Enrique Quintana/CAMBIO 22

 

Nuestro país ha padecido catástrofes naturales de proporciones gigantescas en varias ocasiones.

Tal vez ninguna como la del sismo de 1985.

El impacto que entonces tuvo, en buena medida, fue responsable del cambio social y político que se produjo en México años después.

La razón de la sacudida derivó del hecho de que el gobierno se quedó paralizado tras la catástrofe y cuando intervino, más bien fue para estorbar, pues la sociedad ya había tomado el control.

Esa experiencia no se le olvidó a la sociedad.

Al paso de los años se han presentado una multitud de catástrofes naturales, sobre todo sismos y huracanes. Todos aprendimos.

Existían protocolos, recursos, mecanismos, que mal que bien, permitían hacerle frente a las crisis. Algunas con menor, otras con mayor éxito.

No hay duda de que hubo corrupción y transas, que debieron evitarse y castigarse, y muchas veces no se hizo.

En medio de todo, sin embargo, los esquemas funcionaban.

Teníamos dos maneras de recuperarnos de los desastres, una derivada de la propia dinámica de la economía y la sociedad, y otra gracias a la intervención pública.

Por ejemplo, una de ellas correspondió al sismo de 2017 que afectó tremendamente a la Ciudad de México.

Con todas las ineficacias que puedan haber existido, la capital tuvo fortaleza económica para salir adelante en un tiempo relativamente breve.

Cuando la afectación se da en una zona de alto dinamismo económico, algo así ocurre.

Un caso diferente fue el del sismo que afectó a Chiapas y a Oaxaca, también en 2017.

Aunque hubo miles de personas que lo sufrieron, el costo de resarcirles sus pérdidas fue relativamente bajo debido a la pobre condición de viviendas y otros inmuebles.

Funcionaron razonablemente los protocolos que existían.

El desastre de Acapulco no está en ninguno de estos dos extremos y nos enfrenta a diversos dilemas como país.

Le enumero algunos.

1-Tenemos un gobierno estatal que ha perdido el control de muchas zonas del territorio, incluyendo diversas partes del propio puerto de Acapulco. Los saqueos desproporcionados que pudimos observar no solo reflejan la molestia de la gente por no recibir ayuda, sino el sentido de impunidad que existe en la ciudad, a lo que ha contribuido la presencia del crimen organizado.

2-No tenemos una ciudad que se regenere por sí misma como la Ciudad de México. Si no hay una intervención pública con muchos miles de millones de pesos, Acapulco va a caer en el desastre por una nueva crisis de su actividad económica fundamental, el turismo. El gobierno tendría que apoyar a los que dan el empleo con mucho más que con exenciones fiscales.

3-Tenemos un volumen gigantesco de personas de bajos recursos que perdieron su patrimonio. El gobierno no tiene aún ni idea de cómo se los va a reponer. En el pasado, cuando los protocolos funcionaban, se detonaban de inmediato programas de empleo temporal pagados por el gobierno, precisamente limpiar y luego reconstruir. Hoy no sabemos qué va a ocurrir. Tal vez reparto de lavadoras y televisiones organizado por los ‘siervos de la Nación’. ¿A cómo el voto?

4-El gobierno estatal y municipal están borrados. Es de no dar crédito la justificación de la alcaldesa de Acapulco, Abelina López, quien llamó “cohesión social” a los robos. Las acciones para hacerle frente a la emergencia, incluyendo algo tan elemental como la seguridad, van a depender al 100 por ciento del gobierno federal… de las propias personas y empresas.

5-El gobierno federal, con Fonden o sin él, fue prescindiendo de las personas con experiencia para lidiar con catástrofes naturales, y especialmente con los efectos de los huracanes. Sí, Otis fue el más terrible que hemos visto por la velocidad de los vientos, pero no ha sido el primero ni será el último. La ausencia de conocimiento previo respecto a este tipo de eventos paralizó las acciones en las primeras horas tras la catástrofe.

Que el presidente hubiera llegado de inmediato o se haya atorado en su camioneta, para fines prácticos, resulta irrelevante.

Sin una tripulación que haga operar la nave, es irrelevante el timonel.

El tema de fondo es que no hubo protocolos eficaces, sea porque los desconocían o porque no los aplicaron por incapacidad.

Las Fuerzas Armadas, que ahora son fundamentales, pues concentran la operación de la emergencia, ahora tienen otras prioridades, y su capital humano está dirigiendo aeropuertos, construyendo trenes o atendiendo aduanas.

No sé cuál vaya a ser el impacto político del desastre.

Pero si la 4T piensa que es cuestión de repartir dinero y bienes en las siguientes semanas para que a la gente se le baje el enojo, no han entendido nada.

Tal vez no se han dado cuenta, pero en Acapulco están enfrentando uno de los mayores retos de toda la administración y la forma en que lo encaren y resuelvan tendrá sin duda consecuencias para el 2024, incluso más allá de Acapulco.

 

Fuente El Financiero
redaccionqroo@cambio22.mx

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