Redacción / CAMBIO 22

Sobre la tela se extiende el paisaje al óleo, inspirado en la zona arqueológica de Chalcanzingo, Morelos, desde donde se asoma un volcán que bien podría ser el Popocatépetl. Con una finura que recuerda a la visión paisajista del naturalismo del siglo XIX, todo se mira espacioso y celeste, más no vacío: ahí hay una nube que literalmente tiene una carita feliz de caricatura, hecha con dos puntos y una línea curva, en medio del desierto.

La obra, firmada por Oscar García Benítez (1991, Morelos), con el título “El mal que duró más de 100 años y el cuerpo que sí lo aguantó”, dice la descripción, “construye una imagen que entrelaza memoria, ironía y contemplación”. Al verla se reconoce una amalgama entre la tradición y presente, que provoca una especie de ternura rebelde.

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Ese cuadro es una de las 40 obras que forman parte de la XX Bienal Rufino Tamayo, resultado de un concurso que, a decir de sus curadores, se caracterizó por una amplia diversidad de formatos, que van desde el hiperrealismo fotográfico hasta lo más abstracto y conceptual, los cuales dan signos de los nuevos intereses de los artistas nacionales.

“En un mundo saturado con imágenes digitales el papel de la pintura ha cambiado y tiene un valor como contrapunto muy fuerte. Siempre la experiencia será muy distinta al estar frente a un cuadro físicamente, pues puedes sentir las ideas de los artistas en la obra de una forma muy física y dinámica”, dijo el curador Tobias Ostrader en conferencia.

“Pienso que hoy en día la pintura es un medio histórico, es decir que tiene la carga de la misma historia en ella. Me parece que todos estos artistas están reconociendo el peso y el uso que pueden hacer con ese medio histórico en diálogo con el mundo actual”, agregó el especialista que formó parte del jurado.

Espejismos, cachorros y amapolas

Los tres premios de la bienal fueron para los artistas capitalinos Othiana Roffiel Sánchez y Javier Peláez Gómez, y el poblano José Gonzalo García Muñoz. Todos nacidos entre 1976 y 1990. Estas piezas pasarán a formar parte del acervo del estado de Oaxaca, como dejó estipulado el artista Rufino Tamayo (1899-1991).

Othiana ganó con la obra “Mirage” que se encuentra entre los linderos de lo figurativo y lo abstracto. Buscó representar, sin referentes físicos o reales, la sensación de lo que se produce con espejismo en el desierto, donde se pierden las nociones de los puntos cardinales. Durante el recorrido, el curador Ostrader le pidió destacar la importancia de tamaño de la obra.

“Recientemente me siento muy atraída al formato pequeño. Creo que es por su intimidad. También vivimos en un mundo en el que todo es grande, es más y mucho del espectáculo, y a mí me parece que hay algo muy rico en lo más pequeño, literal y metafóricamente”, dijo la artista, quien se inspiró en las ideas del curador y escritor Chirs Sharp.

Con la pieza “La Ralla (duermevela)”, Javier Peláez, comparte una de las piezas de su investigación pictórica de flores tóxicas. El cuadro presentado es un óleo donde se puede ver con un detalle muy fino representaciones de amapolas entre brumas boreales. Flores que retrató a partir de fotografías periodísticas de campos de cultivo para el narcotráfico con una intención de buscar valores distintos a su representación.

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“Creo en la posibilidad del arte y la pintura para sublimar, para tomar cosas difíciles y convertirlas en algo poético. La flor que aparece es un bulbo de amapola tallado, que es la actividad que se hace para extraerse la goma de opio del que se producen mayormente drogas fuertes como la heroína.

“Es importante hablar de eso porque somos el tercer país productor. Pero tampoco es una visión solamente social o política, creo que la mirada va hacia la posibilidad de evocar algo poético a partir de algo terrible para generar nuevas lecturas”, dice el artista que lleva haciendo este tipo de exploraciones más de 20 años.

Gonzalo García, presentó el óleo “El desfile del salvaje hacia un futuro”, de una serie inspirada en la película “Los cachorros” de Jorge Fons, basada a su vez en la novela homónima del Premio Nobel Mario Vargas Llosa.

La pieza muestra varias preocupaciones, dese el pensar la castración y el valor del falo en la sociedad occidental, hasta la exhibición de proceso (porque hay partes de la obra que parece no estar terminada) artístico: “Toda mi pintura habla sobre cómo la vulnerabilidad masculina se puede retratar en pintura contemporánea. Básicamente el tema de la castración habla sobre ejercer un poder sobre el cuerpo y quitarle una parte para que su poder se vulnere”, dijo.

Hay otras piezass que tuvieron menciones honoríficas o que sólo fueron seleccionadas.  Estas van dese el surrealismo, la geometría, la pintura figurativa, las vanguardias latinoamericanas y representaciones populares.

Algunas piezas que llaman la atención son “La verdad histórica” , de Gabriel Garcilazo, recupera el arte popular de Guerrero para contar la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa; Mónica Romero Castro presentó la obra “El día que madrugó el diablo”, que parece una representación impresionista del accidente industrial de San Juan Ixhuatepec.

 

 

 

redaccion@diariocambio22.mx

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