• El hallazgo en Xochistlahuaca, bautizado como Paso Temprano, data de hace 1,200 años y muestra un sorprendente nivel de conservación arquitectónica

 

  • Arqueólogos del INAH registran estructuras palaciegas, murallas defensivas y una cancha ritual que podrían redefinir el mapa cultural del Epiclásico mexicano

 

Redacción / CAMBIO 22

Una ciudad epiclásica de 1,200 años de antigüedad, bautizada como Paso Temprano o Corral de Piedra, emerge de la espesura en el municipio de Xochistlahuaca, revelando un grado de conservación excepcional y una sofisticada traza urbana con una cancha de juego de pelota como eje central del poder ceremonial.

A lo largo de crestas y cerros escarpados que definen el paisaje agreste de Xochistlahuaca, arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) han logrado registrar de manera sistemática los vestigios de una urbe prehispánica que data del periodo Epiclásico, comprendido entre los años 650 y 950 después de Cristo.

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El sitio, conocido entre los pobladores locales desde hace generaciones como Corral de Piedra o Ciudad Antigua, recibe ahora el nombre académico de Paso Temprano, erigiéndose como un testimonio pétreo de una civilización que floreció hace aproximadamente doce siglos en la recóndita Costa Chica de Guerrero.

La relevancia del hallazgo, más allá de su considerable antigüedad, reside en su sorprendente estado de integridad estructural, un hecho poco común que ofrece una ventana singular hacia el pasado. La distribución arquitectónica y el sistema constructivo empleado, denominado técnicamente paramento mixteco, vincula directamente a Paso Temprano con una serie de asentamientos de características similares localizados a pie de monte y en las serranías adyacentes.

Dicho sistema, cuyo sello distintivo se observa también en la Zona Arqueológica de Tehuacalco, consiste en la colocación de bloques pétreos en posición vertical, “parados”, que se intercalan de manera metódica con pequeñas lajas para conformar muros de notable solidez y perdurabilidad.

El arqueólogo Miguel Pérez Negrete, investigador del Centro INAH Guerrero y quien junto con su colega Cuauhtémoc Reyes Álvarez ha dirigido los minuciosos trabajos de inspección y registro, subraya el potencial transformador de este descubrimiento. Pérez Negrete enfatiza que el estudio profundo de Paso Temprano en los próximos años podría ser la clave para definir los contornos de una cultura arqueológica local hasta ahora poco comprendida, una sociedad que aparentemente experimentó su apogeo en el lapso transcurrido entre el Epiclásico y el Posclásico Temprano en esta porción específica del territorio guerrerense.

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Aunque los vestigios forman parte de la memoria colectiva de los habitantes de El Carmen, una comunidad de filiación nahua, la evidencia histórica sugiere que los grupos que ocuparon esta área en los momentos finales de la época prehispánica fueron los amuzgos y los mixtecos. No obstante, el arqueólogo Pérez Negrete es cauteloso y señala la imperiosa necesidad de profundizar en las investigaciones para desentrañar los enigmas fundamentales que rodean a la ciudad: la identidad específica de sus fundadores y habitantes, y la razón primordial que los impulsó a erigir su ciudad en una posición tan claramente defensiva.

La elección del emplazamiento no fue casual. Los antiguos pobladores de Paso Temprano aprovecharon con astucia la topografía natural, levantando su ciudad sobre filos montañosos y farallones de difícil acceso, una estrategia de protección que fue reforzada de manera activa con la construcción de una muralla perimetral. Esta configuración delata una sociedad que, si bien alcanzó un notable desarrollo, vivía inmersa en un contexto de posible conflicto o inestabilidad regional que demandaba medidas de resguardo extremas.

Los trabajos arqueológicos que han permitido este registro se enmarcan dentro de una iniciativa más amplia, derivada de la Mesa de Trabajo “Cultura e identidad” del Plan de Justicia y Desarrollo de la Nación Amuzga. A través de este mecanismo, la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, por conducto del INAH, ha intensificado los esfuerzos por documentar el patrimonio arqueológico en la Costa Chica de Guerrero.

