Gonzalo Guerrero, la Herida del Jaguar
2 Oct. 2025
Jorge González Durán/CAMBIO 22
La de Gonzalo Guerrero, padre del mestizaje mexicano, es una historia por descubrir. Es la historia de nuestro origen. Es la crónica inconclusa de una gesta de amor a su mujer, a sus hijos y a una tierra que penetró en su alma.
Renegó de su patria, de su religión, de sus compañeros de armas, de su lengua, de su tradición. Y murió peleando contra sus antiguos camaradas.
Gonzalo Guerrero y Jerónimo de Aguilar, sobrevivieron a un naufragio frente a las costas de lo que ahora es conocido como el Caribe mexicano, en 1511.
Y aquí protagonizó una historia de amor que ha traspasado los siglos.

Una historia de amor que marcó la historia nuestra, de la que provenimos, nuestra raíz mineral, nuestra sangre compartida, las alas y el barro de que estamos hechos.
Gonzalo Guerrero y su esposa, la hija de Nachan Cán, cacique del sur de Quintana Roo, en la región donde se ubica Chetumal, la capital del Estado, fueron los padres de los primeros mestizos mesoamericanos. Se ignora el nombre de la esposa de Gonzalo Guerrero. Ningún cronista recogió ese dato esencial que se ha perdido quizá para siempre. Pero no importa. Para fines de la leyenda se llama Xzazil, porque así la llamó una novelista guatemalteca del siglo pasado, Argentina Díaz Lozano. Y así se consigna en el Himno de Quintana Roo, cuya letra fue escrita por el poeta Ramón Iván Suárez Caamal. Pero su nombre verdadero está en las sombras, salvo que algún día aparezca algún documento oculto en el Archivo de Indias que nos revele el nombre de esa mujer maya que cautivó al conquistador español.

Cuando en 1519 Hernán Cortés llegó a Cozumel procedente de Cuba, guiado por el destino para someter a los aztecas, tuvo conocimiento de que en el continente vivían dos españoles y envío emisarios para que se incorporarán a su expedición, pero sólo Jerónimo de Aguilar aceptó unirse a Cortés.
Bernal Díaz del Castillo nos dejó las estremecedoras palabras que Gonzalo Guerrero le dijo a Jerónimo de Aguilar para quedarse, para no unirse a las fuerzas de Hernán Cortés: “Hermano Aguilar: Yo soy casado y tengo tres hijos, y tiénenme por cacique capitán cuando hay guerras; idos con Dios, que yo tengo labrada la cara y horadadas las orejas… Y ya veís estos mis hijitos cuán bonicos son. Por vida vuestra que me deis de esas cuentas verdes que traéis, para ellos, y diré que mis hermanos las envían de mi tierra”.

El cronista de la conquista consigna esta escena conmovedora, que a lo largo de cinco casi cinco siglos conserva la ternura de un hombre que ama a su esposa y a sus hijos que lo arraigaron a su nueva patria, la patria de los mayas del Caribe: “Y Aguilar tornó a hablar a Gonzalo que mirase que era cristiano, que por una india no perdiese el ánima, y si por mujer e hijos lo hacía, que la llevase consigo si no los quería dejar. Y por más que le dijo y amonestó, no quiso venir…”
Bernal lo sintetiza en tres palabras: “no quiso venir…”
Y deja el testimonio del reclamo de Jerónimo de Aguilar a Gonzalo Guerrero: “que por una india no perdiese el ánima”.
Renunció a su patria, a su religión, a su lengua, a la posibilidad de retornar con sus paisanos. Hay quien dice que era gitano; otros especulan que era un judío converso. Lo cierto es que murió en Honduras, tierra maya, combatiendo a sus antiguos compañeros de armas. Por el amor de una mujer cuyo verdadero nombre quizá nunca conoceremos. Y por el amor a sus tres hijos, que son la raíz y el ala de nuestros sueños.
En 1978, en Aquí los Congregó la Aurora, escribí:
En la tierra donde todo florece y canta
Y en el viento que dispersa la luz
Nació, como un canto y un vuelo,
El fuego y la raíz de Quintana Roo.
Ese fuego y esa raíz tienen su origen en 1511, en el naufragio de un barco español que iba del Darién a La Española, que arrojó aquí a un hombre natural del puerto de Palos llamado Gonzalo Guerrero. Ese hombre que no quiso irse. Ese hombre que por una “india perdió el ánima”.
Ese hombre que se quedó a vivir, a soñar y a luchar con nosotros y por nosotros, que somos sus descendientes, falleció en combate, no podía ser de otra manera, en Puerto Cabalos, Honduras, el 13 de agosto de 1536, a donde habia acudido al mando de 40 canoas para apoyar a los mayas de esa region que se habian sublevado contra los conquistadores.
Su memoria es llama insomne.

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