Los acuerdos de 1929, después llamados por los propios cristeros “Arreglos”, fueron negociados por el presidente interino de México, Emilio Portes Gil, en representación del gobierno, y la jerarquía católica a través del arzobispo Leopoldo Ruiz y Flores y el obispo Pascual Díaz. El proceso fue mediado por el embajador estadunidense Dwight Morrow y contó con el seguimiento de la Santa Sede.
En la negociación por la paz, la postura de los obispos estuvo dividida. Si bien inicialmente apoyaron la resistencia pacífica y la suspensión del culto, la mayoría del episcopado y el Vaticano se opusieron a la lucha armada a gran escala, buscando una solución negociada desde el principio.

La percepción de que los obispos traicionaron a los cristeros es el sentimiento común entre los combatientes. Se consideraron abandonados por la jerarquía eclesiástica tras los “Arreglos” de 1929. Si bien los obispos acataron la indicación del papa Pío XI, no consultaron a las bases alzadas para la firma de los protocolos de paz.
En efecto, el sentimiento de traición y abandono surge del tipo de acuerdos. El gobierno no modificó ni un ápice su postura anticlerical y la jerarquía católica entregó todo. Para empezar, pidió a sus adeptos entregar las armas. Mientras se mantiene intacta la ley Calles. Esto es, el rígido control hacia el culto católico, la restricción del número de sacerdotes, no tener celebraciones religiosas fuera del templo. El gobierno se comprometió a una “amnistía” para los combatientes y ser más flexibles en aplicar las normas legales. No quiero hacer apología de los motivos cristeros que querían hacer de Dios el centro de las decisiones de México. Hoy simpatizarían con Verástegui.
No hubo un concordato, sino un acuerdo pragmático que se llamó modus vivendi. A pesar de diferencias irreconciliables, la Iglesia y el Estado pactan de manera institucional que pueden coexistir pacíficamente y cooperar socialmente. La politóloga Soledad Loaeza señaló que este arreglo se pactó bajo la prevalencia de leyes anticlericales que en cualquier momento podían ser aplicadas como una espada de Damocles.
Los obispos, hacia el centenario de mártires cristeros, en lugar de romantizar y derrochar melancolía, deberían pedir perdón a su feligresía que generosamente se entregó. O al menos ofrecer una explicación amplia, ¿qué implicaciones políticas tiene este giro en un planetario que se inclina a la derecha?.




















