El ciclismo es hermoso cuando no tapa; que la neutralidad, sin justicia, es decorado; y que detener una llegada puede ser, en ocasiones, la única forma de llegar a la verdad

 

David Pérez/CAMBIO 22

El País Vasco ama el ciclismo como pocos lugares del mundo. No es un tópico: es una devoción que llena carreteras con ikurriñas, caravanas familiares y un silencio respetuoso cuando el pelotón respira. Por eso lo ocurrido en la etapa 11 de La Vuelta tiene un filo ético no muy común por estos días: frente a un genocidio, no hubo blanqueamiento. Muchos aficionados —propalestinos— pasaron por encima de sus propios gustos para interrumpir el espectáculo y señalar lo insoportable. Entre el ritual del deporte y la urgencia de la vida, eligieron lo segundo.

Días antes de que la carrera entrara en territorio vizcaíno, la publicidad del boicot rodaba rápido: llamados a protestar contra el equipo Israel–Premier Tech, invitaciones claras y pacíficas a lo largo del recorrido. Las acciones en este orden no empezaron en Vizcaya: ya había habido protestas en Cataluña y Navarra.

El día señalado para la Etapa 11 de La Vuelta, en Enekuri, un grupo bloqueó la salida y la etapa se retrasó. En el trayecto, la primera imagen poderosa: personas vestidas completamente con un velo negro, sosteniendo bultos envueltos en mantas blancas representando a bebés asesinados mientras el pelotón pasaba a su lado. El final previsto en la Gran Vía de Bilbao, que de grande tiene muy poco tanto a lo largo y a lo ancho, es una calle casi íntima de la vida de un pueblo, se frustró: la proximidad del público permitió cortar la llegada; no hubo vencedor.

Los jueces oficializaron la anomalía: la etapa terminó a tres kilómetros de meta y no hay ganador. El director técnico, Kiko García, fue tajante cuando le preguntaron cómo evitar suspensiones: «para mí solo hay una y es que el propio equipo de Israel se diese cuenta de que estando aquí no facilita la seguridad para los demás», en descargo de sí mismo.

El boicot fue ético y eficaz, devolvió al centro de la atención lo que el espectáculo quería barrer. Y, de paso, desnudó la hipocresía de la neutralidad cuando se usa para tapar. Porque la “neutralidad” reclamada por las cúpulas suele ser selectiva: rápida cuando toca sancionar a Rusia, tardía —o muda— cuando se trata de Israel.

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La UCI publicó un comunicado que conviene leer sin eufemismos: «La Unión Ciclista Internacional (UCI) condena enérgicamente los actos que han provocado la neutralización de la 11.ª etapa de La Vuelta Ciclista a España. La UCI recuerda la importancia de la neutralidad política de las organizaciones deportivas… Los grandes eventos deportivos internacionales encarnan un espíritu de unión y diálogo, más allá de las diferencias y divisiones… la UCI reafirma su compromiso con la neutralidad política, la independencia y la autonomía del deporte…».

El problema no es la aspiración —un deporte que una—, sino a quién le exige silencio esa aspiración y cuándo. La neutralidad que niega el derecho a interrumpir el espectáculo para nombrar a las víctimas deja de ser neutral: se vuelve cómplice.

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El ciclista español Carlos Verona pidió en Eurosport alejar la política del deporte. Se le olvida que el deporte ha sido usado cientos de veces para blanquear lo que no se sostiene a luz abierta, y que hoy ese blanqueamiento sirve para normalizar un genocidio. Y otro dato: cuando COI, UEFA y FIFA prohibieron banderas e himnos rusos, nadie reclamó exclusión injusta con la misma vehemencia. La vara cambia según el pasaporte.

La cobertura de la prensa fue peculiar, por describirla de una manera. Por minutos, El País tituló «Palestina gana la etapa de la Vuelta a España», después rectificó. El Correo eligió «final bochornoso en Bilbao», como si la vergüenza estuviera en detener una llegada, y no en lo que la protesta denunciaba.

En la trinchera radiofónica, Manu Carreño hizo la pregunta que el establishment esquiva: «por qué fueron tan contundentes con Rusia pero no con Israel?», y afirmó: «hoy la gente se ha atrevido a hacer lo que no se atreven a hacer los organismos deportivos».

CadenaSER

En la acera opuesta, Juanma Castaño de COPE dijo: «no podemos estar así todos los días la gente que no estamos de acuerdo con estas protestas no significa que no condenemos todo lo que está ocurriendo en España». Añadió: «que de salir el equipo Israel sería una victoria para los que están extorsionando a esta Vuelta Ciclista» y remató con una estigmatización inadmisible: «muchos de estos que hoy están protestando a favor de Palestina eran los mismos que también celebraban la muerte de guardia civiles». Equiparar activismo pro-Palestina con apología de ETA no es un argumento: es un despropósito que busca deshumanizar al adversario.

No falta quien afirma que: «se pone en riesgo a gente que también quiere la paz». Falacia. La protesta fue pacífica y proporcional: su objetivo era interrumpir un espectáculo, no agredir a su público. En términos democráticos, la interrupción es a veces el único modo de que una demanda sea vista por quienes no quieren verla. Si todo ocurre «sin molestar», no ocurre.

Vuela de España 2025

Por eso esta columna es contra la idea de que el deporte es zona libre de política cuando la política es incómoda, y pantalla cuando conviene. Contra la neutralidad que sanciona a unos y tutela a otros. Contra el reflejo de criminalizar protesta mientras se protege a los intereses que sostienen el negocio del espectáculo. Contra la desmovilización porque si la calle del deporte no admite protesta, se alimenta la represión.

Contra la estigmatización: comparar activismo con terrorismo es abrir la puerta a la represión preventiva.

En Bilbao, la gente hizo lo que los organismos no se atreven: decir basta. La Vuelta seguirá, pero ya no podrá fingir que pedaleaba por encima del mundo. Ese día, el País Vasco le recordó a Europa que el ciclismo es hermoso cuando no tapa; que la neutralidad, sin justicia, es decorado; y que detener una llegada puede ser, en ocasiones, la única forma de llegar a la verdad.

 

 

Fuente: Julio Astillero

redaccionqroo@diariocambio22.mx

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