• El acervo conserva obras de Kepler, Voltaire y Erasmo de Rotterdam que fueron perseguidas por difundir ideas científicas, críticas o consideradas heréticas

 

  • Fundada en 1646, la primera biblioteca pública de América alberga más de 45 mil volúmenes, incluidos incunables y textos que alguna vez significaron excomunión para sus lectores

 

Redacción/ CAMBIO 22

El concepto del libro prohibido nació de la necesidad de la iglesia católica por controlar los contenidos y la transmisión de ideas a partir de la imprenta, pero sobre todo de la Reforma Protestante de Lutero. A partir del siglo XV se vedaron obras que contradecían su doctrina o que atentaban contra la moral.

Pese a ello, en el siglo XVI y las siguientes centurias llegaron libros prohibidos a la Nueva España. Muchos de esos textos, que hoy se consideran joyas literarias o que aportaron grandes avances científicos a la humanidad, pertenecen al acervo de la primera biblioteca pública de México y América Latina, la Biblioteca Palafoxiana de Puebla.

Esta imposición para restringir la circulación de ideas y materiales que contradecían los principios de la época, dio inicio a la censura que fue ejercida a través del Índice de Libros Prohibidos (Index Librorum Prohibitorum), un escrito hecho por la Sagrada Congregación del Índice en Europa, que formaba parte del Santo Oficio de la Inquisición.

Este índice era un tomo que incluía una lista de publicaciones que enumeraba los textos considerados heréticos, inmorales o perniciosos y que los católicos no debían leer porque atentaban contra la fe. El documento contenía títulos, obras y autores prohibidos. Posteriormente surgieron índices de diferentes países que se regían bajo sus propias consideraciones.

Muchos libros prohibidos llegaron a la América virreinal de manera ilegal, burlando los controles establecidos. Eran obras que pertenecían a bibliotecas privadas de eruditos. En algunos casos podían ser libros que adquirían viajeros o navegantes y luego los introducían por los puertos.

No sabemos cómo llegaron los libros prohibidos a Puebla, esa es una historia que se tendría que investigar por libro. Las personas podían tener en su casa libros prohibidos y nadie se enteraba porque no eran acervos públicos. Para saberlo se necesitaba que alguien denunciara. Los acervos de los seminarios, conventos, o colegios sí tenían una revisión porque existía el puesto de bibliotecario”, dijo Fabián Valdivia Pérez, gestor e investigador independiente, asesor de Museos Puebla, organismo público que administra la Palafoxiana.

La censura en la Angelópolis respondió a los mismos criterios que en el resto de Hispanoamérica. No existe una lista oficial de libros prohibidos en Puebla, pero desde la creación de la Biblioteca Palafoxiana, la primera pública en México, se rigió bajo las directrices del Índice de Libros Prohibidos hecho en España, hasta el México independiente, en 1821. Después se condujo bajo el de Roma.

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La Biblioteca Palafoxiana debe su nombre a Juan de Palafox y Mendoza, quien llegó a Puebla de los Ángeles en 1640 para tomar el cargo de obispo. Seis años más tarde, el 5 de septiembre de 1646, donó su librería y se convirtió en precursor de la primera biblioteca pública de México y del Continente Americano, actualmente denominada Memoria del Mundo por la UNESCO.

La Palafoxiana es la más rica en impresos de Hispanoamérica y está conformada por 45 mil 059 volúmenes que datan del siglo XV al XIX, y una menor cantidad del siglo XX. La biblioteca está formada por tres colecciones: libros, manuscritos e impresos sueltos.

Los volúmenes están distribuidos en 54 materias: derecho canónico, teología, patrística, pontífices, homilética, liturgia, hagiografía, derecho civil, historia civil, medicina, filosofía, geografía, literatura, química e industria, entre otros. Contiene textos en 14 idiomas: español, latín, francés, italiano, inglés, portugués, alemán, holandés, náhuatl, mixteco, griego, hebreo y árabe.

