Los 40 Grupos Criminales Operan en Guerrero
5 Sep. 2025
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El Violento Oficio de Escribir
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La gobernadora Evelin Salgado dice que todo está de maravilla
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Acapulco al igual que Cancún, es una joya podrida controlada y siempre disputada por el narco
Alfredo Griz / CAMBIO 22
Guerrero sangra y no hay vendas que alcancen. La violencia en el estado sureño no es noticia nueva, pero sí cada vez más brutal, más descarada, más cínica. La disputa por el control de la extorsión —esa cuota de muerte que los grupos criminales cobran con la pistola en la mano— ha convertido a los municipios en cementerios rodantes, donde cada taxi y cada camión de pasajeros puede ser el último viaje de alguien.
Desde principios de 2025, los pueblos y ciudades de Guerrero se han convertido en escenario de ejecuciones sistemáticas, casi rutinarias. Taxco, Chilpancingo, Acapulco… nombres que deberían sonar a turismo y fiestas, pero que hoy son sinónimos de cadáveres apilados, transportistas tirados en la banqueta y velorios interminables.

El pasado mes de febrero se marcó uno de esos puntos de quiebre: seis taxistas fueron asesinados en Chilpancingo, capital del estado. Balas a quemarropa, cuerpos abandonados junto a los coches, sangre corriendo entre las llantas. La respuesta no fue del gobierno, ni de la policía, ni de la Guardia Nacional. Fue el miedo: suspensión total del servicio público, rutas vacías, familias sin sustento.
Un mes antes, la muerte ya había dado aviso. Dos choferes de taxi cayeron en Acapulco, la otrora joya turística que ahora huele más a pólvora que a brisa marina. En Taxco, el asesinato de un conductor de autobús encendió la mecha: los transportistas se fueron a huelga indefinida, hartos de trabajar con el cañón en la nuca. Desde el 21 de enero, el pueblo quedó paralizado, atrapado entre el silencio del transporte y el ruido de las balas.

Para la Gobernadora Evelin Salgado, no pasa nada, todo está de maravilla y todo es un paraíso, incluso sabedora de que está en la lista de Gobernadores y políticos investigados por la DEA, para ella nada importa. Guerrero no es un estado cualquiera. Es tierra maldita y codiciada. Por décadas, los cerros fueron sembrados de marihuana y amapola, cultivos que alimentaron a los capos y dejaron pobreza para los campesinos. Ahora, un nuevo veneno crece en esas montañas: la coca. Lo que antes parecía exclusivo de Colombia, hoy brota en Guerrero, abonado con sangre y con miedo.
El puerto de Acapulco, vive la misma situación que Cancún, Quintana Roo, se ha convertido en la joya podrida de una corona que se disputan los criminales con la grey política, es otra pieza clave. Por ahí entra la cocaína en lanchas rápidas desde Sudamérica, descargada a media noche entre sobornos y ráfagas. El puerto turístico se convirtió en puerta de entrada del infierno.

Los recientes asesinatos no son hechos aislados. Detrás están los nombres ya conocidos y temidos: La Familia Michoacana, los Tlacos, los Ardillos. Cada grupo busca controlar no sólo la droga, sino el impuesto de guerra que llaman “cuota”: cada pasajero, cada ruta, cada comercio debe pagar o morir. Y no hay excusa que valga: ni los taxis ni los autobuses se salvan.
El crimen en Guerrero es como un espejo roto: decenas de fragmentos que reflejan la misma pesadilla. Tras años de traiciones, capturas y ejecuciones, los grandes cárteles se pulverizaron en células más pequeñas, pero no menos sanguinarias. International Crisis Group calcula alrededor de 40 grupos armados peleando entre sí. Cuarenta bestias sueltas en un territorio que ya no pertenece al gobierno ni a la gente, sino al miedo.

La mayoría son hijos bastardos de viejos gigantes: operadores de los Zetas, remanentes de la Organización Beltrán Leyva, que aprendieron de sus patrones la receta del horror. Cuando los grandes capos cayeron, estos aprendices de verdugo tomaron el control y multiplicaron el caos. Desde 2008, Guerrero se volvió un laboratorio del crimen atomizado: nadie controla todo, pero todos matan a todos.
Hoy, el mapa criminal del estado parece una colcha de retazos manchados de sangre. Cada celda, cada grupo, se alimenta de extorsión, secuestro, narcomenudeo, tala ilegal, minería clandestina. La violencia no viene de un solo monstruo, sino de una jauría entera.

Guerrero no es tierra de nadie: es tierra de ellos. Los muertos, como siempre, son del pueblo. Los transportistas, los comerciantes, los jóvenes reclutados a la fuerza. Los que no pagan, los que pagan poco, los que pagan tarde. Aquí la vida cuesta lo mismo que un pasaje de taxi: nada.
Fuente: Sistema de Notícias CAMBIO 22
redaccionqroo@diariocambio22.mx
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