Se trata de una región que, pese a haber captado la atención de investigadores desde la década de 1960, carece de un inventario arqueológico extenso y detallado. Este proyecto ha contado con un acompañamiento fundamental por parte de las autoridades comunales de El Carmen, como el Comisario Municipal Noé Salazar Maceda, y figuras locales como el director del Museo Comunitario de Xochistlahuaca, Cecilio Antonio Nieves, y el profesor Domingo Torres Aparicio, cuyo conocimiento del terreno ha sido invaluable.

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La ciudad de Paso Temprano se extiende a lo largo de más de 1,2 kilómetros, revelando en su traza interna las complejidades de una sociedad claramente estratificada. La disposición de las construcciones no obedece al azar; en las laderas de menor altitud es posible identificar los basamentos de lo que fueron viviendas comunes, mientras que las áreas palaciegas y de mayor relevancia cívico-religiosa se reservaron para los puntos más elevados y mejor protegidos del asentamiento, un patrón urbano que refleja una jerarquía social bien establecida.

El ascenso hacia la ciudad, tal y como lo describe el arqueólogo Pérez Negrete, representa un desafío físico debido a la pronunciada orografía de los cerros que la albergan. Sin embargo, esa dificultad se ve recompensada con la posibilidad de reconocer, de manera casi palmaria, los diferentes sectores que componían el tejido urbano. El recorrido inicia con unidades arquitectónicas aisladas que marcan la periferia del asentamiento. A medida que se gana altura, se localizan dos áreas habitacionales densas, denominadas por los investigadores como Pueblo Viejo, donde los basamentos conservan evidencias claras de habitaciones, vestíbulos y pasillos que delimitaban los espacios domésticos.

La cima de la montaña está ocupada por un extenso sector defensivo, delimitado de manera inequívoca por los restos de la muralla que una vez circundó el corazón del poder. A partir de este punto, el acceso se vuelve deliberadamente restrictivo; pasos estrechos bordeados por desfiladeros que funcionaban como embudos naturales, puntos de control que permitían vigilar cualquier movimiento y pasillos angostos que canalizaban el tránsito, constituían un sistema de seguridad escalonado y sumamente eficaz. Tras sortear estas defensas, se accede por fin al sector ceremonial, el núcleo sagrado y político de Paso Temprano.

Es en este espacio culminante donde se alza, como pieza central, una cancha de juego de pelota en forma de I, un descubrimiento de capital importancia para entender la dimensión ritual y el nivel de desarrollo cívico de la ciudad. La estructura, de dimensiones considerables, mide 49 metros de largo por 8 metros de ancho. Una característica arquitectónica distintiva son los promontorios naturales que se alzan en ambos extremos de los cabezales, los cuales fueron ingeniosamente integrados al diseño del recinto, forrándose de manera parcial con muros de piedra para acentuar su forma y función dentro del espacio de juego.

Al oriente de este mismo sector ceremonial, los arqueólogos han documentado los restos de otros muros que conformaban edificios anexos. Destaca entre ellos un extenso cuarto de 4,5 por 11 metros, cuya función específica está aún por determinarse, así como una estela lisa que cumplía las veces de altar y una serie de estructuras secundarias. La arquitectura en esta zona álgida de la ciudad se caracteriza por un grado de refinamiento superior, visible en el mayor detalle y cuidado con el que fueron acomodadas las piedras en la construcción de los muros, un indicio del estatus elevado de quienes aquí moraban o realizaban sus actividades.

El estado de preservación general de Paso Temprano es, en palabras de Miguel Pérez Negrete, lo que permite al observador contemporáneo formarse una imagen mental vívida de su época de esplendor. La sensación, describe el especialista, es la de un lugar que parece haberse detenido en el tiempo, como si los siglos no hubieran transcurrido o como si ya hubiera sido objeto de una exploración arqueológica previa.

La claridad con la que se pueden observar las viviendas, los pasillos de circulación y la distribución general de los espacios es, sencillamente, excepcional. El reto inmediato que plantea este hallazgo, concluye el arqueólogo, ya no es solo de carácter interpretativo, sino de conservación: establecer estrategias viables y sostenibles para proteger este frágil legado de piedra de los embates del tiempo y la acción antrópica, asegurando que las futuras generaciones puedan, al igual que hoy, caminar entre sus muros y descifrar los secretos que aún guarda la Ciudad Antigua de la Costa Chica.

 

 

 

Fuente: La Brujula Verde

redaccion@diariocambio22.mx

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