50 Años del Watergate; La Historia Oculta de la Conexión México
10 Dic. 2023
Primera Parte
Redacción/CAMBIO 22
El pasado 17 de junio se cumplieron 50 años de que un equipo de operaciones clandestinas allanó el cuartel general del Partido Demócrata en el edificio Watergate, en Washington. La detención in fraganti de un comando vinculado a la Casa Blanca y nexos previos con la CIA detonó el mayor escándalo en la historia política de Estados Unidos que llevaría a la renuncia de Richard Nixon a la Presidencia.
Las investigaciones sobre el frustrado asalto hicieron que se descubriera la Conexión México y la existencia de cuatro cheques por 89 mil dólares usados para financiar la operación, todos firmados por un prominente abogado mexicano de la época: Manuel Ogarrio.

Cincuenta años después, y por primera vez, Alejandro Ogarrio Ramírez, hijo de Manuel, nos cuenta toda la historia de por qué y cómo el nombre de su padre quedará siempre ligado al caso Watergate.
La única vez que este abogado mexicano habló sobre el tema fue hace 50 años. Una tarde de fines de julio de 1972 un periodista estadunidense llegó hasta la puerta de su oficina y, con hojas en mano, le preguntó directamente: ¿Ésta es la firma de su padre? Frente a él, la copia borrosa de un cheque emitido por el Banco Internacional en el que apenas se veían los trazos y el nombre del beneficiario: Manuel Ogarrio Daguerre.
La primera respuesta que se le ocurrió a Alejandro Ogarrio Ramírez, hijo de Manuel, fue que esa firma no se parecía a la de su padre. Que no estaba seguro, que los rasgos no coincidían…
Ha pasado medio siglo desde entonces. Son los primeros días de junio de 2022 y Ogarrio hijo se encuentra en su despacho. Acepta contar la historia con todos sus detalles.
–¿Es la firma de su padre? –se le muestra la copia del mismo cheque.
–Sí –responde sin dudar.
Por primera vez cuenta cómo vivió la familia Ogarrio esos días, luego de que se enteró por The New York Times y The Washington Post que el dinero amparado por varios cheques firmados por su padre fue utilizado para pagar a los cinco hombres que la madrugada del 17 de junio de 1972 allanaron las oficinas centrales del Partido Demócrata en el edificio Watergate, en Washington.

Detalla también para esta investigación, realizada por Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad en alianza con Fábrica de Periodismo, qué ocurrió y revela el nombre de un personaje nunca antes mencionado, quien, además, involucró a su padre en esta trama conocida como la Conexión México del Watergate, el mayor escándalo político en la historia reciente de Estados Unidos que condujo a la renuncia de Richard Nixon a la Presidencia de ese país.
Todo comenzó la madrugada del 17 de junio de 1972. A las 2:30 de la mañana, el guardia de seguridad Frank Wills descubre una cinta sobrepuesta en una de las cerraduras de las puertas y llama a la Policía Metropolitana de Washington, cuya unidad de respuesta entra a las oficinas del Comité Nacional del Partido Demócrata, en el sexto piso del edificio Watergate, y descubre a cinco hombres, escondidos detrás de un escritorio. Uno de ellos alcanzó a decir a través de un walkie–talkie:
“NOS ATRAPARON”.
Pronto empezaron a circular en los pasillos del FBI y la Casa Blanca los nombres de los detenidos en Watergate: Bernard L. Barker, James W. McCord, Frank Sturgis, Eugenio R. Martínez y Virgilio R. González (los últimos tres de origen cubano), a quienes pronto se les identificaría como Los Plomeros.
El hecho habría quedado en un simple y vulgar robo si no fuera porque en la primera audiencia, a las 4 de la tarde del mismo sábado 17, los detenidos ya contaban con un abogado y sus primeras declaraciones no hubiesen encendido algunas alertas.
A la pregunta del juez James A. Belson sobre su ocupación, James McCord respondió:
–Consejero de seguridad…
–¿En qué parte del gobierno?
–La CIA.
A las pocas horas comenzaban a hilarse las conexiones. McCord no sólo había trabajado para la Agencia Central de Inteligencia (CIA), de la cual se había retirado dos años antes, sino que al momento de su detención era coordinador de seguridad del Comité para la Reelección de Richard Nixon.

