• Despacho 14

 

  • El Violento Oficio de Escribir

 

  • Del uniforme oficial al poder criminal, el origen del “Comandante H”, su pacto con el crimen y el Huachicol.

 

  • La Barredora, la policía creada para servir al CJNG

 

  • Órdenes de captura y caída en desgracia, la ruta del dinero: cuentas congeladas y Miami

 

  • Sus complicidades políticas y amistades incómodas

 

 

Alfredo Griz/CAMBIO 22

Hernán Bermúdez Requena no fue un improvisado, su carrera comenzó en cuerpos policiales estatales desde los años ochenta, siempre bajo la sombra de acusaciones que, durante décadas, fueron ignoradas por sus superiores. En Tabasco fue escalando posiciones, comandante, jefe de operativos, asesor en temas de seguridad y, finalmente, secretario de Seguridad Pública estatal.

La imagen pública era la del policía rudo, de botas negras y discurso directo contra la delincuencia. La realidad: en paralelo a cada ascenso, se tejían señalamientos sobre sus nexos con grupos criminales. En la región se le empezó a nombrar como “Comandante H”, un mote que dejó de ser rumor de pasillo para convertirse en un sello de poder en las calles.

El punto de quiebre se dio entre 1999 y 2006, cuando comenzaron a sonar sus alianzas con células dedicadas al narcotráfico y al huachicol. Los reportes internos lo ubican como intermediario entre mandos policiales y jefes criminales locales. No era un policía infiltrado por el narco, era un policía que aprendió a usar la institución como plataforma.

Ya para 2019, apenas semanas después de asumir como secretario de Seguridad, aparecieron narcomantas firmadas por grupos delictivos acusándolo de traición. Lo llamaban por su nombre de guerra, “Comandante H”, y lo señalaban de haber jugado a dos bandos: negociar con unos y entregar a otros.

Las mantas eran una sentencia pública: Bermúdez ya no era funcionario, era parte del tablero criminal.

Informes de inteligencia militar elaborados entre 2020 y 2021 lo señalan como el hombre que abrió la puerta a la entrada de un nuevo actor en Tabasco: el Cártel Jalisco Nueva Generación. La célula que lideraba fue bautizada como “La Barredora”, una estructura híbrida de policías estatales, municipales y operadores del narco encargados de limpiar territorios.

Un episodio marca la memoria, la ejecución de un líder local conocido como “Kalimba”, en diciembre de 2020. Bermúdez habría autorizado esa eliminación, un movimiento que alteró de manera radical el equilibrio del huachicol en la región. A partir de ahí, el CJNG se consolidó con una violencia nunca antes vista en municipios estratégicos.

“La Barredora” funcionaba como brazo armado y red de protección. Policías de uniforme se convertían en escoltas de sicarios. Operativos oficiales servían para desaparecer enemigos. Las carreteras se militarizaron, no contra el crimen, sino contra los rivales del grupo que había comprado la lealtad del Comandante H.

Los expedientes oficiales acumularon acusaciones: secuestro, extorsión, delincuencia organizada. Se emitió una orden de aprehensión en su contra y posteriormente una ficha roja de Interpol. Bermúdez desapareció del mapa nacional a principios de 2025. La justicia lo busca en más de un país; los informes lo ubican en circuitos de protección internacional donde suelen refugiarse altos mandos criminales mexicanos.

El golpe más visible contra su red llegó desde el terreno financiero. Las cuentas de Bermúdez, de sus familiares y de sus operadores fueron congeladas tras detectarse flujos millonarios sin justificación.

Paralelamente, un hermano suyo adquirió un departamento de lujo en Miami por 1.3 millones de dólares. El inmueble fue rastreado y vinculado a recursos triangulados desde empresas relacionadas con contratos petroleros. El caso evidenció el patrón clásico: mientras el Comandante H tejía poder en Tabasco, su familia construía refugios patrimoniales fuera del país.

No solo se trataba de narco y huachicol. Bermúdez también se proyectó como empresario en el sector petrolero.

Varias compañías vinculadas a su nombre y a personas de su círculo cercano obtuvieron contratos como proveedores. Esa fachada empresarial le permitió lavar recursos y posicionarse en un terreno que, en Tabasco, representa la vena central del poder económico.

Quien controla el huachicol y el suministro paralelo de combustibles controla no solo dinero, sino lealtades. Con esos recursos se pagaban nóminas clandestinas, sobornos a mandos locales y favores políticos.

El ascenso de Bermúdez no puede entenderse sin la cobertura de la política. Fue nombrado secretario de Seguridad por Adán Augusto López, con quien aparecía públicamente en eventos. Más tarde también mantuvo cercanía con mandos de la Guardia Nacional y con responsables de seguridad en el sureste.

Su red de amistades políticas fue clave, le permitió blindarse de acusaciones por años y seguir en cargos incluso cuando las alertas ya eran inocultables. Los informes que lo señalaban circulaban en oficinas de gobierno desde al menos 2006. Nadie actuó. Todos miraron a otro lado.

Pero Hernán Bermúdez no operaba solo, hizo de la secretaria de Seguridad Publica de Tabasco y de la mano de Adán Agusto López, un negocio familiar. Además de su hermano en Miami, otros miembros de su familia participaron en movimientos financieros, compras y triangulaciones. Su círculo íntimo —amigos empresarios, funcionarios locales y mandos intermedios de seguridad— funcionaron como red de protección. Era una telaraña diseñada para garantizarle no solo poder, sino impunidad.

Hoy Bermúdez está prófugo. Las autoridades lo buscan en más de un país, siguiendo pistas migratorias y movimientos bancarios. Sin embargo, sus redes en Tabasco no han sido completamente desmanteladas. Parte de La Barredora sigue operando bajo otros mandos, y las estructuras de protección política que lo sostuvieron permanecen en puestos de influencia, con esto nos referimos al Senador Adán Agusto López, jefe y socio de Hernán Bermúdez Requena.

Su paso por Mérida Yucatán, al inicio del escándalo y persecución ministerial, no fue fortuito, yucateco de nacimiento y con fuerte presencia en la entidad, además de una cercanía peligrosa e incómoda con Luis Felipe Saiden Ojeda, le proporcionó la protección adecuada para poder pensar su ruta de escape y su estrategia para evadir la justicia.

A pesar de que hay una ficha roja en la Interpol y de que agencias de los Estados Unidos también se sumaron a la búsqueda del malogrado yucateco.

Fuentes internas de la Agencia de Investigacion Criminal, señalan a este rotativo que Hernán Bermúdez Requena, está negociando su entrega y que ya está en México, solo es cuestión de días para que se dé la entrega disfrazada de captura.

El caso del Comandante H no es una anomalía, es un espejo. Refleja cómo un funcionario de alto nivel pudo transitar de la policía al crimen organizado, capitalizando su uniforme y el poder del Estado. La historia desnuda un patrón, instituciones capturadas, familias que lavan dinero en el extranjero y amistades políticas que funcionan como blindaje.

La caída de Bermúdez es apenas un capítulo, lo que queda expuesto es un problema más profundo: un Estado donde el uniforme y la placa pueden convertirse en franquicias del crimen.
Y donde, inevitablemente, el próximo Comandante H ya está formándose en las filas de la seguridad pública.

 

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