Los Intelectuales Públicos y la Pastoral Democrática
13 Oct. 2024
Ariel Rodríguez Kuri/ CAMBIO 22
Ya es tiempo de que los intelectuales públicos mexicanos maten al Wagner que llevan dentro (Nietzsche dixit) y en cambio piensen, investiguen, escriban planes y, sobre todo, doctrina. Es momento de que se ensucien las manos y empapen del espeso y maloliente menjurje que llamamos política. Contra la percepción imperante, el crítico no es en automático un legislador de la realidad. Como concluía Francisco Bulnes a propósito de los intelectuales porfirianos, aturdidos por culpa del fenómeno maderista: no se puede entender y modelar un país que ya no es y tal vez nunca fue. La nostalgia es real, quién lo duda, pero su materia es imaginaria.
Convengamos que una pastoral es un recurso discursivo válido para enunciar los fundamentos ideológicos de los programas políticos. Sin embargo, en el estudio y crítica política es un pecado cognitivo. Esto es así porque la pastoral representa la realidad emasculada de sus aporías, desgarramientos y puntos ciegos. Una pastoral prescinde de la historia como montaje trágico. No permite que los actores miren sus propósitos en contraste con sus decisiones y efectos e inquieran, además, si el camino recorrido era el único transitable. La pastoral hace del pasado un mito amable, armónico, y de los dilemas del presente un asunto de obvia resolución. Pero ni pasado ni presente están trenzados de esa manera.
Sostengo que, en el México de hoy, narrar el pasado inmediato como una pastoral de la democracia exhibe las debilidades del comentario político al uso. El pasado dejó de ser una realidad mejorable para convertirse en una imprescindible, sine qua non del futuro. Hay una doble ausencia en esta operación. De una parte, se adolece de una robusta teoría de la democracia, impregnada de los humores vernáculos del conflicto político nacional. Que la democracia sea un horizonte ético universal es un valor de nuestra época; que sus modos, sus métodos y hasta sus mañas sean también universales es cuestionable, absurdo, naif. De inmediato se perfila la segunda omisión: no suele seguirse un procedimiento que apele a una verdadera historia comparada de la democracia europea o americana, uno que dé cuenta de los giros, pliegues, vacíos y antinomias de la propia democracia. De manera sorprendente, uno de los criterios para evaluar el proceso mexicano es una inusitada reflexibilidad posmoderna, en la cual el narrador se convierte, él mismo, en criterio de verdad.
Esta pastoral es el ámbito sagrado de los intelectuales públicos que se autodenominan liberales y socialdemócratas. No reconocen que esa idealización potencia una disonancia cognitiva. En cambio, se consagra como sucedáneo un palomeo de requisitos de la democracia, un dogmatismo que no sabría qué hacer con los modos y absurdos políticos de estadunidenses, británicos, españoles o franceses (son ejemplos), cuyas democracias funcionan, pero a un altísimo costo (la democracia no es una pirámide sino un río que fluye). Por eso, y sólo por eso, es un tanto irritante el griterío en el ágora de nuestros intelectuales públicos, como si de los agravios de Job se tratara (pero así es la democracia y así debe de ser). Por lo pronto, todo eso se traduce en una muy mala historia del presente y en una política irrelevante, que es lo más grave. Por el bien de todos, y sobre todo de los intelectuales públicos de filiación liberal y socialdemócrata, sugiero que empecemos a desmantelar la pastoral. De ello no saldrá un futuro iluminado, pero al menos uno con menos cacofonías. Este programa puede organizarse en al menos seis puntos.
Uno
Investigar de nueva cuenta y reorganizar narrativamente los últimos cincuenta años para contar con una historia más robusta y menos apegada a nuestras intenciones.
Dos
Porque hay que asumir en todas sus consecuencias la democratización de la política mexicana (de la cual no dudo ni tantito) debemos dejar atrás su teodicea, porque es claro que el reino prometido no llegó para todos. Ninguna teodicea que se respete se realiza a medias.
Tres
Debemos romper la forma metafórica con que se cuenta la historia de la democracia mexicana. Olvidemos los recursos a las fábulas y parábolas con el pretexto de que estamos educando sabe dios a quién. La historia es compleja e ingrata, y su sentido trágico consiste en que no tiene respuestas para todos, al menos no al mismo tiempo y con la misma enjundia.
Cuatro
Las respuestas a la historia política están en la historia política y no en sus narradores. Éstos no son más importantes que los políticos, partidos, movimientos sociales, las elecciones, los levantamientos armados, litigios, la prensa, las redes, el Congreso, la Corte.
Cinco
No hay apocalipsis; el gran colapso ya pasó.
Seis
“Ya las palabras son obra”, diría Prometeo (el de Esquilo). Para que los intelectuales públicos (o sus herederos) puedan decir lo mismo tendrían que colaborar de manera más cercana con la reorganización (o refundación, a saber) de la oposición política. Para eso ayudaría, y mucho, la creación de una doctrina de la democracia (para dejar atrás el recitativo de los manuales) y de programas políticos. Tocar puertas para tocar conciencias, tal como hicieron Madero, Gomez Morín, Heberto, Cárdenas o el propio López Obrador. Es una gran tarea por delante.
Fuente: Nexos
OSM/




















