• Crece el poderoso negocio de ‘escorts’ en el Caribe. Tienen protección de los cárteles

  • Interpol presiona a la FGR. Los cárteles están detrás del auge de clubes y centros de explotación sexual en la península de Yucatán. “Una viene a trabajar y a putear, por necesidad”.

 

Noé Zavaleta/Milenio

Redacción/CAMBIO 22

Un ejército de amazonas baila al ritmo de Karol G  y, con la mirada fina, va en busca de turistas que salen de las discotecas en la Quinta Avenida, en el corazón turístico de Playa del Carmen. Cuatro mil pesos la hora cuestan las “caricias ilimitadas”, dicen. De ese dinero hay que descontar un impuesto al cártel que manda aquí –500 pesos por servicio– y ellos se encargan de cubrir el soborno a las autoridades. El negocio está bien aceitado y engranado.

La península de Yucatán se ha convertido en epicentro nacional de la explotación sexual, lo señala la Interpol, organismo que ha presionado a la Fiscalía General de la República (FGR) para llevar a cabo operativos de “rescate”. Playa del Carmen, Cancún, Tulum, Cholul, Mérida o Chetumal se han convertido en territorios donde la trata de mujeres se ejercer sin pudor.

Cientos de colombianas, venezolanas y cubanas –mexicanas incluso– ejercen la prostitución, con mucha mayor visibilidad en los últimos tres años en las calles, los hoteles de paso y en el ciberespacio, auxiliadas y explotadas por integrantes del crimen organizado. A los ojos de las autoridades policiacas y migratorias.

Es el primer viernes de octubre. Hay 13 mujeres de vestidos ceñidos y minifaldas voladas que dejan poco a la imaginación de sus clientes. Varias de ellas huelen a perfume de fraiche y usan labiales de colores estridentes. Las mujeres pisan las losetas de la Quinta Avenida. “¿Qué hubiera sido?, si antes te hubiera conocido”, se escucha a lo lejos, la música proviene del Mamba Jerk y a ratos del Abolengo.

Todas ellas, ataviadas en vestimentas de colores blanco y negro, ¿casualidad o casualidad?, se colocan en los cuatro puntos cardinales que la intersección permite. En el interior de los antros, los juniors y turistas nacionales, así como extranjeros, que no han tenido suerte en el ligue, salen decididos a ir por lo seguro: “Vamos por las cariñosas”.

Están vigiladas por dos proxenetas de unos 30 años. El Cártel Jalisco Nueva Generación manda en esta región, de acuerdo con informes ministeriales y castrenses. De forma alterna, elementos de una patrulla 4×4 de la Policía Municipal dan sus rondines constantes. La madrugada avanza, apenas dos prostitutas colombianas han conseguido clientes. Uno de los proxenetas de plano se saluda a la distancia con los policías. “Todo en 17”, dicen, sin novedad en el frente en el argot policiaco.

En una heladería italiana en Playa del Carmen, frente a un restaurante ‘Porfirio´s’ y muy cerca del ‘Sonora Grill’ –otro de los amos de la gentrificación– disfruto un helado de frutos tropicales de ocho dólares. Karina, de minifalda negra, originaria de Venezuela, se me acerca y me invita a “terminar el helado” en su hotel. Sonrío, pero declino. Me devuelve la sonrisa y agrega: “No te preocupes si no traes efectivo, acepto transferencia o un amigo [sic] tiene terminal”.

La prostitución ha evolucionado y ahora acepta crédito. El siguiente paso, supongo, serán los meses sin intereses, como en venta nocturna de almacén. Así como Karina, otras colombianas y unas mexicanas están al acecho de clientes en este sábado lluvioso de octubre. El verano se ha ido y, consigo, la temporada alta. Así que la búsqueda de clientes se torna, por decir lo menos, encarnizada.

