“El Silencio como política de Estado”
26 Nov. 2025
Juan José Sánchez / CAMBIO 22
Me cerraron la cuenta de Facebook. Otra vez. Y con el clima político que respiramos, sería ingenuo pensar que será la última. Pero el cierre es sólo el síntoma, no la enfermedad. Lo relevante es lo que se confirma: En este estado, como en la mayor parte del País la crítica sigue siendo tratada como basura incómoda que debe esconderse bajo la alfombra, no como una herramienta para corregir el rumbo.
La censura nunca es accidental. Y menos cuando llega justo después de exhibir lo que el poder intenta ocultar. Facebook fue el verdugo; ciertos despachos los inquisidores. No hubo algoritmos confundidos ni normas violadas. Hubo una intención política clara: apagar la conversación antes de que se vuelva incontrolable.

Yo no infringí reglas.
No inventé datos.
No difamé a nadie.
Solo escribí lo que cualquier ciudadano ve sin necesidad de una editorial: una clase política que administra la opacidad como si fuera una virtud, improvisa como si eso fuera estrategia y vende simulación como productividad.
El problema no es que yo escriba.
El problema es que lo que escribo los desnuda.
El gesto, en si mismo, revela algo más profundo, revela un gobierno incapaz de sostener una discusión pública sin desmoronarse. Un aparato que se mueve con una asombrosa rapidez para silenciar críticas, pero con lentitud patológica para enfrentar inseguridad, corrupción, rezago, crisis de servicios y decisiones que nadie entiende.

Porque aquí el poder no rinde cuentas: administra silencios.
Y cuando esos silencios ya no alcanzan, recurren al apagón digital.
Lo que escribí no amenazaba a nadie.
Amenazaba su comodidad.
Y ese es el único riesgo que el poder local no está dispuesto a tolerar.
Si una columna mía basta para que empiecen los nervios en oficinas públicas, entonces el estado de sus instituciones no es delicado: es estructuralmente frágil.
Fácil de romper. Fácil de exponer. Fácil de asustar.
Y lo digo de frente
si tu administración, tu partido o tu pequeño feudo político se tambalea por una columna editorial, el problema no es la columna —el problema es tu gobierno.
Si una opinión mía los descompone, entonces no soy yo el riesgo: es su propia debilidad institucional.

Esto no va de “contenido sensible”.
Sensible es su piel política, que se desprende cuando escuchan palabras prohibidas como corrupción, incompetencia o simulación. Sensible es su ego, no mi texto.
En Quintana Roo —y en gran parte del país— la crítica se convirtió en un delito moral que hay que castigar. El poder se volvió infantil: todo le duele, todo lo ofende, todo lo interpreta como ataque.
La realidad que señalo no la inventé yo:
la legislatura que finge trabajo, los silencios usados como moneda, las decisiones públicas guiadas por ocurrencias, la transparencia tratada como privilegio, los trámites como recordatorio de quién manda y quién obedece.
Y sí, me cerraron la cuenta.
Pero no resolvieron nada de lo que exhibí.
No limpiaron la corrupción.
No arreglaron la simulación legislativa.
No aclararon las zonas grises.
No volvieron competente a nadie.
Solo confirmaron lo que ya sabíamos:
No pueden lidiar con la verdad, así que intentan administrar el silencio.
Hoy probablemente escribo desde otra cuenta.

Mañana desde otra plataforma.
Y si cierran todas, escribiré desde donde nació el periodismo: sin filtros, sin permisos y fuera del alcance del poder.
Porque las instituciones fuertes responden.
Las medianas toleran.
Y las débiles, como esta, censuran.
La reacción fue inmediata.
No por eficiencia.
Por miedo.
Y el miedo —a diferencia de mis columnas— no se puede censurar.
KXL




















