grande del México contemporáneo.
Porque si quiere hablar de territorios perdidos, que empiece por los territorios simbólicos que la 4T ha devastado: el de la justicia, el de la salud, el de la democracia, el de las instituciones que sí protegían a la gente.
Los despojos de Morena no están en 1848. Están hoy, aquí, vivos, extendidos, multiplicados.
Que Monreal reclame tierras perdidas hace casi dos siglos es su derecho literario. Pero lo que no puede hacer es fingir que los despojos actuales —los que él mismo coordina y de los cuales forma parte— no están ocurriendo.
Y los ciudadanos, esos a quienes la 4T tanto dice defender, somos quienes pagamos cada peso perdido en sobrecostos, cada contrato adjudicado al compadre, cada medicamento que no llegó, cada institución desmantelada.
Ese, diputado, es el verdadero despojo.

Giro de la Perinola
(1) Y para cerrar el círculo, el “giro de la perinola”: Adán Augusto López, tan dado a la solemnidad de la falsa austeridad, decidió regalar cajas de libros de AMLO —pagadas, claro, con dinero público— a los senadores. Mientras se recortan programas sociales, mientras faltan medicinas, mientras los damnificados pasan meses sin apoyo, el exsecretario de Gobernación usa el presupuesto para repartir propaganda literaria del líder.
Nada más simbólico del verdadero carácter de este gobierno: no es austeridad, es despojo; no es moralidad, es patrimonialismo; no es pueblo, es culto.
(2) No sé si Trump llegue a coquetear o no con la idea de intervenir militarmente. Lo dudo. Lo que sí sé es que no le importa —y con razón— lo que digan los extractivos despojadores máximos, también conocidos como “el Monrealato”.
GPC/RCM





