No sabemos cómo llegaron los libros prohibidos a Puebla, esa es una historia que se tendría que investigar por libro. Las personas podían tener en su casa libros prohibidos y nadie se enteraba porque no eran acervos públicos. Para saberlo se necesitaba que alguien denunciaraFabián Valdivia Pérez, gestor e investigador independiente

El texto más antiguo de la Biblioteca Palafoxiana es un incunable que data de 1493: La Crónica de Nuremberg, escrita por Hartman Schedel. Su acervo cuenta con ocho incunables más, es decir, libros impresos antes del 1 de enero de 1501, entre ellos, precisamente, el que les dio el nombre de “incunables”. Es el libro Holandés Cornelio Van Veughen, impreso por Anton Koberger; fue ilustrado con dos mil figuras grabadas por Miguel Wohigemuth.

Fabián Valdivia Pérez explicó que el acervo de la biblioteca tiene un gran número de ejemplares que, entre los siglos XVI y XIX, fueron libros prohibidos o censurados de autores como Johannes Kepler, Michel Nostradame y Voltaire. Incluso hay una enciclopedia de 36 volúmenes prohibida por el gobierno francés, que no estaba censurada por la Inquisición española.

Las principales razones para la prohibición de libros fueron la propagación de supuesto contenido amoral, como sátiras, comedias y pornografía; de ideas heréticas o peligrosas para la salvación del alma de los creyentes; de ideas revolucionarias que pudieran desestabilizar el poder establecido o desafiar la autoridad de la iglesia, y obras que cuestionaran el orden social o político para esta institución religiosa.

En la Biblioteca Palafoxiana hay dos libros prohibidos escritos por Johannes Kepler que son considerados grandes obras para la revolución científica de la humanidad. El primero es la segunda edición del libro Misterio Cosmográfico (Mysterium Cosmographicum, 1621).

“Kepler creía en dios y lo que estaba demostrando iba en contra de los textos bíblicos. No es un libro religioso ni de especulación teológica, es ciencia. Para poder entender el libro necesitas saber astronomía, geometría y matemáticas. El libro concluye que los planetas se están moviendo en elipses y que hay toda una estructura cósmica”, añadió.

El segundo libro es La parte óptica de la astronomía (Astronomiae Pars Optica, 1604), que sentó las bases de la óptica moderna. El libro habla sobre la concepción de la luz y trae observaciones anatómicas para entender cómo funcionan los ojos. “Estas reflexiones de Kepler no estuvieron bien vistas, por eso el libro fue prohibido. Todavía le costó trabajo a la humanidad entender lo que es el espectro electromagnético”, subrayó.

Además de la colección de libros antiguos, el acervo de la Palafoxiana contiene una importante colección de folletería y pliegos sueltos, documentos del contexto previo a la independencia del país y manuscritos para estudiar la historia de México.

Su colección de manuscritos es de 5 mil 345, testimonios únicos de las diferentes etapas de la biblioteca, documentos administrativos del gobierno eclesiástico, escritos en los que se plasma la vida intelectual y religiosa del Real Seminario Palafoxiano, primero en América.

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Están ahí, como si se hubieran escondido durante siglos para contar, ahora, la historia de lo que significaba leer contra la voluntad de la Iglesia católica.
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Desde el siglo XVI, ese catálogo elaborado por la Sagrada Congregación del Índice se convirtió en la brújula que señalaba qué títulos eran demasiado peligrosos para circular.
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El manual no era abstracto: nombraba autores, títulos, ediciones, géneros enteros. Cada volumen enlistado en el Índice se transformaba en una chispa potencial de herejía.

De igual forma, su acervo resguarda los ejemplares del primer periódico que se publicó e imprimió en la Angelópolis: La Abeja Poblana, parteaguas del periodismo en el país. Su tiraje alcanzó los 200 ejemplares. En el suplemento número 14 contiene el Plan de Iguala, promulgado el 24 de febrero de 1821.

Juan de Palafox y Mendoza fue promotor del libre acceso a la información al donar su librería formada por cinco mil volúmenes a los Seminarios Tridentinos: San Juan, San Pedro y San Pablo, los primeros de la Nueva España ubicados en Puebla, para el servicio de toda la población, tanto civil como religiosa.

