“La elección moral es clara: o se blanquea a los poderosos, o se defienden principios universales de justicia. El contraste con Rusia es revelador”

 

Julia Liberal/CAMBIO 22

Lo ocurrido en la Vuelta a España 2025 refleja un problema que trasciende el ámbito deportivo: la incoherencia de un sistema internacional que veta a unos por razones éticas, pero concede impunidad a otros por intereses geopolíticos. Mientras se mantiene la exclusión de deportistas rusos por la invasión de Ucrania, se permite competir y dar visibilidad a un equipo que lleva en su nombre a al Estado de Israel, acusado por la ONU de crímenes de guerra y violaciones sistemáticas de derechos humanos en Gaza. En medio de esta flagrante contradicción, los grandes damnificados han sido, una vez más, los ciclistas.

Se repite hasta el cansancio que el deporte debe permanecer al margen de la política. Pero la realidad es testaruda: el deporte no es neutral, nunca lo ha sido. Cada equipo, cada bandera, cada maillot transmite un mensaje político. La participación de Israel-Premier Tech en la Vuelta no puede considerarse un hecho meramente deportivo. Es un escaparate que proyecta una imagen de normalidad internacional sobre un Estado implicado en una ofensiva militar que ha dejado más de 30.000 civiles muertos en Gaza, entre ellos más de 15.000 niños, según cifras de Naciones Unidas.

A street scene with a collapsed finish line structure, including metal barriers and orange fabric, lying on the road. People hold Palestinian flags and gather around the structure, some standing on it. Banners with "Cofidis" and "La Vuelta" are visible above the scene, along with trees and buildings in the background.

No se trata de politizar el deporte, sino de reconocer que ya está profundamente politizado. Y que frente a esa realidad, la elección moral es clara: o se blanquea a los poderosos, o se defienden principios universales de justicia. El contraste con Rusia es revelador. Tras la invasión de Ucrania, la comunidad deportiva internacional reaccionó con rapidez y contundencia: exclusiones, sanciones, prohibiciones de competir bajo bandera nacional. El mensaje fue claro: el deporte no podía ser cómplice de la guerra. ¿Por qué no se aplica esa misma lógica con Israel? ¿Por qué a unos se les exige neutralidad y a otros se les concede un altavoz global? La diferencia no es ética. Es geopolítica. Y ese doble rasero establece un precedente peligroso: sugiere que hay víctimas de primera y de segunda categoría.

Los corredores han pagado el precio. Desde mi experiencia de más de veinte años en el ciclismo y mi responsabilidad, desde hace nueve años, en el ciclismo de base, afirmo que los ciclistas son quienes menos responsabilidad tienen en esta situación y, sin embargo, han sido los más perjudicados. Han enfrentado etapas alteradas, finales inseguros, tensión constante en carretera y una creciente desconfianza del público. Su atención debería estar centrada en el rendimiento deportivo, no en su seguridad física frente a protestas o bloqueos. El deporte debe garantizar un espacio seguro para quienes lo practican. Este año, la Vuelta no lo hizo.

Protestas y caos en la etapa 21 de la Vuelta a España 2025

Israel-Premier Tech es, formalmente, un equipo privado. Pero al portar el nombre del Estado de Israel y recibir financiación directa o indirecta de entidades estatales y oligarquías afines, sus éxitos se convierten en victoria simbólica de ese país. Eso es sportswashing: utilizar el deporte como plataforma de legitimación internacional mientras se violan derechos humanos sobre el terreno. Mientras el equipo sube al podio, en Gaza siguen cayendo bombas. La UCI, que sí actuó con firmeza en el caso ruso, ha optado aquí por la pasividad. Ni una exigencia de neutralidad, ni una revisión ética, ni un mínimo gesto de coherencia institucional. La organización de la Vuelta tampoco ha intervenido. Ambas han expuesto al pelotón a riesgos innecesarios y han abierto una grieta de credibilidad en el propio ciclismo.

Como sociedad progresista, debemos exigir que el deporte defienda los derechos humanos, no que los relativice según convenga al mapa geopolítico. Y como responsables del ciclismo, debemos priorizar la seguridad y la dignidad de los corredores. No pueden seguir siendo rehenes de la incoherencia global.

El ciclismo, como la vida, debe pedalear hacia la justicia. Porque mientras existan víctimas invisibles y atletas expuestos a peligros que no eligieron, estaremos pedaleando en dirección contraria a los derechos humanos. Y si el deporte no se atreve a frenar ante la injusticia, solo servirá para acelerar el olvido de quienes más sufren.

 

 

 

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