La protección de los cárteles en el Caribe

Victoria, de 30 años, llegó de Medellín, Colombia. La vida de maltrato y zozobra de las comunas –y dos hijos que mantener– la orilló a migrar: “A buscarme la platica [dinero]”. Con dos, tres años en el país, ha recorrido Jalisco, Tabasco, Oaxaca, Yucatán y Quintana Roo. “Soy escort independiente”, presume, y se queja de que en ningún lugar del país ha sentido tanto el acoso del “cártel”. Así lo dice, en clave.

Se refiere al Cártel Jalisco Nueva Generación; quizás también al Cártel de Caborca que le entró al negocio en Chetumal; o al Tren de Aragua que manda desde Venezuela. Varias mujeres entrevistadas de manera anónima para esta crónica indican que hay extranjeros integrados a las células.

A Victoria la conocí en una marisquería por la central de autobuses ‘ADO’ en Cancún. Me llamó la atención ver a una colombiana entonar y saberse canciones de Grupo Frontera y Carin León. Suerte de reportero. Entrados en la plática me enseña los mensajes de extorsión que le llegan al teléfono. Intimidaciones que recibe con frecuencia cuando se encuentra en Quintana Roo y la obligan cambiarse de hotel y de municipio a cada rato. A veces ya hasta le entran síntomas de delirio de persecución, asegura.

“Te habla el señor Pablo de Cancún, encargado de la Casa de Citas Internacional [sic], repórtate por la buena o voy a tener que mandar a levantarte [sic]. No jueguen con nuestros negocios, ya saben cómo opera el cártel [sic]. Acá se respeta el tiempo y trabajo de las demás. Acá ya se te ha generado una multa, repórtate, no hagas que lo solucionemos a la mala”, dicen los mensajes.

Victoria cree que a ella “la pusieron” empleados de los hoteles donde estuvo dando servicios en el centro de Cancún. Lo creé porque de otra manera no se explica cómo dieron con ella. Hace un año incluso recibió su primer susto que la hizo moverse de la Riviera Maya un buen rato y sólo volver esporádicamente. Cuenta que a través de WhatsApp la contactó un cliente, con quien agendó un servicio.

“El ‘man’ llegó puntual [al hotel], bien vestido, olía a perfume caro, traía unas cervezas. Tomamos un par, realicé el servicio, suelo cobrar al final para generar confianza. A la hora de vestirse, me dijo que él era del cártel [sic] y que yo no podía trabajar de independiente. Tenía que alinearme o me atendería a las consecuencias. No me pagó. Cuando se fue, agarré mis cosas y me cambié de hotel”.

Melissa, una amiga suya que ahora reside en Panamá, fue víctima también del mismo acoso en Playa del Carmen. Por más que lo intentó no pudo independizarse. “Me anduvieron siguiendo y diario [recibía] las extorsiones telefónicas”. No sucumbió. Pudo refugiarse en Chetumal, donde se rentó un ‘Airbnb’ en una colonia cercana a la estación de mantenimiento del Tren Maya. Sus clientes solían ser militares, supervisores de obra, mecánicos e ingenieros y uno que otro turista extraviado. Casi ningún local.

“No todos pueden pagar, entre 2 mil 500 y 3 mil pesos mis servicios por hora en el sur de México, bebé”, dice por teléfono, con ese acento caleño.

Periodistas de la Riviera Maya me muestran una página de ‘escorts’ en línea que está en auge por estos lares: ‘Mileroticos’, dicho portal –que funciona de forma muy parecida al extinto ‘Zona Divas’– tiene 2 mil 748 chicas en Solidaridad, mil 721 en Cancún y un poco menos en Tulum y Cozumel. El turismo sexual por acá tiene un auge que no sabe de recesiones económicas, ni fenómenos meteorológicos.

La edad de las ‘escorts’ está entre 20 y 25 años

Angy es venezolana, rebasa los 30 años. Tiene los ojos color miel, dice que ya es una mujer madura para el sexoservicio. El promedio de las ‘escorts’ promedia de los 20 a los 25 años. Ella ve muy normal pagar una renta al “cártel” porque, a final del día, dice, las cuidan de borrachos y drogadictos que quieren pagar menos de lo acordado, o que pueden ponerse violentos cuando la fiesta se sale de control.

