•  Estas dos películas ofrecen una visión escalofriante del amor filial desde ángulos sorprendentes: la primera explora un inquietante drama psicológico, mientras que la segunda reaviva la famosa saga de ciencia ficción con nuevos horrores.

 

 

 

Redacción / CAMBIO 22

Cuckoo

Escalofriante rara avis fílmica sobre amor filial y tenebrosas modificaciones cientificistas de tintes moreaurianos, Cuckoo es un filme protagonizado por Hunter Schafer, la actriz que brilló en Euphoria como Jules. Acá interpreta a Gretchen, adolescente en duelo por la muerte de su madre, con quien vivía. Pero ahora va con la familia de su padre, que se muda para que él y su pareja emprendan un ambicioso proyecto arquitectónico, a su nueva casa en medio de desolado resort holístico en los Alpes alemanes. Sin embargo, cuando aparece el dueño de tal complejo turístico, Herr Köning (Dan Stevens regodeándose en villanía de librito) es evidente que no se trae nada bueno entre manos y que tiene intenciones ocultas para haber llevado a la familia allí. Aunque no contaba con que la irreverente Gretchen apareciera con ellos.

Gretchen, a quien responsabilizan del empeoramiento de salud de su media hermana Alma de 10 años, quien no pronuncia palabra por decisión, es contratada para atender la recepción del lugar con un estricto horario para que por ningún motivo se quede por la noche. Sin embargo, en algún momento desobedecerá la orden y descubrirá que en ese lugar, con sus perturbadores sonidos y el extraño comportamiento de algunas huéspedes, algo tétrico está pasando.

El alemán Tilman Singer, director y escritor de esta película, toma elementos de las historias clásicas de las slashers y sus cacerías adolescentes y las junta con aquéllas de las experimentaciones científicas genéticas sobre la transformación humana hecha por un genio obseso desquiciado a la doctor Moreau para entregar esta parábola perturbadora.

Con sus parajes boscosos y un acercamiento constante a la gesticulación de su protagonista, esta historia sobre el amor filial como único anclaje en una sociedad que relega a los menores conduce poco a poco al espectador a un universo siniestro y enrarecido. La edición sonora, elemento principal en la historia (esa escena con la guitarra y los audífonos), está trabajada con encono y en sincronización con un loop que enrarece lo ya de suyo enrarecido en el que las rarezas de la monstruosidad violentísima practicada por Herr Konning a sus huéspedes femeninas son cada vez más perturbadoras.

El sonido es envolvente y acuciante para anunciar que algo acecha, sincronizado con el trinar de los cucos del título en los árboles circundantes a las propiedades.  Y las rarezas de esta rara avis fílmica se acrecentan con ese loop que devuelve al personaje unos cuantos segundos atrás una y otra vez, dejándolo a merced de su acechante cazador que aprovecha estas inexplicables brechas temporales para concluir su objetivo.

La mirada a una sociedad que no cuestiona los tratamientos, los negocios ni su entorno, siempre y cuando se ajusten a su pasiva comodidad, es uno de los elementos principales de esta historia que no explica ni se explica porque ahí radica precisamente su interés. Y es el amor filial, injustamente descreído por los adultos, lo que mueve a Gretchen para mantenerse en lucha a pesar de tener todo en contra.

 

Alien: Romulus

Al mero estilo clásico, aunque navegando entre el homenaje y la satisfacción a los fans, el uruguayo Fede Álvarez se aproxima a la franquicia iniciada hace casi 40 años por Ridley Scott navegando entre la falta de originalidad y cierta apropiación autoral. Aunque sin nada nuevo, Alien: Romulus no parte de la exploración científica de un grupo enviado a un planeta lejano y desconocido, sino de la disidencia de un grupo de trabajadores sobreexplotados y prácticamente esclavizados en un planeta minero. El grupo –que, dicho sea de paso, tiene su propia navecita a pesar de las privaciones– intenta escapar de ahí tomando de una gran nave exploradora que orbita sin tripulación las cápsulas requeridas para sobrevivir un viaje de nueve años.

Sin embargo, requiere que Rain (Cailee Spaney) y su “hermano” androide Andy (David Jonsson) vayan con ellos, porque él es la llave para abrir las compuertas de la nave que no es otra que aquélla de la que escapara Ripley.

                                                                       

Fede Álvarez no se anda con recatos y homenajea al Alien de Scott y el Aliens de James Cameron con hartas dosis gráficas sin alcanzar el gore que hubiese representado clasificaciones prohibitivas. Sin embargo sí hay situaciones de violencia desmedida combinadas con atmósferas de suspenso y terror que el uruguayo ha demostrado trabajar muy bien en filmes como el remake de El despertar del diablo y No respires. Y el factor emotivo, como ha ocurrido en sus historias, es el amor, en este caso el filial con las dos parejas de hermanos que luchan por sobrevivir la cacería del monstruo xenomorfo.

Álvarez no tenía mucho espacio para jugar dado que ocho películas anteriores ya habían hecho del monstruo un personaje harto conocido, así que su aparición era inminente y esperada, por lo que tuvo que rifarse con elementos básicos de las slashers. Y si bien Alien: Romulus, con todo y el trasfondo moreuriano que también tiene con las experimentaciones genéticas practicadas en la nave, no trasciende en la saga, resulta una historia entretenida de principio a fin, resaltando el poder femenino, la fuerza del amor, los lazos filiales y el instinto de supervivencia.

 

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