En efecto, esta importante barrera coralina está amenazada por el desarrollo urbano-turístico y proyectos ubicados en la franja litoral; por toda una gama de desechos sólidos y plásticos; por aguas residuales de las poblaciones y de la agricultura. Y además, por el cambio climático.
En 2020, por ejemplo, un reporte de los especialistas mostró cómo su salud se había reducido por primera vez en 12 años. Y lo más alarmante: apenas 1 por ciento de los corales tenían “muy buena salud”; 8 por ciento “buena”, mientras 16 por ciento están en estado crítico y 46 por ciento con salud mala. A los factores de daño antes señalados se agrega la falta de control por instancias oficiales, la pesca ilegal y la sobrepesca de algunas especies. También, las aguas residuales de las ciudades y las actividades económicas que contaminan los ríos que desembocan en el mar; el crecimiento de macroalgas que asfixian los corales y el cambio climático, que aumenta el nivel del mar y la temperatura del agua.
En cuanto a otras formaciones coralinas mexicanas, los estudios de calificados especialistas muestran en el más reciente número de La Jornada Ecológica que igualmente están amenazadas por el calentamiento global y por el mal manejo de las pesquerías y el turismo; por los residuos de agroquímicos utilizados en la agricultura y por las aguas negras.
La supervivencia de las formaciones coralinas de México depende de la generación y uso del conocimiento científico destinado a cuidar dichos tesoros naturales. A ello es básico sumar las instancias oficiales, los grupos ecologistas y la población.
Sin protección, respeto y cuidado, los corales de nuestro país padecerán cada vez más daños irreversibles. Todavía es posible evitarlos.