Como figura central en la Puebla del siglo XVII, dejó un notable rastro que perdura hasta nuestros días. No solo terminó la inconclusa Catedral angelopolitana en nueve años, también construyó 36 templos y restauró más de 50 y más de 100 retablos, además de colegios, hospitales, casas episcopales, curatos y fachadas. También instituyó la cátedra de la lengua náhuatl que él mismo practicaba. Fundó el Colegio de San Pablo y el Palacio Episcopal.

El concepto del libro prohibido nació de la necesidad de la iglesia católica de controlar los contenidos y la transmisión de ideas a partir de la imprenta, pero sobre todo de la Reforma Protestante de Lutero. Los libros eran vistos como un elemento que podía contribuir a la difusión de ideas heréticas, inmorales o perniciososFabián Valdivia Pérez, gestor e investigador independiente

Su huella sobrepasó el cuidado y asesoramiento espiritual que proporcionaba a la comunidad y a los miembros de las iglesias y congregaciones. Destacó su literatura ascética, es decir, textos de literatura espiritual que hablan de las reglas que conducen a la perfección religiosa.

La obra literaria e histórica de Palafox está contenida en 14 tomos publicados en 1762, que han sido traducidas al francés, al italiano, al alemán y al andaluz.

Un dato curioso que se observa en la lista del Índice de Libros Prohibidos de 1790, el último español por el cual se rigió la Biblioteca Palafoxiana y que aún se conserva, es que el tomo contiene una lista extensa de obra prohibida de Juan de Palafox y Mendoza.

Juan de Palafox ya estaba en proceso de beatificación, pero tenía un peso enorme, por eso el rey de España, Carlos III, le pidió al Papa que firmara el decreto para levantar la prohibición de los libros de Palafox, y así lo hizo”, dijo Valdivia.

Los libros prohibidos de la Palafoxiana no se destruyeron

El acervo de la Biblioteca Palafoxiana se incrementó gracias a los obispos de Puebla que cedieron sus bibliotecas personales, como Manuel Fernández de Santa Cruz (1676-1699) y Francisco Fabián y Fuero (1765-1775), además este último ordenó integrar los libros de los Colegios Jesuitas tras la expulsión de esta orden por el rey Carlos III, en 1767.

Fabián y Fuero cedió su biblioteca personal, en 1772, y un año después, en 1773, levantó dentro del Colegio de San Juan (hoy Casa de Cultura de Puebla) la bóveda que, desde entonces, resguarda el acervo de la Palafoxiana. También se sumó a la biblioteca el acervo de 11 mil libros de Francisco Pablo Vázquez Sánchez Vizcaíno (1831-1847).

Juan de Palafox ya estaba en proceso de beatificación, pero tenía un peso enorme, por eso el rey de España, Carlos III, le pidió al Papa que firmara el decreto para levantar la prohibición de los libros de Palafox, y así lo hizoFabián Valdivia Pérez, gestor e investigador independiente

Esto explica que la Palafoxiana fuera una biblioteca episcopal. Su acervo se formó por las librerías de obispos, quienes poseían gran sabiduría y firmeza en su fe, por lo que ningún texto prohibido por la iglesia católica podía hacerlos dudar y doblegarlos. Además, era atendida por un bibliotecario que tenía la obligación de revisar el índice para saber si la literatura que le solicitaban los seminaristas o las personas estaba permitida o no.

El riesgo de leer un libro prohibido era que podía generar dudas en tu fe y poner en riesgo tu pensamiento, pero qué pasa si tengo personas con una fe tan fuerte y sus creencias tan sólidas, que no pasará nada si leen estos libros, porque también para ellos era interesante leer lo que está prohibido. Es el caso de los obispos que en sus librerías particulares tenían muchos libros prohibidos y esta es una biblioteca episcopal”, señaló.

