Crónica de Una Muerte Anunciada
3 Nov. 2025
Jorge Fernández Menéndez / CAMBIO 22
Desde que había asumido el cargo el año pasado, el alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, un hombre independiente que alguna vez compitió por Morena pero que ganó en 2024 encabezando un movimiento independiente llamado Los del Sombrero, había pedido apoyo a la presidenta Sheinbaum, al Gabinete de Seguridad y al gobernador Ramírez Bedoya, porque recibía amenazas constantes del Cártel Jalisco Nueva Generación y porque había tomado la posición que casi ningún presidente municipal quiere asumir: combatir en su ciudad, la segunda en importancia en Michoacán, frontalmente al crimen organizado, en un estado, Michoacán, en donde tanto el gobierno estatal como los municipales están doblegados ante los grupos criminales.
Lo noche del sábado fue asesinado. La custodia, por lo que se ve escasa, que le habían otorgado, como todo apoyo fue insuficiente. Lo que quería Manzo era otra cosa: quería que se le diera apoyo real, no para su seguridad sino para fortalecer la estructura de seguridad del municipio y lograr sacar al crimen del municipio, utilizando armas de mayor poder del que tienen los presidentes municipales, normalmente pistolas de viejos modelos y poco más.
Hay que decir que Carlos –al que iba a ver el martes pasado, pero no pudo y quedamos en vernos el martes 5 al mediodía– no recibió ni remotamente el apoyo que legítimamente demandaba. Ni el gobierno federal ni, mucho menos, el gobernador Ramírez Bedoya; le dieron apoyo, le hicieron el vacío y eso hizo evidente también que más temprano que tarde ocurriría lo inevitable: lo iban a matar los criminales que todos los días lo amenazaban.
Hace unos meses, cuando mataron en Michoacán a Hipólito Mora, quien también había pedido apoyo y protección en forma inútil al gobierno, Ramírez Bedoya le dijo que se fuera de Tierra Caliente a Morelia, que allí sí lo podría proteger. A Mora lo mataron. Por cierto, este mismo fin de semana mataron también a su sobrino y su esposa.
Hay una diferencia notable, sin embargo, entre el caso de Mora y el de Carlos Manzo. Hipólito, con sus luces y sus sombras era un hombre que desde las autodefensas había estado cerca de la confrontación interna de los propios cárteles, con amigos y enemigos en ellos. Carlos Manzo era un hombre limpio, un político de verdad, de 40 años, de esos comprometidos con su gente y que adoptó la única estrategia que es válida para enfrentar a los grupos criminales: acabar con ellos de todas las formas posibles, no dejarlos operar, no tener contemplaciones, no elegir golpear a un grupo mientras se dan concesiones al otro, no permitir que se extorsione, se robe, se desarrollen las actividades que permiten que esos grupos se financien expoliando a la población, reemplazando a las autoridades.
En lugar de ignorarlo y darle un apoyo sólo de palabra, las autoridades federales y estatales tendrían que haberle dado pleno apoyo a Manzo, porque era lo que se supone que se está buscando: que la lucha contra el crimen organizado se dé desde la base, desde el territorio, desde los municipios, creando policías locales que puedan golpear al crimen en su territorio, mientras las estatales y federales los desarticulan con grandes golpes. Eso no ocurre porque no hay casi ningún presidente municipal decidido a asumir esa lucha, porque no tienen incentivo alguno para hacerlo, al contrario.

Porque los gobernadores, como en Michoacán, son ajenos a ese esfuerzo, hablan mucho y hacen poco. Porque las autoridades de seguridad federales están en los suyo y tampoco prestan atención y apoyo a estos pocos personajes, como Carlos Manzo, que están dispuestos a luchar contra los criminales. A veces lo hacen con argumentos que pueden resultar por lo menos debatibles: como que entregarles armas de mayor calibre y poder de fuego a los presidentes municipales, dicen, podría hacer que terminaran en manos de los criminales (como sucedió en Michoacán con los grupos de autodefensa), pero no estamos hablando de enfrentar a grupos ilegales contra otros, sino de armar a las instituciones municipales, las que estén dispuestas a hacerlo, con los equipos y las fuerzas que sean necesarias. No hacerlo termina encerrando todo en un círculo vicioso (porque la otra opción es entonces no combatirlos).
No nos engañemos: los responsables directos del asesinato de Carlos Manzo fueron los criminales, en este caso del CJNG, pero también las autoridades a las que Manzo les pidió apoyo en forma infructuosa. Era su responsabilidad y no la cumplieron. De poco sirve que todos ahora saquen comunicados diciendo que el crimen no quedará impune, pero su responsabilidad era evitar que ese crimen anunciado se cometiera.
Michoacán, lo hemos dicho muchas veces, es el laboratorio del crimen organizado. Hace 15 años, después de las elecciones de 1988, hice en la zona Uruapan el que creo que fue mi primer reportaje sobre temas de narcotráfico. Ahí hicimos el primer reportaje sobre narcotráfico de Todo Personal, en un taller mecánico donde había una fosa común, la primera que vi, y un cuarto de tortura terrible.
En Michoacán, desde que dejó el gobierno Lázaro Cárdenas Batel, todos los gobernadores han sido cómplices u omisos ante el crimen organizado. Carlos Manzo era una esperanza y una oportunidad política de poder comenzar a transformar las cosas, convertir el círculo vicioso en el que se ha convertido Michoacán en un círculo virtuoso. El sábado las balas que mataron a Carlos acabaron también con esa posibilidad.
KXL





















