“Las galaxias muy primitivas eran extremadamente ricas en gas, por lo que habrían sido como un bufé para los agujeros negros”, sugiere el investigador.
Engullir a su anfitriona hasta la muerte
Igual que otros agujeros negros, este joven agujero negro crece devorando el material de su galaxia anfitriona pero es mucho más voraz que otros agujeros de épocas posteriores.
La joven galaxia anfitriona, llamada GN-z11, resplandece por la presencia del agujero enormemente energético que alberga en su centro.
Esta galaxia es compacta -unas cien veces más pequeña que la Vía Láctea- pero, los astrónomos creen que el agujero negro esté causando su muerte.

Cuando los agujeros negros consumen demasiado gas, lo empujan como un viento ultrarrápido. Este “viento” podría detener el proceso de formación estelar, matando lentamente a la galaxia y también al propio agujero negro, que se quedaría sin ‘alimento’.
Para Maiolino, este emocionante descubrimiento se debe al James Webb, que ha abierto “una nueva era” en la observación astronómica. “El enorme salto en sensibilidad, especialmente en el infrarrojo, es como pasar del telescopio de Galileo a un telescopio moderno de la noche a la mañana”, asegura.
“Antes de que Webb entrara en funcionamiento, pensaba que quizá el universo no era tan interesante cuando se iba más allá de lo que podíamos ver con el telescopio espacial Hubble. Pero no ha sido así en absoluto: el universo ha sido bastante generoso en lo que nos muestra, y esto es solo el principio”, resalta.
Maiolino confía en que con su sensibilidad, el Webb podrá encontrar agujeros negros aún más antiguos en los próximos meses y años y desentrañar las dudas sobre formación de estos objetos.






















