• Las palabras “chocolate Dubai” comenzaron a aparecer en hashtags, reels, pastelerías y empaques alrededor del mundo

 

Sonya Santos/ CAMBIO 22

En una época en la que basta un video de quince segundos para transformar un platillo casero en objeto de deseo internacional, el llamado chocolate Dubai (aunque en su origen lleva otro nombre) se alzó como el fenómeno gastronómico más inesperado del año. Ni un chef con estrellas Michelin, ni una gran marca detrás, solo una idea creativa, una combinación explosiva de texturas —pistacho, kadaifi, tahini y chocolate— y el impulso multiplicador de las redes sociales.

Lo que comenzó como un antojo personal en un pequeño local de Dubái, hoy se vende —o se intenta vender— en panaderías de Nueva York, supermercados de Berlín y cafeterías de Tokio. No hay país que no lo haya imitado, replicado o bautizado a su manera. ¿Pero cómo llega una barra de chocolate artesanal a ser objeto de culto mundial? La respuesta es doble: la viralidad digital y la globalización gastronómica.

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Todo comenzó con un video. Una joven probó el chocolate en su auto y su reacción desbordada frente a la textura suave y crujiente del pistacho captó la atención de millones. En cuestión de horas, TikTok e Instagram se llenaron de videos imitando la escena. Bastó ese gesto —un close-up al corte del chocolate, la crema de pistacho derramándose lentamente, el crujido del kadaifi— para detonar un fenómeno global. Las palabras “chocolate Dubai” comenzaron a aparecer en hashtags, reels, pastelerías y empaques alrededor del mundo. La receta original desapareció entre decenas de versiones; unas fieles, otras completamente distintas, pero todas vendidas bajo el mismo nombre.

Este caso pone en evidencia cómo las redes sociales, más allá de entretener, hoy funcionan como las principales vitrinas del gusto. Lo que antes requería inversión en publicidad y distribución internacional, hoy puede surgir desde una cuenta sin seguidores. La emoción compartida, la estética irresistible del video y la ilusión de estar “descubriendo algo nuevo” convierten al espectador en consumidor inmediato.

Pero también revela algo más profundo, la manera en que la gastronomía global se ha vuelto simultáneamente universal. El chocolate Dubai se vende en todos lados, incluso donde nunca ha pisado la receta original. Se puede pedir en panadería de barrio en Ciudad de México o en una cafetería de Chicago, muchas veces sin vínculos con la ciudad emiratí. Su nombre dejó de referirse al lugar y pasó a significar un estilo, una mezcla opulenta, cremosa, lujosa, de raíces orientales y estética moderna. En otras palabras, una idea de lo exótico empaquetada para el algoritmo.

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Este fenómeno no es nuevo. Ocurrió antes con la matcha, el bubble tea o la focaccia artística. Pero el caso del chocolate Dubai se caracterizó por la velocidad con que se propagó y la intensidad con la que fue apropiado por industrias en todos los niveles, desde cadenas internacionales hasta emprendimientos caseros. En días, pasó de ser rareza local a categoría de producto.

La globalización alimentaria ya no se explica por tratados comerciales o cadenas de distribución, sino por emociones que se comparten. Un antojo convertido en video puede hoy provocar un alza en el precio del pistacho, inspirar postres en restaurantes gourmet, y volver millonaria a una pequeña chocolatería en Dubái sin necesidad de exportar una sola barra.

Así como antes las modas viajaban en barcos o en maletas, hoy se desplazan por pantallas. Y en ese tránsito, se transforman. El chocolate Dubai que comemos en México probablemente no es el mismo que el de su creadora, pero la emoción que despierta —el asombro, la indulgencia, la curiosidad— es compartida.

Vivimos un momento en el que las recetas dejan de pertenecer a un lugar para convertirse en voces sin fronteras. El sabor sigue siendo local, pero su deseo es mundial, este chocolate es, por ahora, la más dulce prueba de ello.

 

 

redaccion@diariocambio22.mx

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