Y los otros, en combinaciones distintas, compartían pasado como agentes de la CIA, el FBI o habían participado en operaciones clandestinas como la frustrada invasión de 1961 de Bahía de Cochinos, en la Cuba de Fidel Castro. De hecho, tres de ellos residían en Miami y se declararon “anticomunistas” ante el juez.
Entre los objetos decomisados a Los Plomeros al momento de ser detenidos y en las habitaciones rentadas en el mismo Watergate, había cámaras fotográficas, micrófonos de espionaje, dos agendas con nombres y teléfonos y efectivo: 2 mil 300 dólares en billetes de 100 dólares, todos nuevos, con números de serie consecutivos.
El efectivo y las agendas abrirían un largo y sinuoso camino que llevaría al descubrimiento de una serie de ilícitos consentidos y avalados por el propio Richard Nixon que culminó con la operación para allanar la sede nacional del Partido Demócrata, robar documentos y colocar micrófonos ocultos. No se sabía entonces, pero ese camino también cruzaba por México.
Entre los objetos decomisados a los detenidos en la madrugada y luego en las habitaciones que habían rentado en el mismo Watergate, había cámaras, micrófonos, agendas y dinero en efectivo.

Por fuera, el edificio de la avenida Constituyentes, al poniente de la Ciudad de México, presume estar a tono con la vida contemporánea. Pero sus interiores narran otra época. Al menos en el despacho de Alejandro Ogarrio Ramírez son patentes las huellas de los años pasados, no sólo en el diseño de las paredes forradas con madera, sino también en la duela gastada y los tapetes que resienten el uso y el transcurrir del tiempo.
De uno de esos muros cuelga un grueso marco de madera con el título profesional de Manuel Ogarrio Daguerre. Tenía, de acuerdo con su fecha de nacimiento, 23 años cuando se graduó. A un lado, la puerta que conduce a la oficina de Alejandro Ogarrio, su hijo y el único que hace 50 años habló en nombre de su padre sobre el involucramiento en el Watergate.
Sin solemnidades, desgrana esta tarde del 9 de junio de 2022 lo que su memoria guardó desde hace medio siglo. En 1972 tenía 28 años.
–¿Quién era Manuel Ogarrio Daguerre?
–Mi padre fue un abogado de la Escuela Libre de Derecho y en 1965 se asoció con Luis Creel Luján para formar el despacho Creel-Ogarrio. Esa asociación terminó en 1972-1973 y formamos el despacho Ogarrio Abogados. Mi padre se especializó en materia laboral, que ejerció hasta 1983, año en que falleció. Fue abogado de la Cámara Minera de México y de la Asociación Mexicana de Minería; muchos de sus clientes eran socios de estas agrupaciones.

