Ricardo Raphael / CAMBIO 22

Un edificio habitado por personas de origen hispano fue escenario reciente de la arbitraria policía migratoria de Donald Trump.

La noche del martes 30 de septiembre varios helicópteros Black Hawk sobrevolaron el inmueble ubicado al sur de la ciudad de Chicago, en el poblado vecindario de South Shore.

Agentes federales descendieron de los aparatos para ingresar a ese multifamiliar. Emplearon granadas y otros explosivos para abrir las puertas de las viviendas y en muy pocos minutos decenas de familias fueron extraídas de su hogar, sin discriminar entre menores y personas adultas.

Partieron de ahí esposados, algunos vestidos en pijamas y otros medios desnudos porque la autoridad los sacó de la cama aquella madrugada. Entre las personas detenidas había varias de nacionalidad estadunidense.

El gobernador de Illinois, J.B. Pritzker, reaccionó acusando al gobierno federal de emplear métodos excesivos con el propósito de aterrorizar a la población hispana que en Chicago tiene una presencia muy importante.

Siete días después, Trump ordenó la movilización de 500 efectivos pertenecientes a la Guardia Nacional para que reforzaran este tipo de acciones.

La policía migratoria reporta que, entre enero y junio, habría aprehendido en todo el país a cerca de 450 mil migrantes ilegales. El magnate que habita la Casa Blanca promete que, antes de cerrar el año, esta cifra habrá superado el millón de personas.

Ya no se trata solo de un discurso político: la criminalización de las poblaciones hispanas, bajo el pretexto de la migración ilegal, es la nota dominante detrás de estos actos simbólicos de poderío y fuerza.

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A pesar de que hay más de treinta millones de hispanos viviendo en Estados Unidos, la inmensa mayoría se ha mantenido pasiva frente a la creciente estigmatización de su identidad.

Después de las redadas celebradas por ICE y la Guardia Nacional, en junio de este año, durante las manifestaciones de Los Ángeles y San Francisco, el miedo se ha instalado en la comunidad.

Sin embargo, está no se ha cruzado de brazos. Cuando el autoritarismo ejercita sus músculos, la resistencia encuentra ingenio para oponerse. Ahí está por ejemplo el muy polémico desafío que significó que el cantante puertorriqueño, Bad Bunny, haya sido invitado a cantar en el Super Bowl, que se llevará a cabo el próximo mes de febrero en el estadio Levi ‘s de Santa Clara, California.

Hace una semana, arropado durante el programa de televisión de la cadena NBC, Saturday Night Live, el Conejo Malo, hizo explícito el significado político de esta decisión tomada por las personas encargadas de organizar el partido final del campeonato de fútbol americano.

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El cantante aprovechó para burlarse de la militancia y los medios trumpistas, a quienes en más de un sentido irrita su celebridad. Tan relevante será el asunto que el magnate de la Casa Blanca calificó como ridícula la invitación al puertorriqueño y Turning Point —la organización ultraconservadora fundada por Charlie Kirk— prometió orquestar un espectáculo paralelo con un elenco que solo cante en inglés.

Es innegable que Benito Antonio Martínez Ocasio, nombre que aparece en las identificaciones oficiales de Bad Bunny, se ha convertido en el principal vocero de la resistencia frente a la creciente discriminación contra las comunidades latinas.

 

 

Fuente: Milenio

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