De la Pluma de Miguel Reyes Razo / Mi Paso por 24 Horas… (IV)
12 Jul. 2025
Miguel Reyes Razo/Redacción/CAMBIO 22
—Esos del Canal Ocho, jefe —había dicho Fernando Alcalá a su compadre Jacobo Zabludovsky— son un buen equipo… ¡de segunda división! Jejeje.
Y lo repitió en el umbral de la residencia del embajador de Chile en México, cuando Joaquín López-Dóriga, él mismo y Miguel Reyes Razo intentaban —a codazo, empujón y pujido— ir tras los pasos del presidente Salvador Allende. Lo conseguimos. También el director de Excélsior, don Julio Scherer, iba en compañía de un “taquígrafo parlamentario”, de los expertos que trabajaban en Los Pinos. Iban con el presidente Luis Echeverría a todos lados.
—Segurito que lo va a entrevistar…
—Scherer tuvo que pedirle el favor a Echeverría…
—¿No que no?
Muy bien abrigado se nos presentó el doctor Salvador Allende. Le pregunté:
—¿Cómo vio, señor presidente, la recepción, la bienvenida que le dio el pueblo mexicano?
—¿Qué cómo la vi? —exclamó satisfecho—: ¡Cómo la viví!

Para entonces —fines de 1972— Joaquín López-Dóriga y yo ya éramos buenos amigos. Amistad que se inició en la redacción de El Heraldo de México en los primeros meses de 1968.
Moda Mao. Don Mario Santoscoy —jefe de Información— decidió:
—A partir de mañana cubre usted la fuente del aeropuerto de la Ciudad de México. Muy atento por si alguna personalidad da una conferencia en el Salón Oficial…
Y allá, al aeropuerto, fue López-Dóriga.
Estricto, exigente, profundo conocedor del periodismo y de los reporteros, el señor Mario Santoscoy, formado en los periódicos La Prensa y Novedades, as en la fuente obrera, infatigable, conoció ahí a don Manuel Buendía Téllez-Girón. Amigos y firmes compadres.
—Aquí —ordenaba a la plantilla de reporteros de El Heraldo— se viene antes de las diez de la mañana a leer periódicos, a enterarnos qué nota ganamos o qué información perdimos. Yo entrego a cada uno su orden…

Y sí: reporteros a madrugar. Todos, sin excepción. Desde el veterano Homero Bazán Víquez, el agradable Pepe Falconi, el lisonjero Rafael Lizardi —apodado “Coyote”—, la claridosa —hasta imprudente— señora Olga Moreno, y el pujante Leopoldo Mendívil, que cubría las actividades del presidente Gustavo Díaz Ordaz.
—Hay aquí —refirió Santoscoy— un reportero que hizo la carrera por correspondencia. ¡Háganme el favor! Una desgracia…
—Ramírez Méndez. Fue porque Cadena, el jefe de Redacción, dio en abrir una escuela de periodismo. Y un señor le escribió desde Michoacán para inscribirse. Y Cadena aceptó. Su escuela no tuvo mucho éxito; desapareció. Pero un día se le apareció aquí Ramírez Méndez:
—Aquí traigo mi diploma, señor Cadena. Deme trabajo —le pidió.
Y muy bien arreglado, con educados modos, con actitudes serviciales ansiosas de buen trato, llegaba Ramírez Méndez. Y también Sotero Garciarreyes, de la fuente policiaca.

Ganó pronto Joaquín López-Dóriga la simpatía de los compañeros. Más cuando encabezó una protesta contra un extraño, Livingston Denegre Vaugth, quien trató de forma grosera y ofensiva a una muy apreciada reportera de la sección de sociales. Joaquín puso en su sitio al grosero. Todos lo secundamos, y poco después Denegre Vaugth desapareció del diario.
Mi inolvidable maestro Luis Spota publicó un par de relatos míos.
—Quiero entrar al periódico, maestro. Quiero ser reportero —le pedí.
—Déjame ver, Miguel.
—¿Tienes buena ortografía? ¿Lees con buena velocidad? Pues estás listo para ser corrector de estilo, maestro. Es lo que el señor Alarcón dijo, Miguel. ¿Le entras?
Unos meses después, tras el cese del señor Ángel Torres de la jefatura de Información, y poco antes de la llegada de don Mario Santoscoy, este me llamó:
—Deje ya eso de la corrección. A partir de mañana cubrirá la fuente educativa y universitaria. Muy atento con el secretario Agustín Yáñez, escritor, exgobernador de Jalisco… Le diré a Luis Díaz Thome, que ya se va, que lo presente con el director de Prensa de Educación. ¿Conoce a Pablo Marentes, Reyes Razo? Es el director de Prensa de la Rectoría de la Universidad.
Fui con el maestro Luis Spota. Lo puse al tanto.
—Ahora mismo le echo un telefonazo a José Rogelio Álvarez. Tipazo. Lujo. Es el jefe de Prensa de la SEP. Te felicito, Miguel. Me da mucho gusto.
—Se lo debo a usted, maestro. Gracias por su ayuda… maestro Spota.
—Oiga, Reyes Razo, quiero que haga la guardia de las diez de la noche al cierre. El jefe de talleres, Agustín Allard, o Santos, su ayudante, le dirá. Allard echa a andar la rotativa. Entonces ya se puede ir.
—Cheque funerarias. Delegaciones. Puestos de socorro. Las cruces: Roja y Verde. Busque a otros “guardianes” para averiguar algo fuerte. Esté al tanto de los enviados especiales. Que le dicten la información. Abusado.

Así era. También Joaquín López-Dóriga hacía la guardia.
—En Excélsior llaman “la caballona” a la guardia que comienza a las diez y acaba a las tres de la mañana. Bueno, sí: te pagan el doble.
En El Heraldo de México, no .(Continuará)
Fuente: El Sol de México
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