–Representaba empresas de Estados Unidos.
–Eran empresas con participación extranjera esencialmente, en función de que eran socios de la Cámara Minera de México. Él les prestaba servicios. Y recibía una iguala de la Asociación Mexicana de Minería.
Se le muestra una de las hojas de información que elaboró la extinta Dirección Federal de Seguridad, el aparato de espionaje del Estado mexicano, en la que aparece, en un extremo, una fotografía en óvalo de su padre.
–¿Esta información corresponde a su padre? ¿El de la foto es su padre?
Alejandro Ogarrio toma la hoja y lee en voz alta: “Que nació en 1903; que solicitó su pasaporte en 1966 para visitar Estados Unidos y Europa; que contrajo matrimonio en 1939; que su domicilio estaba en la calle Maika, en Lomas de Chapultepec; que medía 1.71 mts; ojos verdes, pelo negro, complexión robusta, frente ancha y amplia, cejas pobladas, nariz recta y con una cicatriz en la frente”.
El reporte está firmado por el agente Roberto Hassey (No. 239), con fecha 5 de julio de 1972, dos semanas después del allanamiento al Watergate.
–¿Sabían que los espiaba la Dirección Federal de Seguridad?
–No. Y no recuerdo que alguna autoridad haya llamado a mi padre a presentar declaración en México.
–¿Cuándo se enteran de que los estaban relacionando con el Watergate?
–Cuando llegó a mi puerta un reportero con la copia de un cheque en la mano.
Watergate: La huella del dinero y la conexión México
Una tarde sabatina, normalmente “floja” para la redacción de un diario, adquirió una importancia impredecible cuando el reportero Bob Woodward se acercó al juzgado en que se llevaría la audiencia preliminar de los cinco ladrones detenidos cuando habían irrumpido ilegalmente en las oficinas centrales del Partido Demócrata.
La tarde del 17 de junio de 1972 al periodista de The Washington Post le llamaron la atención varios hechos: que los detenidos manifestaran haber entrenado militarmente a exiliados anticastristas, así como los sofisticados aparatos de escucha, las dos cámaras, los 40 rollos de película y las tres pequeñas plumas con gas pimienta que llevaban, así como que todos usaran guantes quirúrgicos.
En la audiencia, el fiscal Earl Silbert colocó un elemento adicional de interés para el periodista: calificó a los cinco como unos profesionales en la ejecución de una misión clandestina.

A la cobertura del caso se sumaría Carl Bernstein, otro reportero del mismo diario. Ambos dieron seguimiento a la nota que se publicó en la parte inferior de la portada de la edición del domingo 18 de junio de 1972, atando los primeros cabos para lograr establecer las asociaciones entre Los plomeros y gente del más alto círculo de poder en la Casa Blanca, en una espiral ascendente que llegaría al mismo presidente Nixon.

Personaje central de toda la historia, a Garganta Profunda, la fuente anónima que ayudaría a confirmar muchos de los puntos clave y destrabar la investigación periodística que develaría los secretos de la operación clandestina, se le atribuye haber dicho a Woodward una frase clave: “Follow the money” o “sigue la huella del dinero”.
Aunque en su libro Todos los hombres del presidente, Bernstein y Woodward no hacen referencia a ese presunto consejo mostrado en la película del mismo título, lo cierto es que en la realidad lo hicieron. Siguieron el rastro del dinero para encontrar la raíz última del asalto en el Watergate.
A partir de la cobertura del caso Watergate, los reporteros Bob Woodward y Carl Bernstein escribieron el libro Todos los hombres del presidente. Elaboración: MCCI.
Partieron del hecho de que los detenidos llevaban 2 mil 300 dólares en billetes de 100 dólares, con números de serie consecutivos, para desentrañar la trama.
No eran los únicos que jalaban ese hilo. Además del FBI y la GAO (el brazo de investigación del Congreso de Estados Unidos), al menos otras dos personas habían comenzado a rastrear el origen de esos billetes: Richard E. Gertsein, fiscal del condado de Dade, en Florida, así como Martin Dardis, su jefe de investigadores.
Cuando se enteraron de que una clave de la operación apuntaba a Miami, la Fiscalía local ordenó al Republic National Bank de Miami que le entregara la información de los estados de cuenta de Bernard L. Barker, uno de Los Plomeros.
Bernstein contactó telefónicamente a fines de julio a Dardis, quien le contó sobre el hallazgo de las cuentas de Barker. Para entonces, ya se conocía que los 2 mil 300 dólares eran parte de una cantidad mayor que Barker había recibido: 89 mil dólares.
En ese momento, según narran en el libro, Bernstein le preguntó si sabía el origen de los 89 mil dólares que habían sido retirados de la cuenta de Barker: –Son algo más que 89 mil dólares.
–¿Más bien 100 mil?
–Algo más…
–¿De dónde procede el dinero?
–De la Ciudad de México. De un hombre de negocios de aquella ciudad, un abogado.
Si quería saber el nombre y ver los documentos, comentó Dardis a Bernstein, tendría que viajar a Miami. Acordaron encontrarse el 31 de julio.

