Nelly Ramírez Moncada / CAMBIO 22

En Irán, en Teherán, después de seis años de sequía extrema, las autoridades han empezado a discutir si algunas ciudades deben desaparecer. No reubicarse ni recibir apoyo, desaparecer. Algo que suena a ciencia ficción, pero que es la consecuencia lógica de un territorio donde el agua dejó de existir. Pensé en Uxmal, en Teotihuacán. Ciudades que también fueron abandonadas cuando el agua ya no alcanzó. A veces creemos que vivimos fuera de la historia, pero la historia no se detiene porque creamos que somos modernos.

En México, una amiga de San Luis Potosí me contaba que durante meses solo tenían servicio de agua un día a la semana. No por una falla puntual, sino por una mezcla de sequía, mal manejo y un calor tan brutal que multiplicaba los efectos. En varias colonias, la única salida era comprar pipas particulares. Ochocientos pesos si tenías suerte. Tres mil o cuatro mil en fin de semana, cuando la demanda subía. No importaba el tamaño de la cisterna, cobraban lo mismo. Hubo barrios que se organizaron para comprar pipas colectivas, como negociando un bien de lujo. En las colonias con menos recursos pasaban días sin una gota. Días. Estrés puro.

Este año llovió más. Las calles se inundaron. El manto acuífero se recuperó. Sin embargo, la ciudad tampoco estaba preparada para recibir tanta lluvia ni para almacenarla. Pasamos de la escasez a la abundancia sin infraestructura para ninguna de las dos. La paradoja perfecta de una época que vive en extremos y sigue operando con sistemas diseñados para un clima que ya no existe.

Me pregunto en qué momento dejamos de ver la historia completa. Nuestros horizontes son ciclos de vida, pero, sobre todo, ciclos electorales. Mientras tanto, el clima avanza con la lógica de los ciclos largos. El planeta no entiende de administraciones de tres o de seis años.

Estamos en un momento de transición. Por un lado, una tecnología que está reorganizando todo, desde nuestra capacidad de aprender hasta la forma en que se mueve el capital. La inteligencia artificial ya no es futuro, es la infraestructura silenciosa de casi todo. Por otro lado, la variable climática avanza como un río que se desborda. China y buena parte de Europa han entendido que una transición verde rápida es costosa a corto plazo, pero infinitamente más barata que la inacción. No es altruismo, es cálculo de supervivencia.

En México seguimos creyendo que las sequías masivas son un problema pasajero, que el gobierno encontrará una solución. Pero ahora no solo son industrias. Son centros de datos que necesitan miles de litros para enfriarse y operar. Mientras haga calor (y cada año será más caliente que el anterior), la demanda seguirá creciendo. La pregunta es cómo equilibrar un país donde el agua se volvió un privilegio y, al mismo tiempo, la infraestructura digital que necesitamos para ser competitivos requiere agua para funcionar.

En la frontera norte, la sequía no solo amenaza hogares, sino al corazón económico de México. Esa franja que va de Baja California a Tamaulipas concentra gran parte de la industria automotriz, electrónica y agroexportadora del país, motores que dependen críticamente del agua para producir y mantener empleos. Cada temporada seca obliga a reducir siembras, detener líneas de producción o encarecer procesos industriales. El agua ya no es solo un recurso natural, es un factor de competitividad. Sin ella, el dinamismo de toda la región fronteriza, que sostiene buena parte de las exportaciones y la economía nacional, empieza a tambalearse.

Mientras escuchaba el caso de Irán, recordé mi primera visita a Uxmal. Pensé en aquellos gobernantes mayas que imaginaron sus palacios, sus ceremonias, sus colores. En la certeza que habrán tenido de que su mundo era eterno, y en cómo usaron el agua para alimentar esa grandeza. Nunca imaginaron que un día el agua se iría y, con ella, la vida. Me pregunto si nosotros, tan seguros de nuestras ciudades, no estamos repitiendo esa misma soberbia. México no tiene una política hídrica nacional del siglo XXI. Tiene administraciones tratando sequías como emergencias cuando en realidad son estructuras permanentes. Si México quiere competir por la inversión extranjera y el nearshoring, la variable decisiva ya no será la mano de obra ni el T-MEC, sino el agua. La crisis del agua amplifica desigualdades, quienes menos tienen pagan más por cada litro.

Pero esta no es una columna de fatalismo. Es una columna de ideas, de innovaciones ya existentes y de comunidades que crean. Lo veo desde donde escribo estas líneas, en el One Ocean Expedition de la ONU por el Mar de Cortés. Organizaciones compartiendo ideas sobre economía azul, restauración marina, sobre cómo cuidar un océano que nos da todo. Miro el mar y pienso en la paradoja. Somos criaturas hechas de agua y, sin embargo, no hemos aprendido a cuidarla. Tal vez la respuesta venga del propio océano. Tal vez será la desalinización. Tal vez será una nueva forma de almacenar lluvia. Seguro será una mezcla de todas, pero el cambio más importante es cultural.

Los seres humanos somos capaces de transformar nuestra relación con el mundo en tiempo real. Adaptarse es parte de ese trabajo. Aunque los gobiernos y las grandes empresas tienen responsabilidades gigantescas, la adaptación también empieza en lo pequeño. En nuestras conversaciones, en nuestras decisiones, en reconocer que los recursos naturales no se pueden dar por sentados.

Necesitamos un cambio de escala. Pensar en siglos y no en sexenios. Actuar entendiendo que cualquier empresa, por pequeña que sea, está siendo afectada por el clima. Cualquier decisión que tomemos hoy puede ayudarnos a no terminar como tantas ciudades antiguas, borradas no por guerras ni epidemias, sino por la incapacidad de cuidar el agua mientras todavía estaba ahí.

El clima está cambiando. Nosotros también podemos hacerlo.

 

 

 

 

Fuente: El Financiero

redaccionqroo@diariocambio22.mx

AFC/RCM

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