Anatomía del Imperio Criminal de Ryan Wedding y “El Reino del Rey Invisible”
20 Nov. 2025
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Despacho 14
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El Violento Oficio de Escribir
Alfredo Griz / CAMBIO 22
En un continente acostumbrado a que el crimen se mimetice con la selva, con el polvo de las carreteras o con las luces polvosas del narcomenudeo urbano, el ascenso de Ryan Wedding destaca como una anomalía feroz, casi un error estadístico. Era, alguna vez, un prodigio del snowboard, un atleta olímpico con una carrera trazada hacia la gloria deportiva. Hoy, a los 44 años, es señalado como uno de los operadores más violentos y sofisticados del narcotráfico transcontinental. En la lógica del mundo criminal —que premia la astucia, no el origen— Wedding encontró su lugar natural: la cúspide.
Su historia es la disección perfecta del derrumbe moral. Un joven de familia acomodada en la Columbia Británica, quien pasó de las pistas nevadas de Salt Lake City a las mazmorras del sistema penitenciario estadounidense, y de ahí a la clandestinidad total, protegido por facciones criminales mexicanas y rodeado por un equipo reclutado a la medida de sus necesidades: violencia, lealtad, blanqueo y placer.

La red: un ecosistema de obediencia y sangre
El rompecabezas alrededor de Wedding está compuesto por nombres que, según señalamientos oficiales, cumplen roles específicos dentro de una maquinaria aceitada con dólares, criptomonedas y cadáveres.
Edgar Vázquez Alvarado, “El General”
Exagente de seguridad mexicano, convertido —según las acusaciones— en el jefe de protección del fugitivo. Su función sería decisiva: localizar enemigos, abrir puertas, bloquear operativos y asegurar la invisibilidad del canadiense en territorio mexicano. Su figura es el eslabón que conecta a Wedding con estructuras policiales y con el subsuelo donde se compra la protección y se matan los obstáculos.
Miryam Andrea Castillo Moreno, la Esposa
Una pieza clave: joven, del norte de México, acusada de lavar dinero y de haber participado en actos violentos bajo instrucción directa de Wedding. Su rol no se limita al acompañamiento; aparece señalada como parte activa del músculo operativo.

Daniela Alejandra Acuña Macías, la Novia
Colombiana, 23 años. Ubicada cerca de Morelia. Recibió —según los señalamientos— cientos de miles de dólares y habría ayudado al canadiense a obtener información sobre rivales. En la lógica de Wedding, no existe la frontera entre vida íntima y estrategia criminal: cada vínculo es un engrane funcional.
Carmen Yelinet Valoyes, la Intermediaria de Placer y Muerte
Colombiana, operadora de una red de prostitución en la Ciudad de México. Desde su esfera, habría introducido a Wedding con Acuña y estaría implicada en uno de los crímenes más simbólicos del caso: el asesinato del testigo federal Jonathan Christopher Acevedo, en Medellín. Un golpe milimétrico contra quien, años atrás, había sido parte del sistema criminal del propio canadiense.
Deepak Balwant Paradkar, el Abogado
No cualquier abogado: un facilitador. De acuerdo con los señalamientos, habría conectado al traficante con distribuidores de cocaína, gestionado sobornos y permitido el acceso a comunicaciones privilegiadas. En un mundo donde la información mata, Paradkar habría sido la llave maestra.

Rolan Sokolovski y Gianluca Tiepolo, la Ingeniería Financiera
El joyero canadiense Sokolovski, señalado como el cerebro contable, habría blanqueado millones mediante su negocio Diamond Tsar, mezclando oro, diamantes y criptomonedas en un circuito impenetrable.
Tiepolo, exintegrante de fuerzas especiales italianas, habría coadministrado bienes y activos de alto nivel, incluyendo joyas automotrices como un Mercedes CLK-GTR valuado en 13 millones de dólares.
Ambos son la demostración de algo esencial en el caso Wedding: no se trata de un narco tradicional, sino de una empresa transnacional disfrazada de personaje cinematográfico.
El Ascenso: de las Montañas Nevadas al Desierto del Crimen
Todo comenzó como comienzan los desplomes: un joven talento que se sintió invencible. Tras su paso olímpico en 2002, Wedding abandonó la universidad y cayó en la vida nocturna de Vancouver. Primero seguridad de clubes; luego productor de marihuana. En 2006, sus operaciones fueron desmanteladas. En vez de retirarse, escaló. Se metió al negocio de la cocaína con torpeza inicial: su primera operación seria, vigilada por el FBI, terminó con él en prisión en 2008.
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La cárcel fue su posgrado. Aprendió, se conectó, perfeccionó. Cuando volvió a Canadá tras pasar por prisiones de California y Texas, regresó al juego convertido en algo más peligroso: un estratega con rencores y ambiciones.
Desde hace más de una década, Wedding desapareció del radar público. Pero la violencia, esa huella inevitable, comenzó a dibujar su silueta en distintos puntos del mapa. Señalamientos lo colocan ordenando asesinatos en Estados Unidos, Canadá y América Latina, moviendo toneladas de cocaína y usando criptomonedas para enterrar millones de dólares bajo un océano digital sin fronteras.
México: Santuario y Trinchera
Las autoridades estadounidenses y mexicanas coinciden en algo: Wedding opera desde México. Altas figuras de seguridad lo han reconocido públicamente. La detención en Jalisco de Andrew Clark, uno de sus colaboradores, lo confirma indirectamente. Contactos hablan de reuniones recientes en la Ciudad de México; otros, de su presencia en zonas controladas por facciones del antiguo Cártel de Sinaloa.
Rubio, musculoso, más de 1.90 metros. Un fantasma visible. Un titán que camina entre la multitud sin que nadie quiera verlo.
Este es el sello de todo gran criminal: la inmunidad psicológica de saberse protegido por el miedo ajeno.

El Reino del Rey Invisible
Wedding no solo construyó una red criminal; construyó un ecosistema.
Cada miembro es un órgano.
Cada ciudad, un refugio o una plaza.
Cada muerte, un mensaje.
Su historia es un arco trágico, una parábola moderna donde un atleta olímpico —un símbolo de disciplina y excelencia— se convirtió en una máquina de violencia con alcance continental.
A diferencia de los narcos clásicos, no busca reconocimiento popular, ni controla territorios visibles, ni construye mitologías. Su imperio es silencioso, técnico, quirúrgico. Un monstruo articulado mediante criptomonedas, profesionales bien pagados, protección local y la brutalidad como método.
Mientras tanto, la recompensa por su captura crece. Su círculo cercano se estrecha. Las acusaciones se acumulan.
Pero Wedding sigue libre, protegido por sus alianzas, sus millones y una red construida con precisión olímpica.
La pregunta no es dónde está Ryan Wedding.
La pregunta es cuántos países deberán sangrar antes de que lo encuentren.
redaccionqroo@diariocambio22.mx
GPC/RCM




















