• Despacho 14

  • El Violento Oficio de Escribir

 

Alfredo Griz/CAMBIO 22

El norte de Veracruz parece haber vuelto a los tiempos en que los dioses castigaban con agua. Poza Rica, Tuxpan y decenas de municipios amanecieron convertidos en archipiélagos de lodo y ruina. Las lluvias de los últimos días, las más intensas en años, rompieron los diques del río Cazones y de otros afluentes menores, que se desbordaron con una furia que ni los más viejos recordaban. El resultado: colonias enteras bajo el agua, familias trepadas en las azoteas, animales arrastrados por la corriente y una ciudad paralizada por el miedo y la impotencia.

La cifra oficial es apenas un retrato parcial del desastre: 48 municipios veracruzanos afectados, miles de viviendas anegadas y decenas de comunidades incomunicadas. Se reportan al menos 22 muertos en todo el país por esta cadena de lluvias, una tragedia que golpea sobre todo al Golfo de México. En Poza Rica y Tuxpan, los daños aún se cuentan con los dedos embarrados: calles convertidas en ríos, escuelas inutilizadas, hospitales saturados y comercios que perdieron todo.

La devastación tiene rostro humano: madres que improvisan refugios en iglesias, niños con la piel cubierta de sarpullido por el agua estancada, ancianos que han perdido lo poco que tenían. Los albergues están llenos, los víveres alcanzan apenas para unos días y las brigadas de rescate navegan entre casas colapsadas y postes caídos. En los barrios bajos el agua sube tan rápido como la desesperación.

 

El Estado de emergencia

El gobierno de Veracruz activó su protocolo de emergencia, desplegó brigadas, habilitó refugios y pidió ayuda a otras entidades. Nuevo León envió un helicóptero y unidades de rescate. Equipos de Protección Civil recorren los municipios más dañados, entregando cobijas, despensas y promesas. Pero la magnitud del desastre supera cualquier inventario.

El fideicomiso estatal para emergencias prácticamente no existe: fue recortado en los últimos años hasta dejarlo en cifras simbólicas. Las arcas locales apenas alcanzan para combustible y víveres de primera respuesta. El resto depende del Gobierno Federal, que a su vez ha centralizado todo bajo la lógica de reasignaciones presupuestales. En otras palabras: los recursos existen, pero no están listos, no están cerca, no están ahora.

 

El país sin FONDEN

La desaparición del FONDEN, el Fondo Nacional de Desastres Naturales, dejó un vacío que hoy se nota en cada calle inundada. Antes, los estados podían acceder a recursos inmediatos para reconstrucción y ayuda humanitaria. Hoy, el dinero depende de dictámenes técnicos, autorizaciones, evaluaciones y “reasignaciones” desde la Secretaría de Hacienda.

El resultado es una maquinaria lenta para una emergencia rápida. Mientras los burócratas cuentan papeles, la gente cuenta muertos. Veracruz lo vive con crudeza: la burocracia del desastre pesa tanto como el agua que cubre sus pueblos.

La estrategia actual se apoya en cuatro pilares frágiles: partidas extraordinarias del presupuesto federal, programas sectoriales que tardan semanas en activarse, el Plan DN-III de las Fuerzas Armadas y la solidaridad entre estados. En teoría, suficiente. En la práctica, una red que se rompe con la primera lluvia torrencial.

 

Las aguas y el olvido

En los municipios del norte, las escenas se repiten con dolorosa precisión:

niños cargando gallinas, mujeres caminando con los pies hundidos en lodo hasta las rodillas, policías empujando lanchas improvisadas, soldados descargando costales de arena. En algunos barrios, la gente ha comenzado a escribir con pintura sobre las paredes húmedas: “No nos olviden”.

Los censos de daños comenzaron a marchas forzadas. Se cuentan techos colapsados, escuelas inundadas, hectáreas de cultivo perdidas. Los productores agrícolas del norte hablan de pérdidas totales en los campos de maíz y caña. La infraestructura carretera en varios tramos está dañada o colapsada. Y aunque la evaluación oficial apenas arranca, los números preliminares estiman pérdidas económicas millonarias.

A la tragedia natural se suma la política: en Veracruz, como en buena parte del país, los desastres ya no solo se miden en litros de lluvia, sino en grados de responsabilidad.

 

La respuesta federal

Desde la capital, el Gobierno Federal ordenó la activación de protocolos de emergencia y envió personal de la Coordinación Nacional de Protección Civil, además de unidades de la Marina y el Ejército. Se instalaron centros de mando, se coordina el rescate de comunidades aisladas y se realiza el censo de viviendas afectadas.

Pero la respuesta llega con lentitud. El dinero no fluye, la burocracia interfiere y los damnificados siguen esperando la mano que no llega. La promesa de reconstrucción está en curso, pero el fantasma del FONDEN sigue flotando en cada conferencia: un mecanismo que, con sus defectos, entregaba ayuda inmediata y verificable. Hoy, sin él, cada estado improvisa su propio salvavidas financiero.

 

Veracruz en vilo

Poza Rica y Tuxpan, los dos municipios más golpeados, han quedado como símbolos de una crisis estructural: infraestructura urbana rebasada, drenajes colapsados, y un sistema de gestión de riesgos que no da abasto. Miles de familias perdieron todo y no saben cuándo volverán a casa.

El gobierno estatal estima daños en decenas de municipios, y aunque no hay una cifra final de damnificados, los reportes hablan de miles de personas desplazadas. Los refugios, la ayuda alimentaria y los apoyos médicos son paliativos que no alcanzan para una tragedia de fondo.

La reconstrucción tomará meses y el dinero —como casi siempre— llegará tarde. Las calles secarán, pero el olor a abandono persistirá.

 

Un país que repite su desastre

México vive una paradoja: cada año se prepara menos para enfrentar los mismos desastres que lo visitan desde siempre. La lluvia vuelve, los ríos se desbordan, las colonias se hunden, las familias pierden todo. Y el ciclo se repite con una puntualidad cruel.

Hoy Veracruz está en el ojo de esa tormenta. Con 48 municipios bajo el agua, una economía local golpeada y una población agotada, el estado enfrenta no solo una catástrofe natural, sino el retrato exacto de su vulnerabilidad institucional.

En el fondo, más allá del lodo y del agua, hay una pregunta que ningún gobierno ha querido responder:

¿quién rescata a un país que decidió quedarse sin fondo para enfrentar sus propios desastres?

 

 

redaccionqroo@diariocambio22.mx

RHM

 

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