Miguel Ángel Fernández/ CAMBIO 22

BACALAR, 20 de enero.- En lo profundo de la selva maya, emerge un sitio arqueológico que promete redefinir la experiencia cultural del sureste mexicano: Ichkabal. A solo 40 kilómetros de Bacalar, esta antigua ciudad maya, que supera en monumentalidad a Chichén Itzá según los expertos, ha abierto sus puertas al público, ofreciendo una aventura extraordinaria para nacionales y extranjeros, aún sin costo de entrada.

La travesía hacia es tan reveladora como su destino. Desde el entronque de Reforma,  en los primeros minutos del recorrido se puede observar la terminal de pasajeros del Tren Maya de Bacalar, un símbolo del futuro en un recorrido hacia el pasado. El camino angosto y lleno de curvas avanza serpenteando hacia Ichkabal. Las señales invitan a conducir con precaución, especialmente en los pasos de agua marcados con piedras, herencia de la topografía selvática.

Al llegar, la falta de un estacionamiento formal es el único punto agridulce. Vehículos estacionados a ambos lados complican el acceso, pero el INAH ya trabaja con ejidatarios para habilitar un espacio destinado a esta necesidad. Sin embargo, cualquier incomodidad queda olvidada cuando se cruza la entrada, donde un mural con el nombre del sitio recibe a los visitantes ansiosos de descubrir la grandeza de Ichkabal.

La experiencia arqueológica empieza con un recorrido de dos horas. Senderos rodeados de vegetación conducen hacia las impresionantes estructuras que definen la magnitud del sitio. A diferencia de otras zonas donde las ruinas mayas están completamente despejadas, en Ichkabal la naturaleza reclama su territorio. Árboles colosales coronan las cumbres de las edificaciones más altas, desafiando la imaginación y recordando la grandeza olvidada de esta civilización.

El ascenso a las estructuras principales es una prueba de resistencia. Las dos más imponentes alcanzan alturas de 36 y 42 metros, y subirlas implica aferrarse a escaleras improvisadas de madera y cuerdas. Cada paso demanda paciencia, pero la recompensa al llegar es inolvidable: una vista panorámica de la vasta selva maya, un océano verde sin fin que evoca la inmensidad del tiempo.

Los visitantes extranjeros se muestran asombrados, y sus teléfonos no dejan de capturar imágenes. Para ellos, y para todos los que conquistan la cima, Ichkabal se convierte en una experiencia inolvidable. No es solo un sitio arqueológico, es una conexión viva con el pasado que late en cada piedra y en cada sombra.

La majestuosidad descubierta

Ichkabal, cuyo nombre significa “entre bajos” en maya, fue revelado al mundo en 1994 gracias al arqueólogo Enrique Nalda, sin embargo, apenas fue abierto al público hasta este 2025, tras décadas de exploración y restauración, además de negociaciones con el ejido Bacalar.

 

 

 

redaccionqroo@diariocambio22.mx

RHM

 

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