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La Biblioteca Palafoxiana nació en 1646 gracias a un gesto inusual: el obispo Juan de Palafox y Mendoza donó cinco mil volúmenes de su librería personal para uso público en los Seminarios Tridentinos. 
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A la Nueva España también llegaron, pese a la vigilancia en los puertos y las advertencias de los púlpitos. Nadie sabe con exactitud cómo entraron esos ejemplares a Puebla. 
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Algunos viajaban en los cajones de soldados, otros en las maletas de comerciantes, otros más dormían en bibliotecas privadas que se resguardaban en conventos, colegios o casas episcopales.

Precisamente, por ser libros que pertenecieron a eruditos y religiosos, los libros de la Biblioteca Palafoxiana se conservaron, pero eran marcados por el bibliotecario en la portada con la palabra “Prohibido”.

Palafox dijo que los seminaristas tenían que estudiar todas las facultades y artes, y si por error el bibliotecario le entregaba al seminarista un libro prohibido, cuando él lo abría y leía la palabra ‘Prohibido’, tenía que cerrarlo y regresárselo (…) en las reglas del Índice de Libros Prohibidos dice que si tú lees estas cosas quedas excomulgado y, a diferencia de nosotros, hasta el siglo XIX la gente sí cuidaba su alma”, apuntó el especialista.

La posesión de libros prohibidos debía ser denunciada

Un caso que ejemplifica cómo los libros prohibidos llegaron al acervo de la Palafoxiana es el de Agustín Beben, un teniente coronel de los Dragones del Rey, soldados de caballería que patrullaban y defendían las fronteras de la Nueva España.

Lo enviaron a la Nueva España para estar en el destacamento de Coatepec y luego lo mandaron a Puebla. Llegó a San Javier y se trajo consigo sus cajones de libros. El párroco, que era su amigo y era (Francisco) Pablo Vázquez, fue quien lo denunció”, dijo Fabián Valdivia.

Sabemos que cuando murió, algunos de sus libros los recogió la Inquisición. Pero él le había dejado las llaves de sus cajones de libros a (Francisco) Pablo Vázquez, y cuando éste falleció donó un acervo de 11 mil libros a la Biblioteca Palafoxiana”, agregó.

El atlixquense Francisco Pablo Vázquez es considerado el primer diplomático del país. Fue quien logró que la Santa Sede reconociera la independencia de México, por lo que Puebla es considerada cuna de la diplomacia mexicana.

Uno de sus libros prohibidos que se encuentran en la Palafoxiana es Comentario a los evangelios de Erasmo de Rotterdam, un texto famoso del siglo XVII que se expurgó. Se sabe que fue de Pablo Vázquez porque tiene un sello con el que marcaba los libros de su propiedad.

Otro caso que muestra que las personas que poseían libros prohibidos debían ser denunciadas es el caso del arquitecto Melchor Pérez de Soto, un cholulteca que, a mediados del siglo XVII, vivió un proceso inquisitorial por los libros prohibidos que tenía en su casa, en su mayoría de poesía. Fue detenido el 10 de enero de 1655 y sometido a un proceso. Falleció casi tres meses después. Es recordado por su trabajo en la Capilla Real de Cholula y como maestro mayor de la Catedral de la Ciudad de México.

El libro prohibido de Catarina de San Juan

En Puebla se escribió un libro prohibido que la Inquisición española ordenó destruir, en 1696. Es la obra biográfica llamada Los prodigios de la omnipotencia y milagros de la gracia en la vida de la venerable Sierva de Dios Catarina de San Juan, actualmente conocida como China Poblana.

El libro lo redactó el padre Alonso Ramos, que perteneció a la Compañía de Jesús, y fue editado en tres tomos publicados entre 1689 y 1692. Fue una persona ilustrada que gozaba de renombre y tenía cargos importantes en el magisterio científico y fue la misma Catarina de San Juan quien, en vida, le relató sus visiones y revelaciones con toda puntualidad.

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Entre esas páginas vetadas sobresalen los libros de Johannes Kepler. La segunda edición de Mysterium Cosmographicum (1621) y Astronomiae Pars Optica (1604) figuran como hitos de la revolución científica. 
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Quedaban vetadas las sátiras, comedias, textos de ciencia que desafiaban la interpretación bíblica, tratados políticos capaces de cuestionar la autoridad, novelas consideradas inmorales, poemas con desnudos descritos línea por línea.
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El peligro no estaba solo en escribir o imprimir: también en poseer. El arquitecto Melchor Pérez de Soto, maestro mayor de la Catedral de la Ciudad de México, fue detenido en 1655 tras hallársele libros prohibidos, en su mayoría de poesía. 

