Tulum: La Factura de un Modelo Agotado
24 Oct. 2025
Román Meyer / CAMBIO 22
Tulum enfrenta hoy una crisis que no tomó por sorpresa a nadie. La sobreoferta inmobiliaria, la urbanización sin control y la falta de planeación nos trajeron hasta este punto. Lo que ocurre no es una coyuntura, sino la consecuencia de un modelo de desarrollo que se advirtió hace años.
En septiembre de 2025 la ocupación hotelera cayó a 49.2 %, frente al 66.7 % del año anterior. Mientras tanto, Cancún y Bacalar mantienen niveles por encima del 65%. La diferencia refleja que el problema no está en el turismo, sino en la forma de crecer que se promovió.
Por eso la instrucción de la presidenta Claudia Sheinbaum de revisar la gestión del Parque del Jaguar y los cobros de acceso a las playas es más que oportuna: busca corregir un modelo que confundió expansión con desarrollo.
Tulum nació como el “anti-Cancún”: un destino de baja densidad, estética natural y experiencias auténticas. Pero esa narrativa se convirtió en justificación para urbanizar sin control. En pocos años se levantaron miles de departamentos y hoteles —algunos con valores superiores a los diez millones de pesos— mientras buena parte de las calles permanecen sin pavimento, sin drenaje y sin banquetas. Es una paradoja que revela el fondo del problema: una ciudad donde se vende el lujo internacional, pero los servicios básicos siguen siendo precarios. El auge inmobiliario no se tradujo en bienestar colectivo, y el impuesto predial, en lugar de reinvertirse en infraestructura, se perdió en una administración urbana débil.

Durante la administración pasada se impulsó un modelo de contención urbana en el corredor del Tren Maya para frenar ese patrón expansivo. En el caso de Tulum, ante la intención del municipio de triplicar su superficie urbanizada —de 1 140 hectáreas a más de 3 000—, se acordó una primera fase de crecimiento de 60 % de su actual mancha urbana en una ventana de diez años, condicionada a consolidar servicios e infraestructura antes de abrir una segunda etapa. En municipios vecinos, como Bacalar y Felipe Carrillo Puerto, el crecimiento máximo autorizado fue del 17 % y 8 %, respectivamente. La regla fue sencilla: antes de crecer, había que consolidar.
En paralelo se emprendió el Parque del Jaguar, un proyecto que busca ordenar y preservar el entorno de la zona arqueológica de Tulum, hoy rodeada por tres Áreas Naturales Protegidas. Se incorporó un antiguo aeródromo de 300 hectáreas ya impactadas para generar un cinturón ambiental que contuviese la expansión y mejorase la transición entre ciudad, selva y patrimonio. Actualmente el parque es administrado por la Defensa, a través del Grupo Olmeca-Maya-Mexica, responsable de su operación y promoción. Es clave consolidar un acceso integral a este espacio —vía el Museo de la Costa Oriental, el más grande de la región— que articule la entrada arqueológica, la playa pública y la zona natural, con tarifas diferenciadas y accesibles para asegurar que el bien común no quede restringido al turismo de lujo.
La presión sobre la península de Yucatán es enorme. Según el Consejo Civil Mexicano para la Silvicultura Sostenible, con base en datos de la CONAFOR y el INEGI, entre 2019 y 2023 la Península de Yucatán perdió 285 580 hectáreas de cobertura forestal, principalmente por la expansión agropecuaria y urbana. En ese mismo periodo, el derecho de vía del Tren Maya —de 1 554 kilómetros de largo por 40 metros de ancho— representa alrededor de 6 200 hectáreas, es decir, apenas 2 % de esa pérdida total. Este contraste demuestra que la deforestación no proviene de la obra ferroviaria, sino de un modelo territorial sin control que también ha impactado directamente a Tulum: fraccionamientos irregulares, tala y crecimiento turístico desordenado son hoy la verdadera amenaza a su ecosistema.
En ese contexto, el Tren Maya representa una oportunidad de corrección. Su propósito central no es el tren en sí, sino consolidar un modelo de desarrollo regional basado en la preservación ambiental y cultural. Su misión es conectar los vestigios mayas —incluyendo los de Tulum, uno de los centros arqueológicos más visitados del país— con un turismo sostenible que genere prosperidad local, frene la depredación agroindustrial y detenga la expansión urbana sin servicios. Como demuestra el modelo de Costa Rica, cuando la conservación es motor económico, la selva deja de ser obstáculo y se transforma en valor. Pero para lograrlo, el sistema ferroviario debe garantizar accesibilidad real entre las estaciones, las comunidades y los sitios patrimoniales, integrando movilidad, ecosistema y ciudad.

Para corregir el rumbo de Tulum se necesitan decisiones firmes y transparentes:
1. Detener la expansión urbana fuera de los límites acordados hasta que los servicios básicos —agua, drenaje, residuos, electricidad, transporte— estén plenamente garantizados.
2. Fortalecer la normatividad urbana e imagen del destino, con reglas claras sobre alturas, materiales, publicidad y tipologías arquitectónicas que devuelvan coherencia al tejido urbano.
3. Invertir en espacios públicos, vialidades completas, alumbrado y equipamientos comunitarios que dignifiquen la vida cotidiana.
4. Transparentar el uso de los ingresos del predial y del impuesto al hospedaje, asegurando que cada peso recaudado se destine a los servicios urbanos más carentes
5. Reformar el Código Civil y el Registro Público de la Propiedad para frenar el contrabando de terrenos nacionales y los registros falsos que generan derechos ilegítimos.
6. Mantener el acceso libre y asequible a las playas y al patrimonio arqueológico, preservando el carácter público de los bienes comunes.
7. Reforzar la planeación regional para que el crecimiento económico se traduzca en equidad territorial y bienestar para los habitantes locales.
La crisis de Tulum es una advertencia y una oportunidad. No es un problema del turismo: es urbano y territorial. Seguir creciendo sin orden sería repetir el error. Es momento de consolidar lo construido, de invertir en infraestructura, servicios y espacios públicos antes de abrir nuevos frentes. Lo que está en juego no es solo el futuro de un destino turístico, sino la capacidad de México para construir una nueva relación entre turismo, territorio y comunidad.
Tulum puede volver a ser símbolo de equilibrio, de naturaleza y cultura coexistiendo. Tiene el paisaje, el legado y la atención nacional para lograrlo. Pero necesita recuperar el sentido de la planeación: crecer cuidando lo que le da vida. El paraíso no se pierde de un día para otro; se erosiona poco a poco entre calles sin servicios, selvas taladas y playas privatizadas. Consolidar no significa detenerse, sino aprender a madurar como sociedad, entendiendo que el verdadero progreso no está en lo que se construye, sino en lo que se preserva y se comparte.
Fuente: El Sol de México
GPC/RCM





















