
Salvo que, si uno sí cree que van a intentar detener apartalugares, tendría que cuestionar si esa es la mejor “solución” que se le pudo ocurrir a un gobierno de izquierda, si además de creerlo piensan que tienen capacidad de ejecutar tales arrestos, y si creen que eso ayuda.
La Ciudad de México vive y funciona a partir de una disputa por el espacio público, dicho esto en varios sentidos: desde el uso/abuso de banquetas y calles, el derecho a la vivienda y el esparcimiento, hasta el debate de qué es o debería ser, y qué no, el ex DF.
El gobierno tiene el mandato de mediar, contener y, en su caso, sancionar esa lucha, y de buscar, además del cumplimiento de la ley, la armonía y el bienestar.
Hay vecinos hartos de que franeleros se apropien, algunas veces con actitudes gangsteriles, del arroyo vehicular, que, por cierto, no pertenece tampoco a quienes ahí habitan.

¿Encarcelarlos va a terminar el problema? Lo más probable es que haya más corrupción y cuotas encarecidas. El franelero será extorsionado por policías que alegarán que ahora cuesta más hacerse de la vista gorda.
Dicho de otra forma: cualquier chilango sabe que habría que estar loco (los hay) para decirle al franelero: llamaré a la policía porque quieres ponerme tarifa. Suerte a quien lo intente. La policía no llegará (ojalá la patrulla ande en cosas importantes), y si llega tratará de mediar (que en una de ésas es lo mejor).
Dos semanas después del último plantón de la CNTE, hay que subrayar que vivir en la capital es eso: saber que la autoridad ha renunciado a mediar en la coexistencia de derechos.

Tal conciencia hace que uno, el que tiene que vivir y apañárselas sin siglas que lo protejan, diario descuente que puede haber Metro funcionando, o no; Metrobús suspendido en su trayecto original, o no; bloqueos de avenidas principales, o no; ecobicis funcionales o ponchadas, invasores de la ciclovía a los que la autoridad no molesta, restaurantes que desde la pandemia abusan de las aceras, inmobiliarias que se roban las banquetas, tumban árboles y echan pisos de más, ruido excesivo nocturno de antros sin permiso por doquier que la policía hace como que no oye (ese superpoder que tienen los agentes para no oír escándalos que a otros impiden dormir), y, por supuesto, esquivar objetos en un espacio público privatizado por vendedores, formales o informales, o franeleros.
Saber que aquí la ley no es, ni de lejos, pareja (a los taxistas les ofrecieron, hace días, conmutarles las multas que los automovilistas sí pagan).
Porque la y el chilango promedio sabe que los franeleros actúan, estrictamente, con sentido común: si aquí nadie pone orden en nada, ¿por qué ellos debían ser los primeros? ¿Porque no están agremiados? Eso se soluciona en 3,2,1… más pronto que tarde acabarán en Morena, como cuando en tiempos del PRI las clientelas acababan con credencial tricolor.
Quizá eso busca Brugada. Una nueva clientela mientras tapa el sol, deteniendo un par de franeleros.




