De los tres tomos de la biografía de Catarina de San Juan, uno fue impreso en Puebla y los otros dos en Ciudad de México. La Inquisición española fue la que detectó que todo el libro tenía elementos heréticos y decidió prohibirlo”, informó Valdivia.

El investigador dijo que, cuando la información de la prohibición de la biografía de Catarina de San Juan llegó a la Angelópolis, el texto se destruyó por completo: “Tan se destruyeron los tres tomos que hoy solo queda un juego de esos tres volúmenes en el Centro de Estudios Históricos Carso en la Ciudad de México. Ni en Puebla hay”.

“La obra biográfica de Catarina de San Juan está prohibida en el Índice de Libros Prohibidos de 1790. Este índice se conserva en la Palafoxiana y es importante porque es el último tomo editado por la Inquisición española por el cual se regirá la biblioteca. Ya en el México independiente, como ya no pertenecemos al imperio español, ya no nos regimos por el índice español. Ahora nos sometemos al índice romano (del Vaticano), que es el índice que cobija a toda la hispanidad”, explicó.

El Índice de Libros Prohibidos de la Biblioteca Palafoxiana señala en su portada lo siguiente: “Índice último de los libros prohibidos y mandados a expurgar para todos los reinos y señoríos del católico rey de las Españas el señor don Carlos IV”.

El listado contenido en el índice iba cambiando con el tiempo porque continuamente se revisaban las obras y escritos de autores, incluso a veces podían salir de la lista si la Sagrada Congregación así lo disponía, y era informado en el propio índice.

El riesgo de leer un libro prohibido era que podía generar dudas en tu fe y poner en riesgo tu pensamiento, pero qué pasa si tengo personas con una fe tan fuerte y sus creencias tan sólidas, que no pasará nada si leen estos libros, porque también para ellos era interesante leer lo que está prohibidoFabián Valdivia Pérez, gestor e investigador independiente

Su objetivo era regular la producción de contenido intelectual y artístico ya que, en siglo XVI, gracias al poder de difusión de ideas a través de la imprenta, la reforma protestante de Martín Lutero había ganado fuerza.

“El concepto del libro prohibido nació de la necesidad de la iglesia católica de controlar los contenidos y la transmisión de ideas a partir de la imprenta, pero sobre todo de la Reforma Protestante de Lutero. Los libros eran vistos como un elemento que podía contribuir a la difusión de ideas heréticas, inmorales o perniciosos”, dijo el entrevistado.

El primer índice oficial de la iglesia católica fue promulgado por el Papa Pío IV, en 1564, durante la sesión 24 del Concilio de Trento. Sin embargo, el Papa Pablo IV había emitido su propio índice para la Inquisición romana en 1559, y la Inquisición española ya tenía su propio índice, antecedente de la censura eclesiástica, en 1551.

“El rey Carlos I de España (y V del Sacro Imperio Romano Germánico) solicitó a los intelectuales de la época que hicieran el primer índice de libros prohibidos, que fue el que reguló a la Nueva España. Es importante mencionar esto porque surgieron índices de diferentes países que se regían bajo sus propias consideraciones. Por ejemplo, en la edición portuguesa de El Quijote se mandó a eliminar un párrafo completo en el que se hace una descripción del cuerpo desnudo de Dulcinea”, compartió.

La Sagrada Congregación era la encargada de revisar las obras que circulaban ya impresas con el objetivo de saber si su contenido, e incluso, sus imágenes, podían ser aceptadas dentro de los lineamientos de la iglesia católica. Si un libro no era aceptado, la obra se destruía por completo, pero también podía ocurrir que solo fuera “expurgado”, es decir, que se quitara lo que no servía. Gracias a ello se conservaron muchas obras.

