Pascal Beltrán del Río/ CAMBIO22

 

La inauguración de una Copa del Mundo de la FIFA es, en esencia, un acto de Estado diseñado para proyectar una imagen de orden, prosperidad y capacidad institucional.

Hasta 1986, todas las ceremonias inaugurales tuvieron como protagonista infaltable al jefe de Estado del país organizador. Así fue, por ejemplo, en 1934, con Benito Mussolini; en 1966, con la reina Isabel II; en 1978, con el general Jorge Rafael Videla, y en 1982, con el rey Juan Carlos.

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México hizo lo propio en los dos Campeonatos Mundiales que le tocó organizar en solitario, en 1970 y 1986. Sin embargo, a diferencia de lo sucedido en el resto de las ceremonias inaugurales, las que se llevaron a cabo en la capital mexicana se convirtieron en momentos incómodos para el anfitrión, pues el Estadio Azteca —sede de ambas— se transformó, espontáneamente, en un tribunal cívico, en que el gobierno fue confrontado y juzgado directamente.

Los abucheos monumentales dirigidos a los presidentes Gustavo Díaz Ordaz, en 1970, y a Miguel de la Madrid, en 1986, no fueron meros incidentes de descortesía o de chunga, sino protestas políticas que delinearon el declive del gobernante Partido Revolucionario Institucional.

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El primer gran repudio ocurrió el 31 de mayo de 1970. Ante un estadio lleno, Díaz Ordaz declaró solemnemente inaugurada la IX Copa del Mundo, un torneo por cuya organización México había peleado duramente y que se logró gracias a un intenso cabildeo encabezado por Guillermo Cañedo.

La respuesta al discurso presidencial fue un abucheo que resonó a nivel global. Este rechazo estaba indisolublemente ligado a la violencia de Estado ejercida dos años antes y que culminó con la matanza del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco. Aunque el gobierno había utilizado su vasta maquinaria propagandística para presentar una fachada de estabilidad y orden, el estigma de aquella represión seguía pesando sobre Díaz Ordaz, quien vivía los últimos meses de su sexenio.

Dieciséis años después, el rechazó se repitió. El 31 de mayo de 1986, el presidente Miguel de la Madrid también fue abucheado durante el discurso inaugural de la Copa del Mundo. Las causas del descontento habían cambiado, reflejando una nueva fase en la crisis del régimen: la condena era, sobre todo, por la incompetencia. México estaba sumido en una severa crisis económica, con devaluaciones extremas, pero el detonante del repudio fue la pésima respuesta del gobierno ante los sismos de septiembre de 1985.

Diego Maradona recibe la Copa FIFA de manos del Presidente de México, Miguel de la Madrid. Final de la Copa del Mundo México 1986 (Argentina 3 Alemania Federal 2, 29/06/1986)

Aquella silbatina fue tan potente que el discurso presidencial se volvió inaudible, siendo incluso más sonora que el de 1970. Lo más revelador de ese episodio fue el mecanismo de control implementado por el Estado ante el pánico de perder el control narrativo. La transmisión televisiva trató de camuflar lo sucedido, mediante una alteración del sonido ambiente, introduciendo aplausos donde sólo había rechifla, pero lo que ya era inocultable era la grieta entre la sociedad civil y el gobierno, que habían dejado los terremotos y las secuelas de la irresponsabilidad económica de los dos sexenios anteriores.

Esos malos antecedentes en México llevaron a la FIFA a desaconsejar la participación de los gobernantes, por temor a que su presencia ensuciara de nuevo el arranque del certamen. En Italia 1990, se hizo caso a la petición, pero desde entonces no han faltado los líderes que sí se han animado a hablar en las ceremonias inaugurales, pues la fuerza del reflector de un Mundial no es despreciable.

Así lo hizo, entre otros, el estadunidense Bill Clinton, a quien no le preocupó inaugurar el de 1994 en las escalinatas del Soldier Field, en Chicago, pese a que la oposición republicana estaba en vías de ganar las dos Cámaras del Congreso por primera vez en cuatro décadas, ni que a unos metros de él hubiera un aficionado alemán con el torso desnudo, quien incluso le dio una palmada en el hombro cuando bajaba hacia el podio.

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Dentro de seis meses, cuando se inaugure el Mundial 2026 —nuevamente en el Azteca, rebautizado como Banorte—, la nota no será que abuchearon a la Presidenta de México, pues ella ya decidió que no estará presente.

 

 

 

redaccion@diariocambio22.mx

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