¿Dónde Está Papá?
23 Ene. 2025
Jorge González Durán / CAMBIO 22
22 de enero-. Ya rondaba los noventa años, pero caminaba erguido sin necesidad de usar bastón. A veces no recordaba el nombre de alguno de sus hijos o los confundía; sin embargo, si reconocía las calles del pueblo donde transcurrió los primeros años de su niñez.
Allí decidió pasar sus últimos años. A veces pedía que lo llevara a caminar y de repente se detenía, se acercaba a una albarrada, tocaba las piedras y decía en un susurro: aquí jugué muchas veces a las escondidas. Frente la casa que un día fue de mis abuelos se paraba un rato, repasaba las añosas paredes y seguía su lento andar, como si ascendiera una pirámide, agarrado de las barandas del viento.
Una tarde, estaban reunidas tres de mis hermanas en la casa donde pasaba sus días de remanso y repentinas sombras, una de ellas preguntó ansiosa: ¿Dónde está papá? –Lo vi en el corredor –dijo una. –Lo vi sentado en la mecedora –respondió la otra. Hasta que la mayor cruzó la reja y se asomó a la calle. Una vecina le informo: vi a su papá cerca de la estación del ferrocarril. Los vetustos andenes ya en desuso estaban a tres calles de la casa. De inmediato enfilamos hacia allí. Lo buscamos en lo que hace medio siglo fue una bodega de maíz y de carbón vegetal, pero no estaba allí.
Después de revisar con detalle lo que fue la sala de espera lo vimos sentado en una olvidada banca de la parte trasera de la estación, cerca del aljibe que sirvió alguna vez para almacenar agua de lluvia.
-Yo pasé por esta banca y no lo vi -dijo la menor de mis hermanas.
-¿Dónde estabas? ¿Dónde te escondiste? –le pregunté.
Acercó su cara a la mía y me dijo despacio:
-No se lo digas a nadie, me escondí en mi niñez para hablar con mi mamá, por eso nadie me reconoció.
-¿Conversaste con ella? -le pregunté-
-Claro que sí. Me acarició la cabeza y me dijo que la próxima vez que la vea dormiré con ella en su hamaca.
Me miró fijamente con sus ojos cansados, nos abrazamos y nos pusimos a llorar. A lo lejos se escuchó el silbato de un tren.
Cuando lo vi en su ataúd recordé que la habíamos pasado muy bien y que no había nada que llorar. Él tenía la mirada apacible. Su mamá le había apartado un lugar en su hamaca.
AFM/ AGF