Los edictos informaban el expurgo o la prohibición

Valdivia Pérez reveló que para expurgar un libro se tachaban palabras, textos o párrafos, e incluso se suprimían capítulos enteros para eliminar contenido considerado herético o inmoral. Esta labor era realizada por los bibliotecarios, que los tachaban con tinta.

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No era un acervo privado para privilegiados, era la primera biblioteca pública de México y del continente.

Algunos criterios que se seguían para que una obra fuera expurgada y no prohibida, era que las oraciones fueran heréticas, escandalosas o blasfemas; que hablaran de ritos o ceremonias contrarias a los sacramentos. Además de que difundieran doctrinas falsas o palabras profanas, de significado u origen dudoso, o citas erróneas. También estaban prohibidas las imágenes que mostraran el cuerpo desnudo y alusiones a la superstición, hechicería y adivinación.

Si bien dentro del índice se enlistaban obras, textos y autores prohibidos o expurgados, estos eran utilizados solo por bibliotecarios o eruditos que tenían que censurar los escritos. Para dar a conocer esto públicamente la Sagrada Congregación lo hizo a través de los “edictos”.

En los edictos se informaba la prohibición de un libro o la solicitud de expurgo, es decir, de quitar los párrafos, palabras, oraciones o capítulos que no se consideraban adecuados (…) Por otra parte, solo el Santo Oficio podía sacar de los índices una obra o un autor, pero después de una evaluación de oficio. Ningún editor, impresor o bibliotecario podía sacar de un índice una obra. Por eso son importantes los edictos”, expresó Valdivia.

En el boletín número 12 del Archivo General de la Nación (abril-junio 2006), disponible para su consulta en el Archivo General Municipal de Puebla (AGMP), se lee que la finalidad principal de los edictos era dar a conocer de forma pública ciertas circunstancias o decisiones para que resultaran notorias en una localidad o ciudad:

En los edictos se informaba la prohibición de un libro o la solicitud de expurgo, es decir, de quitar los párrafos, palabras, oraciones o capítulos que no se consideraban adecuados (…) Por otra parte, solo el Santo Oficio podía sacar de los índices una obra o un autor, pero después de una evaluación de oficio. Ningún editor, impresor o bibliotecario podía sacar de un índice una obra. Por eso son importantes los edictosFabián Valdivia Pérez, gestor e investigador independiente

“Los edictos se colocaban en los edificios principales, iglesia o catedrales, de las villas, ciudades o pueblos. En teoría, eran leídos cada tercer año durante la Cuaresma en todas las poblaciones novohispanas que contaban con un mínimo de 300 vecinos. Los inquisidores lo hacían en la capital y sus alrededores, mientras los comisarios acudían a las regiones que se encontraban a cargo”.

El último Índice de Libros Prohibidos de la iglesia católica se publicó en 1948. Fue abolido por el papa Paulo VI, en 1966, cuando el cardenal Alfredo Ottaviani, secretario de la Sagrada Congregación del Santo Oficio en el Vaticano, declaró que existía “demasiada literatura contemporánea” y que la congregación del índice no podía darse abasto para revisarla toda, corregirla, censurarla o, en su caso, prohibirla.

Después de más de cuatro siglos de vigilancia y protección de las buenas conciencias de los fieles católicos, la iglesia invitó a cada cristiano a usar su entendimiento para diferenciar y evitar lecturas dañinas, exhortando a la prudencia cristiana ante contenidos que atenten contra su fe, o haciendo un llamado al discernimiento para que los creyentes seleccionen lecturas edificantes y eviten las perjudiciales para su vida espiritual.

Pero el eco persiste. La Palafoxiana conserva las cicatrices de aquella batalla. El visitante que se detiene frente a un libro marcado con la palabra “Prohibido” siente que abre no solo un volumen, sino una condena. Entre sus páginas laten las tensiones de un mundo que quiso controlar el pensamiento y que fracasó, porque los libros sobrevivieron, y con ellos la certeza de que ninguna prohibición es capaz de apagar del todo una idea.

 

 

 

 

Fuente:  El Sol de Mexico

redaccionqroo@diariocambio22.mx

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