“A ellos se les paga mensual o semanal. Están pilas (alertas), cuando un cliente te contrata toda la noche, por 20 o 30 mil pesos. Ahí, una tiene que darles una tajada mayor y estarse reportando hora de inicio y finalización del servicio”, dice Angy.

Confiesa que prefiere los clientes extranjeros adictos a la cocaína: “No duermen, solo toman y bailan. Hacen ridiculeces y quieren compañía en su fiesta. Muchas veces ya ni al sexo llegamos, porque están tan ‘volados’ que no se les para”, dice y suelta una carcajada. Esos clientes, gringos en su mayoría, llegan a pagar hasta mil dólares por una noche. En contraste, ataja, son los juniors mexicanos o turistas latinos los que siempre quieren “regatear” la tarifa de los cuatro mil pesos:

“Una viene acá a trabajar y putear, porqué tiene necesidad de llevar dinero a casa, no a enamorarse”, insiste.

Bajo engaños colombianas llegaron al sureste de México

Cristóbal Paulino Fernández Viamonte, ‘El Cubano’, fue detenido en julio pasado por la Interpol al salir de un gimnasio en Envigado, un municipio de Medellín. Allá viajaba en camionetas blindadas, vestía ropa de alta costura y se hacía pasar por un exitoso empresario dueño de discotecas y restaurantes de alta gama en complejos residenciales.

En México, en Mérida, Playa del Carmen y Cancún, ‘El Cubano’ operaba una compleja red de trata de personas, “exportando” decenas de jóvenes colombianas de la Guajira, Valle del Cauca, Antioquia, Bogotá, de la región de Santander, e incluso Cartagena y Santa Martha, entre otras zonas costeras.

‘El Cubano’ tenía en Mérida –la ciudad que presume ser la más segura del país– establecimientos de ‘table dance’ cuya peculiaridad era que operaban con pura mujer colombiana, traída bajo engaños, les prometían trabajar como edecanes, concierges de lujo o animadoras de discotecas. Llegaban a Mérida y eran prostituidas en clubes como Bandidas Night Club, Tropicana Angus y Prime. Los periódicos colombianos El Tiempo y El Observador dieron una cobertura especial. Caracol Televisión hizo un programa especial.

Las muchachas que dejaban de “funcionar” en dichos bares, eran enviadas a Cancún y Playa del Carmen, según la investigación que hizo la Interpol.

A través de empleados del ‘Cubano’, enganchaban a mujeres para traerlas al sureste a ser explotadas, el esquema de operar de Cristóbal Paulino era fácil: Prometer jugosos salarios para trabajar única y exclusivamente como damas de compañía y edecanes en bares de las ciudades más cosmopolitas y turísticas del sureste de México.

Apenas tocaban tierras mexicanas las mujeres traídas a México, despertaban en una nueva realidad: sus pasaportes y actas de nacimiento eran retenidas, y únicamente podían ser intercambiadas y liberadas, si las mujeres pagaban 8 mil dólares o 150 mil pesos mexicanos. Lo que ocurriese primero.

Varías de estas colombianas tenían que trabajar bajo esquemas de explotación sexual para pagar por su “libertad” o, de lo contrario, eran obligadas a vivir en casas de seguridad de la capital yucateca o de Quintana Roo.

Margarita, con tatuajes en manos y espalda, escapó de su centro de trabajo en Mérida, el table dance conocido como “Bandidas Cabaret”, en el que ella y otra veintena de jóvenes formaron parte de un negocio muy lucrativo. A ella la conocí, por accidente, en un hostal de Playa del Carmen, en esas habitaciones compartidas mixtas, donde duermen seis desconocidos conscientes de que, por menos de 300 pesos, vas a pasar la noche muy cerca de la playa.