EL 31 DE JULIO DE 1972 ES LA PRIMERA VEZ QUE LA PALABRA “MÉXICO” APARECE VINCULADA CON EL CASO WATERGATE EN LA PRENSA DE ESTADOS UNIDOS.
Así se narra en el libro: “Bernstein, como era habitual en él, llegó al aeropuerto sólo unos minutos antes de la hora fijada para el despegue de su avión. Cuando corría para subir, compró un ejemplar del Post y otro del The New York Times y pasó la puerta de entrada de pasajeros. Estaba ya en la zona interior del aeropuerto, cuando vio en la primera página del Times, a tres columnas: “Cash in capital Raid Traced to Mexico”. Bernstein maldijo a Gerstein y a Dardis. El reportaje del Times, firmado por Walter Rugaber, estaba fechado en la Ciudad de México”.
La información del diario neoyorquino era amplia. Revelaba que Bernard L. Barker había retirado dinero de una cuenta a su nombre en un banco de Miami, luego de que le depositaran cuatro cheques endosados por Manuel Ogarrio Daguerre, “un destacado abogado de México” que tenía entre sus clientes a grandes compañías estadunidenses.
Informaba que esos cheques habían pasado por una cuenta del Banco Internacional SA, que el total de los mismos sumaba 89 mil dólares y que habían sido depositados a Barker el 20 de abril de 1972.

Según la nota, Alejandro Ogarrio Ramírez (hijo de Manuel Ogarrio) había dicho que ni él ni su padre habían visto aquellos cheques del Banco Internacional y que ninguna de las firmas que aparecían en el dorso de los documentos bancarios tenía el menor parecido con la firma de su padre.
Carl Bernstein de todos modos viajó a Miami y buscó a Dardis, con quien confirmó la existencia de los cuatro cheques.
Según contaron los reporteros de The Washington Post en su libro, la ruta del dinero en la que estaría involucrado el abogado Ogarrio había sido la siguiente:
Robert H. Allen, jefe del Comité para la Reelección de Nixon en Texas, fue el proveedor de los fondos que se trasladaban a México y “Ogarrio era la persona que cambiaba el dinero, quien convertía los cheques y los valores que le entregaba Allen en dólares norteamericanos, bien en billetes, bien en cheques librados a su cuenta en el Banco internacional”.
Richard Haynes, abogado de Allen, explicaría a Bernstein también la misma ruta de los fondos recaudados. Ese mismo abogado bautizó a la Conexión México como la Operación Limpieza, un método para poner en marcha una maquinaria que impide conocer el origen real del dinero.
Allen era la pieza texana de una estructura nacional que usaba un fondo secreto para financiar actividades, incluidos el sabotaje y espionaje a sus contrincantes demócratas, que favorecieran la reelección de Nixon.
Republicano convencido, era propietario de la empresa Gulf Resources and Chemical Corporation, en Houston, así como de Compañía de Azufre de Veracruz, su filial en México.
Los 89 mil dólares que financiaron el asalto a las oficinas del edificio Watergate eran apenas una pequeña parte, según dijeron los fiscales de Miami, de cuando menos otros 750 mil dólares trasladados a México en las semanas previas al 7 de abril de 1972.
Esa fecha tiene un particular significado. El 7 de abril de 1972 entraba en vigor una nueva ley sobre financiamiento de las campañas electorales y era el último día en que podían aceptarse, legalmente, aportaciones anónimas.

