Cobijando Las Milpas del Presente para Entretejer con Ellas el Futuro
27 Feb. 2024
Redacción /CAMBIO22
Mi historia con la milpa se remonta a 23 años atrás cuando comencé mi vida laboral trabajando con milperos mayas de la península de Yucatán. Desde entonces la milpa se ha vuelto uno de mis temas de investigación y el más cercano a mi corazón.
En este escrito busco convencer de que, más allá de reconocer el valor de la milpa, necesitamos cobijarla en el presente para entretejer nuestros futuros con ella.
Lo anterior surge de la preocupación compartida de que el área donde se hace milpa se reduce día a día, confirmada recientemente al platicar con jóvenes hija/os o nieta/os de milperos. Sus respuestas ante mi consulta sobre si continuaran con las milpas familiares fueron negativas, ya no “se puede vivir de la milpa”. Ante este panorama desalentador mis propuestas son las siguientes:
Cobijemos la milpa y entretejámonos en su diversidad que abarca de la parcela al plato
Cuando pienso en la milpa como agrónoma que poco a poco se ha convertido en socióloga, me vienen varias imágenes a la mente. Una de ellas presenta hermosas plantas de maíz, algunas altas y otras chaparras, pero todas con hojas sonriéndole al sol; con plantas de frijol enredadas a ellas y de calabaza extendiéndose a sus lados.
También imágenes de maíces compartiendo espacio con habas en lugares fríos, o con ajonjolí y sandía en tierras tropicales. No olvido los tomates, quelites, verdolagas y hierbas mora que se aparecen en las milpas sin ser invitados. Asimismo, me he atrevido a imaginar milpas africanas en donde el maíz comparte espacio con las plantas de cacahuate o milpas asiáticas donde maíz y jengibre conviven en las montañas altas de Nepal.
Mi imaginación no se queda en la parcela, sino que inevitablemente termina en el plato donde éstos y muchos más ingredientes que proveen las diferentes milpas contribuyen a las variadas, balanceadas, nutritivas y deliciosas dietas de la milpa.
Es esta diversidad la que debemos proteger-cobijar, y entretejerla estrechamente en la manera en que comemos junto con nuestras familias, amistades y en eventos sociales.
Es decir, incorporar activamente las dietas de la milpa en la comida que preparamos diariamente y los platillos con los que celebramos con niña(o)s y jóvenes para que ellos los integren en su futuro, ya que la comida no solo alimenta nuestros cuerpos sino también nuestros corazones.
Cobijemos la milpa y entretejámonos en la adaptación para co-crear naturaleza
A través del tiempo, las milpas se han ido entrelazando en las diferentes geografías que definen a México como un país megadiverso. Así, podemos encontrar milpas en climas tropicales y húmedos, tropicales secos, desérticos, templados y hasta fríos de montaña.
Las milpas también presentan una continuidad temporal que no solo cubre la parcela de maíz, frijol y calabaza, sino también los cambios que sufre este terreno al ser “abandonado” y al acoger otras plantas, como los plátanos o los árboles base para recrear las selvas tropicales en periodos de cien años.
Es por ello que ecólogos como Gómez-Pompa y Kaus (1992), afirman que los bosques tropicales del sureste de nuestro país son creaciones que los agricultores que practican la milpa en roza, tumba y quema comparten con la naturaleza. Pero las milpas no solo se amplían temporalmente a través de los sistemas de roza, tumba y quema, sino que también se extienden espacialmente en los diferentes espacios que aprovechan las familias milperas, como son los huertos familiares o las milpas traperas que facilitan la caza (Toledo et al., 2008).
Estos espacios co-creados con la naturaleza no solo alimentan cuerpos, también construyen identidad y cultura. Son paisajes que se aparecen en nuestras memorias cuando evocamos nuestro terruño. Así, al cobijar a las milpas adaptadas a las diferentes condiciones climáticas y ambientales de nuestro país, aseguramos un futuro para los paisajes que se han vuelto parte nuestros patrimonios bioculturales.
Cobijemos la milpa y entretejámonos en la resistencia para reproducir cultura
Las milpas también se han convertido en refugios culturales (Florescano, 2000). En varias ocasiones, visitando comunidades de nuestras culturas originarias, he sido afortunada de participar en rituales vinculados con cosmovisiones precolombinas que se hubieran perdido si las milpas no los hubieran acogido.
Las milpas, que en época prehispánica fueron el sistema agroalimentario predominante, han sido relegadas y estigmatizadas desde la época colonial hasta nuestros días. La errónea pero profundamente arraigada idea que para salir de la pobreza los campesinos tienen que abandonar la milpa no reconoce los procesos de marginación, injusticia y desigualdad que han sufrido quienes la cultivan y se alimentan de ella.
La milpa se ha convertido en un bastión de resistencia pues también ha resistido a las condiciones marginales de cultivo, ya que milpa y vida se van entrelazando (Camacho-Villa, 2011). Son estos procesos de marginación, injusticia y desigualdad los que tenemos que transformar hacia sociedades más justas, e igualitarias.
Después de todo, la milpa y sus diversos sistemas agroalimentarios han probado ser resilientes, resistiendo y adaptándose a diferentes embates a lo largo de los años, decenios y siglos. ¿Por qué no entonces apostar por ellos entrelazando nuestros futuros a la diversidad agroalimentaria y la riqueza natural que propician las milpas? Ciertamente dicen que sin maíz no hay país y complementaría que sin milpas nuestros futuros terminarán deshilachándonos de nuestro territorio y nuestra cultura.
Fuente : ECOLOGIA
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