En paralelo, el mandatario no logra convencer de su “gran y hermosa ley fiscal”. Ese presupuesto ha encontrado resistencia entre algunos legisladores republicanos y terminó por quebrar la colaboración de Elon Musk con Donald Trump. El multimillonario lo calificó de “repugnante” esa política. El mejor aliado se convirtió en el peor adversario. Todo lo anterior, sin mencionar el tufo de corrupción que ya despiden muchas de las operaciones, acciones y actitudes asumidas por el mandatario.
Así, a casi medio año de acceder al poder, el mandatario no ha logrado consolidar esas políticas y, con ellas, su gobierno. Tal es el contexto del endurecimiento de la política antimigratoria con tinte racista y xenófobo desplegada ahora por Trump y que, increíblemente, es bien vista no sólo por la base social que lo soporta, sino también por un sector que lo aguanta.
Desde esa perspectiva es comprensible que el presidente estadounidense busqué sobrexplotar la política antimigrante, la única donde puede presumir resultados.

El atrincheramiento en ese espacio, sin embargo, no sólo es para tender una cortina de humo sobre el no poder consolidar su gobierno, sino también para alcanzar otros objetivos hacia adentro y hacia afuera. Hacia dentro y como dicho, fortalecer su popularidad, golpear a los demócratas en la ruta hacia los próximos comicios y establecer claramente que, pese al riesgo de perder mano de obra fundamental para la economía, esas manos no serán morenas.
Hacia afuera –por no decir, hacia México–, tal parece que Trump busca eslabonar la migración, el tráfico de drogas y el presunto vínculo de los cárteles criminales con el gobierno en la cadena o el concepto que tiene sobre la seguridad nacional de Estados Unidos. En la estrategia de empaquetar los problemas y no de separarlos, el denominador común de esos tres asuntos es la militarización de la frontera, de la persecución y deportación de los migrantes, así como de “la ayuda” ofrecida a México contra los cárteles criminales, ya declarados grupos terroristas. Punto en común al cual se agregan los reiterados avisos manifiestos o velados del convencimiento de la alianza de gobiernos o funcionarios mexicanos con el crimen. Desde la óptica del gobierno vecino, México es un problema de seguridad nacional para Estados Unidos.
En ese marco, sólo así se explica el cínico consentimiento del presidente Trump ante la irresponsable acusación de la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, contra la presidenta Claudia Sheinbaum señalándola de instigar la resistencia violenta en Los Ángeles. Eslabonan el propósito de someter al gobierno mexicano a su concepto de seguridad nacional y de obligarlo actuar en consecuencia o de asumir las consecuencias.

El endurecimiento de la política antimigratoria desvanece sin resolver el problema de la inconsistencia del gobierno estadounidense, al tiempo de avanzar en otros campos. El no poder lleva con frecuencia a ejercerlo con dureza donde y con quien sí se puede. Por lo visto, Donald Trump está dispuesto a hundir la relación bilateral con tal de sobrevivir a su propio y eventual naufragio. La grandeza pretendida tiene por base una bajeza.
Qué es capaz de hacer Donald Trump está claro. El punto a dilucidar es qué se debe y puede hacer para remontar la situación en que se encuentra el gobierno y al país. Se trata de una emergencia, imposible de superar con aclaraciones en la mañanera o pleitos en el Congreso. Reclama tomar decisiones y actuar en serio, asumiendo los costos.