A zancadas de información, eso es lo que se conocía en esos días.
Garganta Profunda fue la fuente anónima que ayudó a los periodistas a confirmar muchos de los puntos clave del caso Watergate. Elaboración: MCCI.
Ahora, 50 años después, podemos saber cómo y por qué el último día de julio de 1972 el nombre de Manuel Ogarrio Daguerre aparecía en la primera plana de The New York Times, conectado para siempre en la historia del Watergate.
–¿Y entonces un día lo busca un periodista y le pregunta sobre la firma de su padre en unos cheques?
–Un día llega al despacho Ogarrio Abogados, en la calle de Lucerna 80, una persona y me dicen: “Licenciado, lo busca un reportero del New York Times”. Se me olvida su nombre…
–Walter Rugaber…
–Nada más porque tú lo dices. Si no me acuerdo de cosas que pasaron hace un mes, imagínate hace 50 años. Llega y me dice: “Licenciado, vengo del New York Times y quiero preguntarle si este documento y esta firma es de su papá”, y me presenta un documento en copia fotostática.
–¿Igual a éste? –el reportero le muestra copias de los cheques que forman parte de los expedientes desclasificados del FBI.
–Igual, sí. Le digo al periodista de The New York Times: “La firma es parecida a la de mi papá, pero es un documento en copia fotostática. No te puedo asegurar que sea de mi papá”. El señor tomó su documento, salió y santo remedio.

Uno de los cheques que tiene de nuevo en sus manos es el que Alejandro Ogarrio Ramírez recuerda que el reportero le mostró hace 50 años. Mira las copias, las repasa. No hay nada que indique una memoria nostálgica, por llamarla de algún modo, ni tampoco un golpe de sorpresa. Solamente ve las copias y dice: “Sí, sí era uno de estos”.
–Eso fue hace 50 años. No volvió a decir ni una palabra.
–No hasta ahora. Te voy a decir lo que me consta y lo que platicó mi papá.
Apenas unos días después de que los nombres de los implicados en el allanamiento de las oficinas del Partido Demócrata condujeron las investigaciones a Miami, a las actividades clandestinas de cubanos anticastristas, a los vínculos con la CIA, a la Conexión México y al nombre de Manuel Ogarrio, la preocupación llegó al círculo más cerrado del poder en Washington.
El presidente Richard Nixon y su grupo más cercano desplegaron desde los primeros días una estrategia de presión, en un contexto de tensiones y miedos, que pretendió parar el escándalo y las investigaciones del FBI sobre el origen del dinero y la Conexión México.

Los testimonios y documentos recabados por el Comité Judicial de la Cámara de Representantes encargado de determinar si había bases reales para proceder a la destitución de Richard Nixon por sus intentos de obstruir la justicia en la investigación del Watergate dan cuenta detallada de ello.
Esta es la historia resumida que relata el reporte del Congreso:
Cinco días después de que Los Plomeros fueran sorprendidos in fraganti, el 22 de junio, Patrick Gray, director interino del FBI, se reunió con John Dean, uno de los consejeros de Nixon.

Gray le informó que cuatro cheques a nombre de Manuel Ogarrio habían sido depositados en la cuenta de Bernard L. Barker, uno de los detenidos en el Watergate, en un banco de Miami. Comentaron, entre otras cosas, las hipótesis del FBI sobre el asalto a las instalaciones del Comité Nacional del Partido Demócrata, incluyendo la teoría de que se trataba de una operación encubierta de la CIA.
Más tarde, Dean le reportó a Harry R. Haldeman, el jefe de Gabinete de Richard Nixon, lo que había conversado con el director del FBI.

Al día siguiente, a primera hora del 23 de junio, Haldeman le informó al presidente sobre la plática con el titular del FBI. Nixon se preocupó y ordenó a Haldeman que se reuniera con Richard Helms y Vernon Walters, director y subdirector de la CIA, respectivamente.
Y pidió algo más: que se cerciorara si el asunto del Watergate tenía que ver con la CIA y si el hecho de que alguno de los detenidos hubiera participado en la frustrada invasión de Bahía de Cochinos era motivo de preocupación para la agencia de inteligencia.
Además, lo instruyó a que les comunicara a los funcionarios de la agencia de inteligencia que el presidente estaba preocupado por la posibilidad de que pudieran revelarse algunas operaciones encubiertas de la CIA y de la Unidad de Investigaciones Especiales de la Casa Blanca, como se llamaba formalmente a Los Plomeros, que no estaban vinculadas con el asunto del Watergate y en las cuales algunos de los detenidos habían intervenido.

Continuará…
Esta información fue publicada originalmente el 16 de junio de 2022 en Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad
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