El objetivo de estas yuxtaposiciones no es excusar las ofensas del hombre tóxico, como tampoco lo hacía el cine negro tradicional con los asesinatos y engaños practicados por la femme fatale. Estas películas hacen algo más interesante: al retratar a un tipo socialmente desfavorecido en términos exagerados y a menudo convincentes, revelan las contradicciones de la moralidad pública. Demuestran que no estamos del todo dispuestos a prescindir de los hombres tóxicos, de la misma manera que Estados Unidos en la década de 1940 encontró algo atractivo en las mujeres que desafiaban las nociones tradicionales de feminidad.

Sin duda, la mayoría de estas películas castigan al macho tóxico, afirmando una perspectiva progresista con la misma fidelidad con la que el cine negro se adhirió en su día al código de producción moralmente conservador. En “The Voyeurs”, el sátiro queda ciego por sus crímenes. En “Fair Play”, el millennial financiero que socava la carrera de su prometida se ve obligado a punta de cuchillo a disculparse. En “Cat Person”, el interés amoroso resulta ser un acosador violento y es expulsado de la ciudad.

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Pero, al igual que las películas negras clásicas que castigaban y romantizaban a sus heroínas, estos thrillers revelan una brecha entre lo que se supone que la gente quiere y lo que realmente quiere. San Agustín dijo una vez que, para quienes carecen de espíritu, “la presencia de la prohibición sólo sirve para aumentar el deseo de pecar”. Si eso es cierto, el espíritu del progresismo sexual puede estar desapareciendo, aunque las prohibiciones que impuso siguen vigentes.