“Los dos primeros días me trataron bien, iba en camionetas de lujo. Apenas llegué a donde iba a trabajar en Kanasin [un municipio junto a Mérida], me dicen que mi pasaporte sería ‘decomisado’ por quienes me ofrecieron trabajo y que para regresárselo tendría que ‘compensar’ con 150 mil pesos”.

“Éramos explotadas… hay que decirlo así. Recién llegué hace un año y quería trabajar y trabajar, y poder pagar mi salida. Juntar plata para traerme a mi niño. Un día gané 29 mil pesos por comisiones de copas. Al ir a recoger mi dinero sólo me dieron mil pesos, que lo demás se quedaba en abono para pasaporte, pero me sacaron un desglosado de alimentos, renta, hospedaje e intereses”, cuenta.

Unos 16 dólares es el precio por la “copa de dama” que, en bares, clubes y prostíbulos se paga por “invitar” a una mujer a platicar. El precio de una “copa de dama” es tres o cuatro veces superior a cualquier cerveza o trago que pueda pedir un cliente.

Margarita relata que ‘El Cubano’ era el encargado de leerles las reglas del juego. De acuerdo con Sol Yucatán, éste no operaba solo, lo hacía con la protección de comandantes de la Policía Estatal, también de funcionarios del Instituto Nacional de Migración, incluso diversos servidores públicos.

En el Caribe la noche tiene que continuar

Este 2024 el No Name, un table dance de Playa del Carmen, fue clausurado en dos ocasiones por un operativo encabezado por el Ejército, la Marina, la Guardia Nacional, la Fiscalía General del Estado y Protección Civil. La trata de personas y el hallazgo de droga obligó su cierre. Sin embargo, el 4 de octubre volvió a abrir. En un viernes con lleno a reventar, una veintena de cubanas y venezolanas fueron las anfitrionas del lugar.

Previo a la caída de ‘El Cubano’; otros table, como Baby Hots –famoso por presumir bailarinas argentinas–, Harem Club, La Consentida y Chillys Willis fueron clausurados. De este último, taxistas de Playa del Carmen aseguran que pronto lo abrirán.

Los operativos de clausura fueron acompañados por desmantelamientos de casas de seguridad donde fueron rescatadas más de 20 mujeres de nacionalidad colombiana. Operativos aparatosos y multipublicitados en la prensa local. Un par de meses después, todo volvió a la normalidad. Su normalidad.

En Yucatán las redadas ocurrieron la tercera semana de julio de 2024. De jalón clausuraron cuatro bares e intervinieron dos casas de seguridad; en Quintana Roo, en Playa del Carmen, siete operativos se han realizado en lo que va del año. Pero el caso de los centros nocturnos, la mayoría ha vuelto a abrir.

Raquel, es de Santander, Colombia, apenas tiene dos semanas de ingreso al país. La conozco en el No Name. El sitio es una gran galera de mosaicos negros. He tenido que pagar 700 pesos, además de una propina obligatoria de 20%, por “invitarle” dos copas de whisky. Copas que se tomó en apenas 20 minutos. Lo suficiente para que me cuente que llegó a México con varias amigas colombianas, me señala a Cony, su roomie al otro lado del bar, mientras baila perreo intenso con un turista gringo. El güero de apenas unos 25 años baila reguetón con la misma gracia que Peso Pluma.

Raquel me platica que la noche anterior tuvo un día fastidioso, le tocó estar con un tipo totalmente borracho, que apenas podía sostenerse en pie y que olía a “cartón viejo”. Pero eso sí, se gastó como cinco mil pesos de cuenta. La joven santandereana no sabe cuántas semanas habrá de estar en el No Name, su “contrato” detalla que habrá de ir a varios centros nocturnos de la península de Yucatán. 

Con la mirada, el mesero le hace señas, que pida otra copa o ya se mueva a buscar otro cliente. El show, en pocas palabras, tiene que continuar.

Fuente: Milenio

redaccionqroo@diariocambio22.mx 

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