José Martínez M/CAMBIO 22

Armando Linares López fue ejecutado. Lo mataron a sangre fría, como se hace con los periodistas en México. Le vaciaron una descarga a quemarropa que le desfiguró el rostro. La saña con que lo mataron dejó percibir el odio de sus atacantes. El homicidio tuvo lugar la tarde del martes en el domicilio del periodista en una colonia pobre de Zitácuaro, donde dirigía el Monitor de Michoacán, un medio digital.

Como Linares López dos centenares de periodistas han sido asesinados desde que se cometió el primer crimen de la narcopolítica, el de Manuel Buendía, el 30 de mayo de 1984.

Los últimos años han sido turbios y tristes. Todos los crímenes (99 por ciento) han quedado en la impunidad. Muchos de estos atentados tienen una relación de los políticos con el narcotráfico. Los sicarios simplemente cumplen su tarea bajo la instrucción de sus jefes “encárgate de esto”.

Lo peor de todo es que el primer responsable de la seguridad del país, desde Palacio Nacional incita el odio contra los periodistas. El presidente Obrador se ha encargado de la estigmatización de los periodistas a los que ha señalado como “enemigos” del gobierno y de la sociedad.

La primera vez que tuve el atrevimiento de sintonizar uno de sus monólogos de las mañaneras, apenas escuché la retahíla de sus ataques contra los periodistas, sentí de sopetón la sensación de estar ebrio, al escuchar la letanía con su amplio repertorio de insultos pensé que estaba en una cantina.

Las mañaneras son de una grosera boruca donde todos los días se trata de joder al prójimo. Allí desde Palacio Nacional hace ya tres años se escribe todos los días la historia negra de nuestra patria.

Con arrojo suicida el presidente se engancha con sus críticos. Con ojos de boxeador y sonrisa burlona se refiere con malicia a los que él ha declarado como sus enemigos. En el desempeño de su papel, él es el tribunal que condena, entre la vulgaridad y la ignorancia, la arrogancia resulta triunfadora dejando una patana huella indeleble. “He vendido tantos libros (200 mil según, él) que mis regalías superan más de tres millones de pesos”.

Para Obrador su gobierno cumple todo a la perfección. Pero existe en él una contradicción: le interesan más los infiernos diarios, que los cielos a los que anheló sentirse destinado.

Pero el presidente que está acostumbrado a reñir todos los días con los periodistas, no está interesado en los asesinatos cometidos contra los trabajadores de los medios de comunicación.

Tan es así que dejó en manos de un protector de narcos (Alejandro Encinas) la responsabilidad a cargo del gobierno de los temas de derechos humanos y protección de los periodistas. Como diputado Alejandro Encinas protegió y encubrió a un criminal vinculado a los cárteles de las drogas de Michoacán. Al aspirante a diputado Julio César Godoy Toscano, hermano de un jefe policiaco (Leonel Godoy).

En un acto de congruencia Alejandro Encinas debería de presentar de inmediato su renuncia, pero al contrario ha dispuesto del millonario presupuesto como subsecretario de Gobernación para maicear a periodistas que durante años se han dedicado al activismo político como un redituable trabajo organizando seminarios y conferencias engatusando a periodistas provincianos.

Como Armando Linares López, el periodista ejecutado el pasado martes en Zitácuaro, existen 1,500 periodistas de todo el país con amenazas de muerte que han recurrido a los mecanismos de protección del gobierno. Muchos de ellos, a pesar de contar con dichas medidas, han sido asesinados. El mecanismo de protección no funciona, es un ente burocrático que debe dar paso a una verdadera defensoría de los periodistas.

El ejercicio del periodismo en nuestro país tiene como marca indeleble el asesinato como castigo y la autocensura como práctica. Todo ello es consecuencia de la peligrosa estigmatización que se hace desde Palacio Nacional de declarar a los periodistas como enemigos del gobierno y de la sociedad.

El periodismo ha entrado a zonas prohibidas para su libre ejercicio.

Hace unos años el Fiscal de Agravios a Periodistas de la PGR, el doctor Gustavo Salas me invitó a dar una charla (durante dos días) al equipo de investigación (formado por ocho agentes del ministerio público federal especializados en el tema de la prensa) cuando les presenté un documento sobre 70 formas de inhibir a un periodista se quedaron perplejos. El asesinato, les dije, es el extremo para atacar a un periodista. Con tristeza todos callamos.

 

redaccion@diariocambio22.mx

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