Del Sargazo al Fentanilo: Dos Invasiones que México y EE.UU. Deben Combatir Juntos
9 Ago. 2025
Alfredo Medellín Reyes Retana/CAMBIO 22
La mañana me sorprendió con tres lecturas que, aunque distintas en tema y geografía, parecían hablar del mismo fenómeno. En la edición de Reforma encontré, casi de corrido acerca de las vacaciones de Jorge Ramos en el Caribe; un artículo sobre la inclusión del sargazo holopelágico del Caribe en la Carta Nacional Pesquera, y otro — retomado del The New York Times — que documenta con minucioso detalle cómo sigue cruzando fentanilo desde Sinaloa hacia Estados Unidos.
En apariencia, no podrían estar más lejos uno del otro: una macroalga que inunda las playas del Caribe mexicano y un opioide sintético que cobra millas de vidas al año en Norteamérica. Pero hay un punto en el que se tocan: ambos son fenómenos que avanzan en oleadas, se adaptan a las barreras que se les ponen y, hasta ahora, resultan imposibles de erradicar.
El sargazo, explica la ficha recién publicada por la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural, tendrá permisos de pesca y una cuota de captura anual de hasta 945 mil toneladas. El objetivo: aprovecharlo como insumo para la industria —desde fertilizantes hasta biocombustibles— y, de paso, reducir su impacto turístico y ambiental. No es poca cosa: en Tulum, relata Jorge Ramos Ávalos en sus vacaciones, se han formado muros de hasta diez metros de espesor que impiden la entrada al mar y dejan un olor fétido que ahuyenta a los visitantes.
Del otro lado, el NYT reconstruye el viaje de un automóvil cargado con seis kilos de fentanilo desde Culiacán hasta Arizona. No es la carga más grande, pero sí un ejemplo claro de la capacidad de adaptación del Cártel de Sinaloa: compartimentos diseñados para engañar a los rayos X, rutas calculadas al milímetro, sobornos en puntos de control y ajustes en tiempo real ante cualquier amenaza.
Y aquí surge una idea que no puede ignorarse: la naturaleza y el crimen organizado no conocen fronteras; Enfrentarlos requiere más que muros o barreras, exige atender las causas que los alimentan. México y Estados Unidos comparten la afectación y, por tanto, la responsabilidad de combatir juntos estos retos que cruzan yeguas y ríos.
Porque tanto la macroalga como la droga operan bajo la misma lógica: se mueven, cambian, vuelven. Y si a la fuerza de la naturaleza ya la ingeniería criminal les sumamos otro factor —las oleadas políticas del otro lado del Río Bravo—, la ecuación se complica aún más. En el Caribe, la reproducción del sargazo se alimenta del cambio climático; en la frontera, el tráfico de fentanilo se convierte también en tema electoral en Estados Unidos, donde cada ciclo político parece exigir medidas más duras y declaraciones más altisonantes.
Lo que une a estos dos relatos no es sólo su complejidad, sino el momento en que los leí: uno después del otro, en Reforma y en redes sociales. La coincidencia me recordó que, a veces, las noticias más dispares dialogan entre sí y revelan un patrón común.
Y ese patrón nos señala que las soluciones más efectivas no están únicamente en las playas o en las aduanas, sino en atender lo que hace que el problema vuelva una y otra vez. En el Caribe, eso significa actuar frente al cambio climático y la contaminación marina que alimenta al sargazo; en la frontera, atacar las redes financieras, la demanda y los vacíos sociales que permiten que el fentanilo prospere. Porque cuando un fenómeno parece infinito, la única forma real de detenerlo es ir a la raíz, no sólo contener la ola.
Fuente: Medium
redaccionqroo@diariocambio22.mx
RHM/DSF





















